22 de marzo de 2009

El cuento, una forma narrativa breve

El cuento[1] es una de las formas de la narración, junto con la novela, el poema épico, la leyenda… En comparación con la novela, el cuento es una narración breve; pero esa brevedad es inseparable de las otras características que le son propias: su acción es lineal (porque está centrada en un episodio, en el conflicto de un personaje o de unos pocos personajes), posee una fuerte tensión y, por lo tanto, tiende a la concentración y a la síntesis. El escritor norteamericano Edgar Alan Poe (1809-1849), considerado uno de los fundadores del cuento moderno, señaló que el rasgo fundamental del cuento es la “unidad de efecto”. Al utilizar esta expresión, Poe se refería al texto y, al mismo tiempo, a la impresión que este produce en el lector. Un lector que, al ser atrapado por la dinámica y por la lógica del relato, no puede abandonarlo hasta que llega a su fin, hasta que resuelve de algún modo la serie de expectativas y suposiciones que se desencadenaron al iniciar la lectura.

Este es el rasgo que se ha tenido en cuenta, desde entonces hasta hoy, para definir a esta forma narrativa. Pero no hay que olvidar que el cuento se halla ligado al origen de las civilizaciones: la primera forma de cuento es la oral, que ha dado lugar al cuento denominado “tradicional”. El cuento tradicional resulta de registrar por escrito narraciones que circularon de boca en boca a lo largo de generaciones y, por eso, anónimas, es decir, no tienen autor conocido.
Más cerda de nuestra época, el tipo de narración que se identifica como antecedente del cuento moderno debe buscarse en los relatos del escritor italiano Giovanni Baccaccio (1313-1375), autor del Decamerón. Esta obra es un conjunto de cien cuentos puestos en boca de un grupo de diez personajes, hombres y mujeres, que, en un retiro que hacen con el fin de huir de la ciudad asolada por la peste, cuentan historias para entretenerse. Esas historias tienen la capacidad de sostener la atención de sus receptores, sobre todo gracias a su carácter unitario; además, para los lectores de la época, se relacionaban con situaciones reconocibles de su vida cotidiana.

Narrador, lector y mundo ficticio
Todo relato literario construye un mundo ficticio. No importa que en ese mundo aparezcan elementos que los lectores pueden reconocer como realmente existentes (por ejemplo, la mención de una ciudad, de un personaje o un hecho históricos, o de experiencias que son comunes a todos los seres humanos, como el amor o el sufrimiento); en el contexto de la narración, esos elementos adquieren valor y sentido dentro del texto mismo, por el hecho de ser coherentes entre sí y en relación con la totalidad.
Los lectores buscamos que los relatos nos resulten convincentes: allí reside su “verdad”, y no en una supuesta fidelidad a lo que llamamos “realidad”. Esa “verdad” particular –que hace que lo que se cuenta resulte creíble– es la verosimilitud. El narrador es quien presenta al lector ese mundo, imaginario y al mismo tiempo creíble. Para construir el mundo del relato, el narrador cuenta con diversos procedimientos que, en su conjunto, constituyen la perspectiva o el punto de vista. Esto que llamamos “perspectiva narrativa” abarca fenómenos diversos que remiten a las elecciones que el narrador puede hacer en diferentes campos:

  1. Ángulo de visión y, en consecuencia, saber del narrador. La pregunta aquí sería: ¿desde qué ángulo muestra el narrador lo que ha decidido contar?; y, por lo tanto, ¿cuánto sabe de lo que cuenta y cuánto le hace saber al lector? El narrador puede, por ejemplo, explicar qué sintió el personaje en cierto momento, con lo cual se instala en su conciencia (visión interior) y así lo acerca al lector; o puede observarlo desde afuera (visión externa), dando cuenta solamente de lo que el personaje hace y de lo que comunica a otros personajes (de este modo, el lector cuenta con menos elementos para conocer lo que ocurre en la mente del personaje). Tratándose no ya de un personaje en particular, sino de un acontecimiento, el narrador se puede ubicar en medio del suceso, como si él formara parte de los hechos, como si tuviera “a la misma altura” de los hechos (visión escénica), aunque no sea personaje; o puede mirar ese suceso desde cierta distancia, de modo más general, como si abarcara la totalidad (visión panorámica). Por ejemplo: el suceso que relata es el tumulto callejero provocado por el arrebato de una valija llena de dinero y por el intento de fuga del ladrón; imaginemos la diferencia que habría entre narrar la historia desde el ángulo de alguien que fue empujado, se ha caído e intenta levantarse, y presentarlo en conjunto, como si se observara todo con una cámara instalada en lo alto de un edificio, desde el cual se puede apreciar y mostrar globalmente lo sucedido.
  2. Voz, o persona gramatical en la que se cuenta la historia. El narrador puede usar una tercera persona narrativa, que relata como alguien que no participa de los hechos, que no pertenece al mundo narrado; o puede usar una primera persona. El caso típico del empleo de la primera persona es el del narrador personaje, que observó o experimentó lo sucedido y cuenta desde el interior del mundo ficticio. Sin embargo, sobre esta base pueden aparecer otras variantes: por ejemplo, un narrador en primera persona, personaje, puede dedicar una buena parte de su relato a referirse a los otros personajes (utilizando, por lo tanto, la tercera persona), sin que en esos tramos aparezca la primera persona narrativa; o puede utilizar la primera persona y no ser personaje: es el caso de los narradores que dicen, por ejemplo: “…la historia que voy a contar…”, pero nunca se identifican como personajes pertenecientes al mundo ficticio.
  3. Modo en que aparecen representadas las palabras de los personajes. El narrador tiene diversas alternativas para transmitir lo que dicen o piensan los personajes. Puede retomar las palabras de los personajes en forma directa, con comilla o rayas de diálogo (estilo directo); o bien puede transmitirlas indirectamente, refiriendo a su manera lo que el personaje dijo (estilo indirecto); o sosteniendo apenas con su propia voz lo que el personaje dijo o pensó textualmente (estilo indirecto libre).
  4. Manejo del tiempo. En todo relato entran en relación el tiempo de lo narrado y el tiempo de la narración. El tiempo de lo narrado es el tiempo de la historia, el tiempo que se puede imaginar que duró el acontecimiento relatado (por ejemplo: unas horas, tres días, una vida) y el orden en que sucedieron esos acontecimientos en la ficción (primero, se enteró de que su amigo había matado a alguien; luego, decidió entregarlo a la policía; o, por el contrario, lo ocultó en el sótano de su casa…). El tiempo de la narración se relaciona con el modo en que se presenta y se organiza el tiempo de lo narrado. De este modo, el relato puede empezar a contar la historia por el final, para generar cierto tipo de suspenso (como sucede en algunos relatos policiales en los que se reconstruye la serie de momentos que condujeron a un crimen), o por la mitad, o, sencillamente, por el principio (para retomar el ejemplo, el relato puede empezar en el momento en que el personaje conduce al amigo al sótano de su casa, y solo después se dará a conocer el por qué de esa decisión). Este tipo de alteraciones en la presentación del orden de los hechos es un recurso muy habitual también en el cine. Solo la literatura, y el arte en general, proporcionan esta posibilidad de ir y venir por el tiempo, ya que en la vida no hay opción: el tiempo es lineal; no es posible volver al pasado (más que a través del trabajo de la memoria), ni adelantarse al futuro (más que a través de la conjetura y el ensueño).
  5. Evaluación o valoración de lo relatado. El narrador puede hacer uso de diferentes grados de subjetividad. Tiene la posibilidad de ser explícitamente valorativo y calificar a sus personajes o evaluar desde el punto de vista ético las acciones llevadas a cabo por estos; pero también puede hacerla de un modo menos explícito, o puede optar por mostrar los hechos o los dichos de los personajes, sin hacer ninguna valoración. Sin embargo, aun en los casos en que el relato parece estar despojado de toda valoración, aparecen evaluaciones… Esa mirada, que se ha propuesto no decir, no manifestarse, no influir directamente en la opinión y la valoración del lector, constituye también una forma de valorar: la decisión de no pronunciarse sobre una acción del personaje es un modo de tomar posición acera de ella.


[1] Tomaso de, Vasallo, I.; “Introducción” a: Cuentos II, Antología, Editorial Estrada, Colección Azulejos, Buenos Aires, 2006

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