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22 de enero de 2011


18 de diciembre de 2009

El esqueleto

Wimpi

Amigas, amigos: Si no fuera porque uno tiene tanto que hacer, y porque hay que pedir hora, esperar, desvestirse, todos los días se haría sacar una radiografía. Para verse el esqueleto.
La de esqueleto es una carrera como cualquier otra. El tipo empieza a estudiar de esqueleto desde que nace. Unos se reciben antes, otros se reciben después, pero el título de esqueleto lo reciben todos. Doctor en huesos. Un día le dijo, uno, a un amigo –y era inteligente el amigo– le dice, uno: “Yo no les tengo respeto a los muertos, le tengo respeto a los vivos. Me parece absurdo que se le saque el sombrero, porque pase muerto, al mismo señor que, seis meses antes, cuando pasaba vivo, el mismo que ahora le saca el sombrero lo rajaba”. Además, vamos a ser colegas.
Porque la radiografía es una fotografía sacada con una máquina que adelanta, amigos.
Uno tiene una en la casa y a cada rato la mira. Pero le gustaría poderse sacar en otras posturas. Los radiólogos tendrían que hacerlo poner a uno como lo hace poner el fotógrafo: tener pajarito y todo, ¿no es cierto?
Porque el esqueleto, amigos, es la obra maestra de la Naturaleza: es percha, es jaula, es caballete: todo en uno.
Y ya abocados a una prolija estimación del esqueleto, el espinazo es brutal. Obra maestra del equilibrio que ningún ingeniero del mundo habría logrado, el espinazo constituye uno de los mayores privilegios de los que podamos disfrutar los protagonistas de la vida.
La leve forma de “S” que presenta el espinazo constituye la solución más genial al problema de aquel equilibrio.
Además, es el esqueleto lo que nos permite agacharnos. El tipo que pudiendo agacharse se queja es mal agradecido. El que nos hizo el esqueleto sabía lo que era la lucha por la vida, amigos. Ocurre, sin embargo, que el tipo suele llamarle “buena suerte” no a la suerte corriente que le provee de lo que necesita para un mantenimiento y su aventura, sino a la providencia que le otorga una ventaja cualquiera sobre los demás. Por eso es que el tipo recién admite su buena suerte cuando es millonario. Se desentiende el tipo, amigos, de lo que de por sí constituye, se desentiende de su asombrosa estructura, porque al estar constituidos, lo mismo que él, todos los otros componentes del género humano, ya le agarró confianza a lo maravilloso y lo desvaloriza. Desde la bóveda del pie –que nos fue hecha para amortiguar el traqueteo en la marcha– siguiendo por la pierna hasta la rodilla –que nos fueron hechas para tocar el bandoneón, destapar botellas y declarar amores– y siguiendo de la rodilla por el muslo, la cadera, el costillar, el espinazo, el cráneo, el tipo está dispuesto para la posibilidad de su posición vertical, con la habilidad, la levedad y la gracia de un castillo de naipes. Y, sin embargo, amigos, pese a esa levedad, pese a esa apariencia frágil del esqueleto, el tipo, gracias a él, puede cargar bolsas, se puede subir a los árboles, puede jugar a las bochas, sin que el castillo se le deshaga. Cuando el tipo se pone en cuclillas para enchufar la lámpara del living, para recoger los veinte centavos o para acomodar el fuego del asado, está aprovechando un mecanismo para cuya obtención trabajó la Naturaleza durante millones de años. El espinazo es estante –porque arriba tiene el cráneo– es columna –porque nos mantiene erguidos– es amortiguador, porque nos permite saltar o bajarnos del colectivo caminando sin que el golpe nos haga saltar la cabeza, como salta el corcho de una botella de champán cuando se le pega a la botella abajo. ¡Somos una maravilla, amigos! ¡Somos el ejemplo vivo del milagro! Hay que cuidarse.

7 de noviembre de 2009

De besos y mazorca


El día que le otorgaron el Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez, trabajábamos con Borges en la traducción de las Fábulas de Robert Louis Stevenson. Hacia el mediodía me pidió que revisara su pasaporte, ya que debía viajar a Europa dos días después. Con preocupación vi que el documento estaba vencido y que si no lo renovaba inmediatamente tendría que suspender el viaje. Era necesario hacer algo urgente. Llamé por teléfono a un comisario que conocía en el Departamento de Policía y enseguida nos encaminamos hacia allí. La presencia de Borges fue todo un acontecimiento en esa institución. La cordialidad excedía lo imaginable; los policías lo colmaban de atenciones, se tomaban fotos con él, le hacían preguntas y celebraban sus bromas. El asombrado Borges les contó anécdotas de su abuelo que a fines del siglo pasado fue comisario del barrio de San Cristóbal. “El parentesco con el Coronel Suárez ¬¬–me dijo en un momento que nos quedamos solos– ha hecho que esta gente me tome por uno de ellos. Creo que eso nos conviene, ¿no le parece?”.
El trámite del pasaporte fue resuelto en poco tiempo sin movernos de la oficina de nuestro amigo el comisario. Allí nos enteramos que García Márquez había sido premiado con el Nobel de Literatura. Los periodistas acreditados en el Departamento de Policía se lanzaron sobre Borges para hacerles preguntas. “Yo pienso que es un excelente escritor –afirmó Borges–. Cien años de soledad es una gran novela, aunque creo que tiene cincuenta años de más… El hecho de que se lo hayan dado a García Márquez y no a mí revela la sensatez de la Academia Sueca; mi obra no es tan importante”.
Ya en la calle, a pocos pasos de la salida del Departamento de Policía, nos enfrentamos con un hombre joven y atlético, vestido con ropa deportiva y un bolso en la mano.
–Soy el sargento fulano de tal –se presentó–. ¿El señor es Jorge Luis Borges?
–Bueno, creo que sí, señor –respondió Borges.
–Maestro –dijo el sargento con voz firme–, yo lo sigo en todos los reportajes que le hacen en la televisión y en las revistas. No lo he leído, pero debo confesarle que siento gran admiración por usted y quisiera besarlo.
Borges, sorprendido, asintió con la cabeza y el sargento lo besó tiernamente en la mejilla. Cuando el otro había partido, Borges, que aún permanecía inmóvil tomado de mi brazo, me dio un golpecito con el codo y comentó:
–¡Caramba, un mazorquero cariñoso!


Alifano, Roberto, El Humor de Borges, Montevideo, Ediciones de la Urraca, 1996

2 de junio de 2009

Aforismos de Ernesto Esteban Etchenique


Roberto Fontanarrosa

(Selección)

Aun viéndote sucia y borracha, me arrodillo para nombrarte: "¡Madre!"

Busco espíritus sensibles. Intermediarios abstenerse.

Cuando alcancé la Sabiduría, ella me miró y dijo: "Ya me alcanza cualquiera".

Dios aprieta pero no ahorca ni cae en el sadismo.

Dios me señaló con su dedo… ¡y me lo metió en un ojo!

El árbol se ríe del hacha. Así le va.

El hombre probo y pío es mitad santo y mitad pollito.

El loro plagia la palabra, pero quien está preso es el canario.

El ocio es la madre de todos los vicios. Pero es una madre, y hay que respetarla.
También se ufanaba de su piel el tigre que hoy es alfombra.

Una mala imagen vale por mil malas palabras.

Mientras más sé, menos sé. No sé.

No juzgar a los hombres por sus actos. Condenarlos.

Se puede hacer una armadura de papel. Pero no te pelees.

No basta la buena voluntad si intentas a pagar el fuego con gasolina.

Simula reír la hiena. Pero no entiende los chistes.
La rosa tiene espinas, pero, ¿tiene pétalos el atún?

Te regalaría las estrellas, pero te has empecinado en un par de zapatos.

Si quieres alcanzar la sabiduría, ¡empieza a correr ya!

Una palabra puede herir. Pero un martillazo es feroz.

Por donde pasé dejé huella, después pavimentaron.

En el mundo hay Bondad y Maldad. Justicia e Injusticia. Árboles y tortugas. Hay muchas cosas.

Haz el mal sin mirar a cuál.




He cometido el peor de los pecados. No he sido millonario.

Si no cantara el gallo, igual amanecería.

No hay completa belleza. El tigre es hermoso, pero su orín es pestilente.

Reparad en ese pato que corre. Reparad en aquel corderito que trisca. Reparad esa cerca que huyen los animalitos.

Mientras más brillante la luz, mayor el gasto.

Lo llamaron científico, estadista y pensador. Pero nunca fue tan feliz como cuando lo llamaron "Bichi".

Reconoce tu idiotez y serás un idiota lúcido.

Reprochas al sordo que no te escucha. ¡Grítale más fuerte!

Se aprende más en la derrota que en la victoria, pero… ¡prefiero esa ignorancia!

El optimista ve la copa medio llena. El pesimista la ve medio vacía. El borracho la ve doble.
Si tantas veces va el cántaro a la fuente… ¿no será muy pequeño?

Si tropiezas dos veces con la misma piedra… ¡sácala de allí!

Supe perdonar a la mujer adúltera. Mi piedra no le acertó.

Te siento cuando te toco y, cuando no te toco, también te siento. ¿Que tienes en la piel?

Un dibujo vale por mil palabras. Y si es de Picasso…

Un condenado a cadena perpetua que muere joven... ¡defrauda a la Justicia!

Vi una estrella caer. Pedí un deseo. Y la estrella cayó sobre tu casa.

La víbora es, tan sólo, cabeza y cuello.

Desdichado quien encuentra una muerte horrible, pero... ¿no pensamos en quien la ha perdido?

No te quejes por haber caído en la porquiza. Aún no te han devorado los cerdos.
Podrán machacar mis dedos con una maza, podrán quemar mis ojos con una tea... ¡Ni aún así dejaré de escribir mis aforismos!

Piensa un minuto y serás justo. Piensa una hora y se te hará tarde.

Me descalcé en la oscuridad. Y pisé algo.

Si tu mejor amigo te incrusta un puñal en la espalda… desconfía de su amistad.


De Nada del otro mundo de Roberto Fontanarrosa (Buenos Aires, De la Flor, 1990) y Nuevos aforismos de Ernesto Esteban Etchenique.

22 de marzo de 2009

El accidente de Recienvenido

Macedonio Fernández

-Me di contra la vereda.
-¿En defensa propia? -indagó el agente.
-No, en ofensa propia: yo mismo me he descargado la vereda en la frente.
-La cornisa de la vereda -apuntó un reportero- le cayó sobre el rostro a nivel de la tercera circunvolución izquierda, asiento de la palabra...
-Y del periodismo -insinuó el accidentado.
-Que ha recobrado en este momento. -Y sigue redactando el periodista:- El artesonado de la acera...
-No se culpe a nadie, propongo...
-No, eso es para suicidarse.
-De mi pronta mejoría, quería decir. Ruego al señor reportero que figure algo en la noticia de "decúbito dorsal".
-No hay necesidad: los operarios tipógrafos lo ponen siempre. O si no, ponen: "base del cráneo".
-¿Se me dirá si me puedo levantar sin deslucir la noticia de un suicidio?
-¿Iban mal sus negocios?
-Nada de eso: la única dificultad ha sido el cordón de la vereda.
-¿Puedo anotar oposición de familia a su noviazgo?
Otro insiste en que había mediado agresión y le ruega aclare si se interponía "un viejo resentimiento".
-Alguien, un desconocido desde mucho tiempo atrás para usted, avanzó resueltamente y desenfundó un cordón de vereda Colt-Browing se lo disparó.
En fin, Recienvenido empieza a sulfurarse y los increpa:
-¡Yo estaba aquí antes que ustedes y mis informes son más anticipados! Voy a darles un resumen publicable:
"Yo caí: fui derribado por el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi cabeza salió a recibir el golpe yéndose al suelo.
"Caí; fue en ese momento que me encontré en el suelo. Ninguna persona había.
-¡Estaba yo!
-Y yo.
-Y yo -dicen los reporteros.
-Muy bien. No imaginando que hubieran tantas personas en torno mío que me precisaran, invertí unos minutos de desmayo en estarme quieto sin apresuramiento. Cuando desperté, me supuse o que había recibido parte de la vereda en la cabeza, o que había leído algún capítulo de Literatura Obligatoria del Mío Cid o el Cielo del Dante. Rodeado, en las cuatro direcciones de la instrucción pública, N. S. E. y O., por infinitas personas en número de setenta que habían abandonado importantes negocios para formarme un cinturón zoológico suburbano, se llamó a la Asistencia Pública para que me trajera un vaso de agua que nunca llegó.
-Retardo de la Asistencia Pública -anota un cronista.
-Algo de delirio -otro.
-¿Me permiten? -siguió Recienvenido-. No obstante la falta de horario, el accidente es la única cosa que yo nunca he visto desperdiciar; el agua caliente, el fuego, desperdiciamos con frecuencia, pero siempre alrededor de aquél he visto a muchas personas que están juntando al accidentado, rodeándolo para que no se filtre y desparrame, formando un círculo tan perfecto como perfecto es el centro de él formado por la persona más o menos completa en el momento que ha tomado el papel de accidentado.
De Papeles de Recienvenido

12 de marzo de 2009

El medio hermano

Arthur García Núñez (Wimpi)

Verdeaban abajo del ramadón Helvecio Gularte y Ataliva Pallares. Mirando el camino los dos. Callados.
De repente pasó en un alazán testerilla Macedonio Taboada:
–Güenas.
–Güenas.
Siguió de largo, nomás.
Y Atavila le preguntó a Helvecio.
–Ujte, como ser, ¿hace tiempo que le conoce a Macedonio? Y disculpe.
–¡Uuuu! A él y a todita la familia. Hajta al medio hermano.
–¡Ah, tiene un medio hermano! No sabía. ¿Por vía materna?
–No, por vía férrea. Resulta que en una ucasión ese hermano ¿no? se acostó a sestear en una vía, creyendo que era lo que se dice una vía muerta, pero redepente va y pasa un tren y lo agarró justo por el medio, a lo largo. Quedó la mitad. En el pago lo yaman “El asomao”, porque como la mitá que hubo que tirar no se le ve, parece, mesmo, que se estuviera asomando por una puerta entornada.
–¡Qué me dice! Y ¿trabaja?
–Es medio oficial albañil.

11 de marzo de 2009

La inmiscusión terrupta

Julio Cortázar


Como le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota que no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.
–¡Asquerosa! –brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivolarle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abroncojantes bocinomias. Por segunda vez se le arruma un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, peron adie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.
–¡Payahás, payahás! –crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.
–¿Te das cuenta? –sinterruge la señora Fifa.
–¡El muy cornaputo! –vociflama la Tota.
Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofifas y las fitofas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.

De Último round, 1969