23 de diciembre de 2010







Esta novela fue escrita a mediados de los ochenta,
cuando todo era esperanza
y el futuro parecía por primera vez nuestro...

... fue concebida para aquellos chicos
que gustan de las aventuras.





a mis hijos Sebastián y Camila





Matómela un ballestero;
¡déle Dios mal galardón!

__________Anónimo


Ilustración de tapa: Sebastián Prego – "Mapa" – Témpera – 1995




© Gustavo Prego



16 de diciembre de 2010

12 de diciembre de 2010






____Cuando Sebastián llegó con sus padres a la Aldea era tiempo de primavera, aunque ésta no se diferenciaba del invierno ni del otoño.
____El cielo gris, la espesa niebla, las fachadas pobres y las calles enlodadas formaban un paisaje desalentador.
____El hombre que los trasladó del puerto a la cabaña no dijo palabra alguna. Los cargó junto con el equipaje en su carro de ruedas altas tirado por un viejo buey. Mostró interés sólo por su paga y se retiró sin dar los buenos días.
____El aspecto desolador del paisaje había intimidado a la familia. Parecían esfumarse las expectativas de aquel largo viaje, de aquella semana de vacaciones. Pensaron, sin atreverse a manifestarlo, en el posible regreso a casa.
____–¡Caramba! que hayamos llegado en un día feo no significa que no mejore –dijo el padre fabricando una gran sonrisa levanta ánimos.
____–Es verdad –dijo la madre– pero este lugar no me gusta.
____–Cómo te va a gustar si todavía no lo conocemos –agregó el padre mirando a su alrededor.
____Sebastián advirtió que el hombre del carro los había dejado en medio de la calle, es decir, en medio del barro. La Aldea carecía de aceras de material así que fue pisar barro hasta la cabaña.
____La vivienda, sin embargo, los sorprendió. Era amplia y parecía recién desalojada. Tenía piso de ladrillo y sus paredes eran de troncos que descansaban horizontalmente uno sobre otro hasta alcanzar el techo. Había un gran hogar de piedra con leños apilados.
____Hacia el fondo un ventanal daba a un prado que la niebla limitaba su extensión.
____El padre de Sebastián encendió el hogar y un calorcito trepó desde los leños chisporroteantes. La humedad que traían en sus ropas cedió y las mejillas enrojecieron saludablemente. Los gestos recuperaron el entusiasmo y los planes volvieron a ser comentados y expuestos al criterio de cada uno.
____Todos coincidieron en que el tiempo por alguna extraña razón no había pasado por la vivienda. Como si algún manto invisible la hubiera cobijado de la humedad que todo lo carcomía.
____Lentamente fueron acomodando sus cosas y la madre preparó un abundante desayuno que devoraron gustosos.
____Sin duda que la cabaña contrarrestó la mala impresión que les causó la Aldea.
____Alejada de la mesa grande de algarrobo y de sus seis sillas de espaldar alto había una mucho más pequeña junto al ventanal. Allí Sebastián dejó sus revistas de aventuras, su carpeta de dibujo y sus lápices de colores. Acercó una de las sillas de la mesa grande y se ubicó frente a la pequeña franja de prado que dejaban la niebla y el cielo nublado.
____Intentó reiteradas veces dibujar el carro que los había traído del puerto pero no le fue posible. Sin embargo había logrado un buen dibujo del barco con sus innumerables ventanas. Su padre le dijo que se llamaban "ojos de buey" y no encontraba parecido con los ojos del animal que tiraba del carro. Será por eso, por pasarse todo el viaje en carro mirando a la pobre bestia, que no prestó la suficiente atención. Y su dibujo no salía por más que lo intentara una y otra vez.
____Algo, de repente, chocó la transparencia del ventanal dejando una mancha de lodo y de sangre como un enorme arañazo. El impacto sobresaltó a Sebastián que estaba concentrado en su dibujo. Sus padres, más alejados y absorbidos en la tarea de ordenar la cabaña, no lo advirtieron. Salió Sebastián al exterior y rodeando la cabaña llegó a la parte de atrás que al ventanal. Buscó la causa del impacto y descubrió en el suelo, entre unos hongos lechosos, a una paloma herida. Estaba embarrada tenía un ala ensangrentada. No intentó huir cuando Sebastián estiró sus brazos para tomarla. Había hecho un gran esfuerzo para alejarse de quién la hirió hasta caer totalmente exhausta.
____Sebastián corrió con la paloma en sus manos a comunicárselo a sus padres. Seguramente ellos sabrían qué hacer. En su prisa por el barro fue detenido por una anciana.
____–¡Oye! –dijo con unos ojos brillantes y terribles– ¿Adónde te diriges con ese animal?
____Los ojos daban mucho miedo y Sebastián intentó huir pero la vieja lo retuvo clavándole las uñas en su brazo.
____–¡Debes matar a esa bestia! –vociferó. El miedo lo había inmovilizado con mayor tenacidad que la garra de la vieja.
____–¿Por qué debo matarla? –preguntó el niño y su voz sonó extraña, ahogada, seca, no le serviría seguramente para pedir auxilio.
____–Por que es un pájaro –contestó la vieja con una voz cascada que salía de sus ojos y no de su boca o por lo menos así le pareció a Sebastián.
____–Pero... como voy a hacerlo... está herida –balbuceó el niño.
____–En esta Aldea se odia a los pájaros y si no quieres problemas debes deshacerte de esa paloma pronto –dijo la vieja mirando a Sebastián y a la paloma con aquellos ojos endemoniados– ¡Debes matarla, me entiendes, debes matarla...!
____–No –gritó Sebastián soltándose de la mano huesuda– la curaré. De pronto el miedo se alejó y pudo correr y no lo hizo y también pudo gritar y calló enfrentando con fiereza a la crueldad de la anciana. Sintió contra su pecho la pequeña vida que se iba lentamente; ese calorcito que de a poco se enfriaba y comprendió que debía defenderla.
____Una risa dulce irrumpió de la boca desdentada de la anciana. Su voz cambió y sus ojos fueron mansos y comprensivos. Esa metamorfosis vertiginosa fue extraña para Sebastián. Desconfió y apretó con más fuerza a la paloma contra su pecho.
____–Bien, pasaste la prueba –dijo en voz baja mirando hacia ambos lados. Sebastián seguía sin entender. La mujer se vio obligada a explicar su repentino cambio o el papel que había representado hasta ese momento.
____–Tu eres nuevo en la Aldea, te vi llegar hace unos instantes, por eso no entiendes. Aquí el poder que gobierna este lugar prohíbe que los pájaros vivan en libertad, que canten y vuelen. Y nos prohíbe además a todos los habitantes ayudarlos. Por eso debí asegurarme que querías realmente curar a la paloma.
____Sebastián la miraba incrédulo. El susto del encuentro con la mujer había pasado, dejando una desconfianza muy grande.
____–Sé que no entiendes pero no hay tiempo para explicaciones, debemos hacer algo por la paloma –dijo con resolución la anciana mujer.
____–Sí –dijo Sebastián confundido.
____–El único en la Aldea que puede hacer algo por ella es el Hacedor.
____–¿El Hacedor? –dudó Sebastián de un personaje por el estilo.
____–Sí, es un anciano muy bueno que vive sobre esta calle. Su casa es la última de la tercera cuadra. Ve y dile que Lethien te manda. Oculta a la paloma, por favor que nadie te la vea. Adiós –se despidió la vieja desapareciendo en la niebla tan misteriosamente como había aparecido.
____Sebastián al ver a la paloma agonizando no tuvo muchas alternativas. Avisó a sus padres desde la puerta entornada de la calle que daría una vuelta por allí.


© Gustavo Prego

10 de diciembre de 2010

Habla Drácula

Fernando Savater

Nadie conoce como el vampiro la alegría de la noche. El día es un espejismo, una perturbación atmosférica: la noche es un complejo y rico estado de ánimo. Paladeo hasta el fondo, hasta el estremecido límite, el júbilo secreto de la noche. ¿Habéis pensado que en el día sólo se ven sombras, bultos que interceptan con su opacidad la luz, mientras que en la noche sólo se ven fulgores, destellos que desmienten la tiniebla? El objetivo del día es lo oscuro, lo opaco, mientras que la noche sólo sabe de resplandores. Pero sabe también que es la oscuridad lo que permite fijarse realmente en la luz y no en los bultos alumbrados por ella, lo mismo que yo sé que es la muerte perennemente padecida lo que faculta para dejarse fascinar plenamente de la vida. Para vivir algo más intenso, más refinado, más sabroso que el discreto sopor de temores y obligaciones llamado habitualmente vida, es imprescindible estar muerto y bien muerto. La muerte es el único interés de la vida, el único aliño que sazona su insipidez. Pero normalmente se nos procura con excesiva generosidad: los hombres viven tan obsesionados por la riqueza pavorosa de la muerte que apenas tienen tiempo para fijarse en la vida, lo mismo que el exceso de luz diurna les ciega para todo lo que no sean sombras y borrones. Pasan su tiempo –lo matan, para ser exactos– tratando de alejar de sí la muerte, previniéndola, combatiéndola o inflingiéndola a los demás, viendo morir a los suyos, compadeciéndoles, envidiándoles, calculando el tiempo que les falta para quedarse del todo sin tiempo. No es raro que sólo imaginen verdadera vida después de la muerte, sea gozada personalmente en un más allá o sea disfrutada por bienaventuradas generaciones futuras. Pero como el cielo es increíble y el futuro incierto, la vida aplazada no alcanza verosimilitud. Y, sin embargo, aciertan al menos en una cosa, en que para vivir hay que estar convenientemente muerto…
Tengo resuelto satisfactoriamente el problema que les aflige, como también a mí me afligió un día. He logrado que la vida sea mi único objetivo, mi única obsesión: a mí la vida me acecha y me colma como a ellos la muerte. Y no la vida laboriosa y pacificada del armónico futuro ni las arpas y nubes de insulsos paraísos dogmáticos: no, mi vida, mi maravillosa y plena vida, es la que prometen los pechos desnudos de las doncellas, la que vibra de riesgo y aventura, la que se afirma en el poder o en el terror, la que se cifra en la cálida sangre. Vida presente aquí y ahora, para siempre, sin límites. He tenido que pagar por ella, porque todo tiene un precio, pero no he sido defraudado en mi inversión. Estoy muerto, desde luego: ¿qué otro medio hay para gozar plenamente de la vida como algo positivo, no como un atropellado sueño que se nos escapa? Desde este lado de la muerte, la vida presenta toda su riqueza maravillosa, la sutileza desconcertante de sus experiencias, los prohibidos goces que el temor de la muerte hurta a los mortales. ¡Yo cabalgo el viento, soy señor de los lobos y de las tormentas, alimento con las mujeres más bellas pasiones que la luz del día ni siquiera puede soñar! Cierta noche, aquel inofensivo idiota al que alojé en mi castillo transilvano me vio descender cabeza abajo, como una monstruosa araña, por la inaccesible pared de mi torreón… Es el emblema de mi destino que más me agrada. Recuerdo con nostalgia y cierto fastidio mi viaje a la puritana Inglaterra: fueron aquellos absurdos personajes, el estúpido Jonathan Harper, el sombrío místico Van Helsing, las gazmoñas Lucy Westenra y Mina Murray, quienes crearon la fábula hiperbólica de mi maldad infernal. En Transilvania, un pueblo sabio y por tanto fatalista sabe que el mal es uno de los rostros inevitables de toda grandeza; pero los ingleses se pasman ante él como un escándalo e incluso una descortesía. Por lo visto esperaban que un Inmortal acatase discretamente los preceptos de la moral victoriana… ¡cuando ni siquiera los respetaban las figuras auténticamente nobles de esa época! Nunca entendieron en dónde residía mi peculiaridad: desde aquella brumosa jornada en que llegué a puerto de Whitby en mi barco tripulado por cadáveres, empezaron a inventarme una personalidad que tenía algo de Jack el Destripador y algo de Oscar Wilde, una suerte de Aleister Crowley fantasmal…
Sus códigos están bien para esa temerosa luz en la que se ven obligados a vivir los condenados a muerte. Pero en mi tiniebla deslumbrante no hay lugar más que para la pasión. El día es ataúd, pero la noche trae el deseo y la aurora regalará sangre. Sólo yo, el muerto, el inmortal, podría contaros qué entrega deliciosa es la vida. Sólo yo, el rey de la noche.

De Criaturas del aire, Monólogo quinto, 1979

7 de diciembre de 2010


Brasil
Título original: Brazil
Dirección: Terry Gilliam
País: El Reino Unido
Año: 1985
Duración: 132 min.
Género: Drama, Comedia, Fantástico
Reparto: Jonathan Pryce, Robert De Niro, Katherine Helmond, Ian Holm, Bob Hoskins, Michael Palin, Ian Richardson, Peter Vaughan, Kim Greist, Jim Broadbent, Barbara Hicks, Charles McKeown, Kathryn Pogson, Bryan Pringle, Sheila Reid, John Flanagan, Ray Cooper, Brian Miller, Simon Nash, Prudence Oliver, Simon Jones, Derek Deadman, Nigel Planer, Terence Bayler, Gorden Kaye, Tony Portacio, Bill Wallis, Winston Dennis, Jack Purvis, Elizabeth Spender, Anthony Brown, Myrtle Devenish, Holly Gilliam, John Pierce Jones, Ann Way, Don Henderson, Howard Lew Lewis, Oscar Quitak, Harold Innocent, John Grillo, Ralph Nossek, David Gant, James Coyle, Patrick Connor, Roger Ashton-Griffiths, Russell Keith Grant
Guión: Tom Stoppard, Terry Gilliam, Charles McKeown
Distribuidora: Universal Pictures
Productora: Embassy International Pictures
Casting: Irene Lamb Margery Simkin
Coproducción: Patrick Cassavetti
Departamento artístico: Alan Grenham, Andrew Garnet-Lawson, Anthony Cain, Barry Vine, Belinda Edwards, Bernard Allum, Bill McMinimee, Brian Higgins, Christine Vincent, Colin Osgood, Craig Hillier, Dave Scutt, Dave Wiggins, David Jones, David Wicks, Dennis Bosher, Dennis Bovington, Dennis Wraight, Françoise Benoît-Fresco, Gary Dawson, George Ball, Gordon Billings, Iain Lowe, John Frankish, John Martin, John Murphy, John Wright, Kenneth Welland, Lee Apsey, Maggie Gray, Michael Bacon, Michael Jones, Peter Benson, Peter Verard, Peter Wallis, Richard Harris, Robert Voysey, Ron Cowan, Stan Cook, Stephen Bream, Stephen Hargreaves, Stephen Tranfield, Tom Davies, Tony Rimmington
Departamento editorial: Cilla Beirne, Keith Lowes, Margarita Doyle, Peter Compton, Roya Salari, Sally Kinnes
Departamento musical: Andrew Jackson, Ray Cooper
Dirección artística: John Beard, Keith Pain
Diseño de producción: Norman Garwood
Efectos especiales: Bob Hollow, Darrell Guyon, Dave Knowles, David McCall, Ernest Hill, George Gibbs, Martin Gant, Ray Hanson, Ron Burton, Terence J. Cox, Tim Willis
Efectos visuales: Julian Doyle, Kent Houston, Neil Sharp, Nick Dunlop, Peter Aston, Ray Caple, Richard Conway, Richard Morrison, Roger Pratt, Stanley W. Sayer, Tim Ollive, Tim Spence, Valerie Charlton
Fotografía: Roger Pratt
Guión: Charles McKeown, Terry Gilliam, Tom Stoppard
Maquillaje: Aaron Sherman, Elaine Carew, Maggie Weston, Meinir Jones Brock, Sallie Evans, Sandra Shepherd
Montaje: Julian Doyle
Música: Michael Kamen
Sonido: Bob Doyle, Paul Carr, Rodney Glenn, Rosie Straker
Vestuario: Annie Hadley, Anthony Black, Colin Wilson, Frank Vinall, Gilly Hebden James Acheson Jamie Courtier, Jean Fairlie, Joyce Stoneman, Martin Adams, Ray Scott, Vin Burnham

6 de diciembre de 2010

Pintada 2010

Nos llegaron algunas fotos... un verdadero asquete...