24 de agosto de 2011

Actante


Término empleado por el lingüística Lucien Tesnière para designar a los actores o actuantes en la frase. Para Tesnière la frase es un drama donde es posible distinguir un proceso, actores y circunstancias. En el plano sintáctico cada una de estas categorías corresponden al verbo, a los actantes y a los circunstantes. "Los actantes son los seres o cosas que de cualquier forma y manera, aun como simples figuras o pasivamente, participan en el proceso". Así por ejemplo en la frase: "El soldado envía una carta a su superior", carta y superior son actantes tantos como soldado. Por lo tanto no hay que confundir actante con el sujeto activo tradicional. Los actantes son siempre sustantivos o sustitutos de sustantivos, mientras que los circunstantes son adverbios o sus equivalentes. Actantes y circunstantes están directamente subordinados al verbo.
Esta categorización ha tenido una extensión muy productiva hacia los problemas planteados por el análisis del relato, especialmente en lo que hoy ha dado en llamar Narratología. Los sistemas de actantes (o estructura actancial en Greimas) son varios y evidentes se superponen. El modelo greimasiano, sobre la terminología de Tesnière, incluye: Sujeto/Objeto, Destinador/Destinatario, Ayudante/Opositor. El modelo de Propp, en su ya famosa Morgología del cuento, no emplea el término actante, que es posterior, sino el de Función. La realización (actuación) está a cargo de los Actores, término que también es retomado por Greimas, con otra fundamentación.
Greimas define al actante como "unidad semántica de la armazón del relato". En realidad el actante es producto de sus cualidades, de sus predicados (producidos en el texto) y por lo tanto constituye una suma de los sememas considerados como unidades integrativas, o para decirlo con palabras de Greimas: el actante como contenido investido está instituido por predicados en el interior de cada micro-universo dado; pero como subclase sintáctica es anterior a los predicados por el hecho de que la actividad discursiva consiste en la atribución de propiedades (predicados) a las entidades. Es evidente, entonces, que esta formalización implica dos principios mayores: una autonomía de la estructura semiológica y una anterioridad lógica de la misma por lo que las estructuras de significación manifestadas dependen de la primera. De esto puede concluirse, y es fundamental para los aspectos teóricos y metodológicos, que si bien Greimas considera el texto del relato (la organización de los mensajes) como producto de la función traslativa propia del funcionamiento lingüístico, no reduce el texto a un objeto puramente lingüístico. Pero si el actante es también -en el nivel de la gramática de superficie- una clase de actores definida por un grupo original de roles, presupone un grado de desubjetivización, de "despersonalización" de la categoría de Actor. Para comprender el intento greimasiano de describir una gramática narrativa actancial básica (y por ende universal) hay que tener en cuenta la distinción entre estructuras lógicas básicas, el lenguaje de manifestación de cada sistema semiológico particular (lenguaje, cine, teatro, historieta, etc.) y el nivel intermedio: la gramática narrativa de superficie, un análisis comparativo de las estructuras de superficie, un análisis comparativo de las estructuras de superficie, una análisis "profundo" de las "unidades narrativas mínimas" y "universales" y los caracteres específicos de su lenguaje de manifestación. La propuesta greimasiana (y las variantes ofrecidas por sus discípulos, Rastier, Coquet, etc.) ha demostrado una operatividad concluyente en el análisis de la literatura folklórica (etnoliteratura) y en la literatura denominada clásica, poniendo en evidencia el carácter fuertemente estructurado de estos textos. Es de señalar que la categoría actante presupone un intento de despsicologizar el análisis narrativo tradicional (la categoría personaje) permitiendo la elaboración de una lógica de la narración y posteriormente la posibilidad de la construcción de tipologías ad hoc, combinando el análisis semántico y el semiológico. Sin embargo plantea dos problemas esenciales: por un lado, la estructura actancial básica o matriz depende de un universo antropológico que no puede omitir el análisis del referente cultural (y en este caso las propuestas de solución a este problema para el caso de la etnoliteratura sugeridas por Greimas en Semiótica y Ciencias Sociales son insostenibles por su falta de rigor) y por ende el ideológico, y por el otro, es evidente la resistencia que los textos "modernos" oponen a este tipo de lectura.

Rosa, Nicolás, Léxico de lingüística y semiología, Biblioteca total, Los fundamentos de las ciencia del hombre Nº 76, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1978.


20 de agosto de 2011

Premio Rómulo Gallegos

El Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos fue creado en honor al novelista y político venezolano de ese nombre el 6 de agosto de 1964 mediante un decreto promulgado por el entonces Presidente de Venezuela, Raúl Leoni. En un principio su objetivo era premiara novelas latinoamericanas, pero a partir de la década de 1990 se expandió a todo el ámbito hispanohablante. El primer autor no americano en recibir el premio fue Javier Marías.
 
I edición (1967) - La casa verde de Mario Vargas Llosa (Perú)
II edición (1972) - Cien años de soledad de Gabriel García Márquez (Colombia)
III edición (1977) - La Terra Nostra de Carlos Fuentes (México)
IV edición (1982) - Palinuro de México de Fernando del Paso (México)
V edición (1987) - Los perros del paraíso de Abel Posse (Argentina)
VI edición (1989) - La casa de las dos palmas de Manuel Mejía Vallejo (Colombia)
VII edición (1991) - La visita en el tiempo de Arturo Úlar Pietri (Venezuela)
VIII edición (1993) - Santo oficio de la memoria de Mempo Giardinelli (Argentina)
IX edición (1995) - Mañana en la batalle piensa en mí Javier Marías (España)
X edición (1997) - Mal de amores de Ángeles Mastretta (México)
XI edición (1999) - Los detectives salvajes de Roberto Bolaño (Chile)
XII edición (2001) - El viaje vertical de Enrique Vila-Matas (España)
XIII edición (2003) - El desbarrancadero de Fernando Vallejo (Colombia)
XIV edición (2005) - El vano ayer de Isaac Rosa (España)
XV edición (2007) El tren pasa primero de Elena Poniatowska (México)
XVI edición (2009) - El país de la canela de William Ospina (Colombia)
XVII edición (2011) - Blanco nocturno de Ricardo Piglia (Argentina)

19 de agosto de 2011

La Rosa y el Zepelín











La Rosa y el Zepelín










a mi Camila










la ardiente y ciega rosa que no canto,

la rosa inalcanzable.


Jorge Luis Borges










La Rosa y el Zepelín


(Pieza breve para Títeres en ocho actos)






Personajes:


Titeretín

El Faro

El Viento

La Nube

El Mar

El Zepelín

La Rosa Monelle

Los Soldados

El Sol y la Luna

El Señor

Las Rosas










Advertencias:

- Las aclaraciones escénicas son las mínimas y necesarias para favorecer el desarrollo de la historia.

- Esta obra está orientada a niños de ocho a doce años por el lenguaje y la profundidad de su temática.

- El nombre “Monelle” y las citas corresponden a “El libro de Monelle” del escritor francés Marcel Schwob.









La acción transcurre en una isla costera donde hay un faro abandonado. Hacia el frente del escenario está el mar sobre un panel negro. Está formado por dos líneas de oleajes que se mueven de derecha a izquierda y levemente de arriba hacia abajo. Entre ambas debe haber un espacio para el trabajo de los titiriteros. Inmediatamente después del mar se ve el espacio rocoso de la isla. Debe tener una pasarela sólida por donde camine, de un extremo a otro, un personaje que es humano. La parte de atrás del escenario, más elevada que la de adelante, es decir con la altura necesaria para limitar el espacio de la acción, también es de color negro. En resumen el ámbito escénico va a estar dentro de dos grandes rectángulos negros. El frente puede ser circular para dar la sensación de tratarse de una isla. Previo inicio de la obra y entre acto y acto se sugiere musicalizar la historia. Cada tema será cuidadosamente seleccionado acorde a los acontecimientos.





ACTO PRIMERO





El escenario está totalmente oscuro. Una luz ilumina al presentador de esta historia, que llamaremos “Titeretín”, por su función específica de títere o persona narrador (Berta Finkel “El títere y lo titiritesco en la vida del niño”) parado en medio del borde del escenario con una silla en la mano. Su cara está pintada de blanco como los mimos. Su boca de un rojo fuerte tiene la mueca de media sonrisa y la mueca en su otra mitad de tristeza. Del lado de la risa tiene una lágrima cayendo de color negro. Del lado de la tristeza un cachete rosado. Del lado de la sonrisa tiene una ceja caída y una ceja alta del lado de la tristeza. Su pelo se divide en dos también. Del lado de la tristeza lo tiene parado del lado de la risa llovido y aplastado. Se viste con un mameluco. De alguna manera se quiere representar en una sola cara las dos máscaras del teatro.

Se mueve por el escenario de extremo a extremo llevando la silla. La luz lo sigue. Mira al público evitando la molestia que le causa la luz con una mano haciendo visera.


TITERETÍN. – (Dirigiéndose al público con un ademán pomposo) ¡Bienvenidos! Yo soy... soy(Deja la silla a un lado, junta sus manos y agacha la cabeza en un gesto de desconcierto)Bueno... ustedes me conocen. No. No, claro. Cómo van a conocerme. (Se sienta en la silla, cruza las piernas y medita por unos segundos) Yo soy... soy... bueno qué importa quién soy. Ya nadie me llama por mi nombre. Lo importante es saber para qué estoy aquí… Para contarles una historia de amor. Es una historia triste pero que a mi entender tiene un final que...

EL FARO. – (Desde la oscuridad con voz ronca) Che, a nadie le interesa tu opinión y menos que contés el final de ninguna historia. Crees que el público es tonto. Comenzá con las presentaciones que para eso viniste.

TITERETÍN. – Sí, y para contar la historia...

EL FARO. – Parte de la historia. ¡Que quede bien claro!

TITERETÍN. – (Con bronca se para y patea el piso) ¡Luces por favor! (Se ilumina al Faro)Este mandón como verán es el Faro. Uno de los personajes de la historia que comienza en esta pequeña isla cerca de la costa rodeada por el mar.


Hace un gran ademán, toma la silla, mientras todo lentamente se va iluminando dejando ver una pequeña isla dominada por un faro abandonado. Se escucha permanentemente el sonido del mar que se mueve con dos olas cerrando la parte delantera del escenario. A un lado del Faro hay un rosal que tiene tan sólo una Rosa. Esta es de color té. La iluminación debe sugerir un amanecer.


TITERETÍN. – (Al Faro amenazándolo con la silla) Me voy. Pero sabés muy bien que voy a volver. Porque esta historia sin mí no es lo mismo. Sale con su silla muy indignado por donde entró.

EL VIENTO. – (Entra por la izquierda. Pasa corriendo rodeando al Faro que está en el centro del escenario) Farooo... (Sigue hasta el otro extremo corriendo y girando) Farooo... (Sale por la derecha después de rodear al rosal).


Entra la Nube y para su andar a un lado de la enorme cabeza del Faro.


LA NUBE. – (Al Faro que esta muy callado) ¡Qué lindo día!

EL FARO. – He visto mejores.

LA NUBE. – Perdoname yo...

EL FARO. – No tenés de que disculparte. Mi ceguera hace que pueda ver otras cosas. Igual puedo apreciar un bello día.

EL VIENTO. – (Entrando con su alboroto) Pensé que dormías Faro. Estuviste ignorándome. A mí al poderoso Viento.

EL FARO. – (Mintiendo) Mis muros están saturados de sonidos. Hay días que amanecen con sordera.

EL VIENTO. – ¡Mentís! Nunca te gustó mi presencia.

EL FARO. – (Condescendiente con el espíritu altivo del Viento) ¿Qué te lleva a opinar eso si se puede saber?

EL VIENTO. – Porque cuando soplo con fuerza erosiono tus paredes y eso te molesta.

EL FARO. – (Con total sinceridad) Para eso tendría que temerle a la muerte y no le temo. No tengo un buen día eso es todo.

EL VIENTO. – (En tono de arrepentimiento) Hoy sólo soy una brisa y pienso quedarme por aquí unos días me gustaría que no estuvieses disgustado conmigo.

EL FARO. – Quedate tranquilo estoy enojado conmigo mismo.


Se escucha una voz que es la del mar. No está personificado. Forma parte de la escenografía cerrando el frente del escenario. Dos hileras de oleajes separadas entre sí que pueden tener movimiento cuando habla. Junto a una luz, ubicada en el medio, que se intensifica al modular cada sílaba. Entre ambas debe quedar espacio para el movimiento de títeres.


EL MAR. – ¡Viento!

EL VIENTO. – (Acercándose a la luz que se intensifica al llamarlo) ¿Qué querés Mar?

EL MAR. – (Por lo bajo para que no escuche el Faro) Tenés que entenderlo. Es un gigante que domina el horizonte y no puede verlo. Ese es uno de los motivos de su tristeza.

EL VIENTO. - ¿Cuáles son los otros?

EL MAR. – A igual que todos nosotros tiene más de un motivo para la tristeza.

LA NUBE. – (Viendo acercarse al Zepelín) ¿Qué cosa es esa que se desplaza como una nube?

VIENTO. – Es un dirigible.

LA NUBE. – Parece un globo.

EL FARO. – En alguna medida lo es. Está lleno con helio y su estructura es flexible.

VIENTO. – Se hace llamar Zepelín por el Graf Zeppelín pero es mucho más pequeño. Se escapó de los hangares donde son guardados y desde entonces vaga libremente.

LA NUBE. – ¿Y a qué viene? Es amigo de ustedes.

EL FARO. – Es un viejo conocido. Pero no viene por nosotros. Viene a ver a la Rosa.

EL VIENTO. – (Rodeando a la Rosa y volviendo al lado del Faro) No despierta aún.

LA NUBE. – ¿Por qué viene a ver la Rosa?

EL FARO. – Porque está enamorado de ella.



SE APAGAN LAS LUCES





ACTO SEGUNDO





Iluminan un extremo del escenario donde está el Titeretín sentado en su silla con las piernas cruzadas.


TITERETÍN. – Un Zepelín enamorado de una Rosa. Parece curioso. (Hace una pausa) El amor es algo curioso. Llega este enorme enamorado cuando aún es el amanecer para verla despertar. Por lo que deduzco que no debe existir cosa más bella que presenciar el despertar del ser que se ama. (Se para, toma la silla y sale) Me voy antes que me eche ese Faro cascarrabias (Lo dice alto mirando hacia la oscuridad donde se supone está el Faro) ¡Faro egoísta! Sabés una cosa... ssssabés una cosa (Duda. No sabe qué decir) ¡Esta silla es mía! (Dice finalmente y sale de escena. La luz lo sigue y se apaga).


Se ilumina al Zepelín que avanza con lentitud.


ZEPELIN. – (Hablando para él) Mi padre fue un aeroplano muerto de horizonte. Me hablaba de amaneceres y de estrellas.


Se ilumina todo el escenario.


ZEPELIN. – Mi madre era una nube mimada por los vientos (Al ver a la Nube se acerca a ella)¿Madre?

LA NUBE. – No soy tu madre.

EL ZEPELÍN. – ¿Acaso sabe algo de ella?

LA NUBE. – ¿Cómo era ella?

EL ZEPELÍN. – Se parecía a usted.

LA NUBE. – Todas de alguna manera nos parecemos.

EL ZEPELÍN. – (Alejándose y deteniéndose sobre la Rosa) Disculpe usted.

LA NUBE. – (Al Faro. Habiéndose alejado el Zepelín) Ignora que nuestro destino es disiparnos en una lluvia o simplemente perdernos en el aire. Su madre seguramente murió hace años.

EL FARO. – Supongo que él la seguirá buscando.

LA NUBE. – Nadie con corazón le diría la verdad.

EL MAR. – Él escapó de los hombres aprovechando los buenos vientos. Desde entonces vaga por el cielo.

LA NUBE. – ¿Y cómo es que no conoce nuestro destino tan efímero y afirma ser hijo de una nube?

EL MAR. – Porque él no quiere reconocer que fue construido por hombres. La raza bárbara del norte del viejo continente. Lo avergüenza tanto que dice ser hijo de un aeroplano y una nube.


La luz se vuelve tenue e ilumina el despertar de la Rosa.


EL FARO. – (En lo alto le cuenta a los demás mientras la Rosa se despereza) Al rosal lo plantó hace cuatro estaciones un marinero. Había llegado hasta este confín en una embarcación pequeña pero segura. Pensé que se quedaría con su rosal, ya que le había costado trabajo encontrar un sitio para él entre las piedras (El Zepelín es el que lo escucha con más atención) Yo conozco a los humanos uno de ellos me habita. Un joven de ojos tristes que jamás sale. Otros me construyeron. Hace muchos años. Pero partieron como el marinero. Desconozco su origen. Su lenguaje se asimilaba al de las bestias y sus maneras eran grotescas.


El Zepelín rodea a la Rosa para no perderse su hermoso despertar. Cuando en uno de sus giros se acerca al mar este le dice en voz baja.


EL MAR. – Miente.

EL ZEPELÍN. – ¿Quién?

EL MAR. – El Faro. Nadie lo habita. Desde que quedó ciego lo abandonaron.

EL ZEPELÍN. – ¿Por qué se empeña en mentirnos?

EL MAR. – No les miente a los demás sino a él mismo. A veces nos engañamos para poder continuar con nuestras vidas.

EL FARO. – (Sospechando que se hablaba de él) ¿Mar?

EL MAR. – Sí, Faro.

EL FARO. – Vos que sos tan sabio, ¿cuando nos olvidan dejamos de existir?

EL MAR. – (Reconociendo a su pesar) En parte... sí. Tal vez así sea.

EL FARO. – (Con voz triste) Quien me construyó lo hizo para mi soledad. Se aseguró, sin embargo, que mis muros fueran gruesos para guardar todos los ecos porque me esperaba el abandono. Cuando mi ojo de luz brillaba y parpadeaba para los barcos yo nunca había pensado en la muerte.

EL ZEPELÍN. – (Elevándose hasta la cabeza del Faro) ¿Por qué pensar en la muerte?

EL FARO. – (Moviendo su torpe ojo ciego) ¿Por qué enamorarse de una Rosa? Apenas te mira.

EL ZEPELÍN. – (Entendiendo que no hay rencor en su pregunta) Eso ya es un milagro.

EL FARO. – (Con afecto y voz paternal) ¿Con tan poco te conformás?

EL ZEPELÍN. – No, los milagros no son poca cosa.


El viento que iba y venía corriendo en remolino seguía la conversación con interés.


VIENTO. – (Al Zepelín) ¿Pero por qué enamorarse de un ser tan efímero?

EL ZEPELÍN. – ¿Por qué no enamorarse?

EL VIENTO. – No entendés...

EL ZEPELÍN. – No, el que no entendés sos vos ¿Qué importa si es un mes o un año o dos horas? ¿Quién puede mensurar el amor en tamaño y en tiempo?

EL VIENTO. – El amor no correspondido es doloroso...

EL ZEPELÍN. – (Opinando con sorna) Algún resquicio, algún descuido siempre existe en un amor no correspondido. Hay que estar atento y ser inteligente para descubrirlo y aprovecharlo. No es conformarse con poco. No hay que confundirse en ello. Es el instante de luz que tenemos que atrapar. Podemos llamarlo felicidad y esta se da apenas un instante. Toda felicidad que dura es desgracia como suele decirse.

EL VIENTO. – (Sin vueltas y refiriéndose a la Rosa) ¿Y con esa engrupida pensás encontrar un resquicio, un rayito de amor?

EL ZEPELÍN. – ¿Por qué no?

EL VIENTO. – (Con el ímpetu que lo caracteriza) ¡Sabés que pienso: ¡Que sos un verdadero tonto!

EL ZEPELÍN. – Tal vez, pero enamorado. A diferencia tuya soy un tonto rico.

EL VIENTO. – ¡Allá vos!


El Viento se aleja molesto ante la terquedad del Zepelín. El Mar, el Faro y la Nube, guardan silencio.





SE APAGAN LAS LUCES





ACTO TERCERO





Se enciende una luz que ilumina solamente a Titeretín. Está sentado en su silla al revés. Apoyando sus brazos en el espaldar y apoyando el mentón en sus manos.


TITERETÍN. – Cuánta porfía. Jamás se pondrán de acuerdo ¿El amor suele ser un engaño? Pero cómo hacérselo saber a alguien enamorado. (Entusiasmándose) Ahora vamos a ver el momento esperado. Especialmente por nuestro amigo el Zepelín: el despertar de la Rosa.


Titeretín desaparece en la oscuridad. La luz comienza iluminando el escenario desde el lugar donde la Rosa finalmente despierta. Un gran sol está ubicado en la parte superior izquierda del escenario. Desperezándose la Rosa pregunta lo de todas las mañanas.


LA ROSA. – ¿Acaso han visto al Señor?

EL MAR. – No, no lo hemos visto.

LA NUBE. – ¿A qué señor se refiere?

EL FARO. – Al que la plantó. Ella cree que volverá por el rosal para trasplantarlo a un sitio mucho más bello.

LA ROSA. – (Ignorando al Zepelín y dirigiéndose a la Nube) ¿Trajiste agua para mí?

LA NUBE. – Sí, pero tendrás que esperar. No estoy lista aún.

LA ROSA. – (Empezó a contar sus pétalos color té) Se necesitó mucho estiércol para mis pétalos.

EL ZEPELÍN. – (Pasando con un suave vuelo que hizo temblar sus pétalos) ¡Buen día!

LA ROSA. – (Sin contestar al saludo y a título de reproche) ¡Otra vez aquí! Estuviste ayer.

EL ZEPELÍN. – (Alegrándose) Sí, es verdad, pero ayer fue hace mucho tiempo.

EL VIENTO. – Hace más de una semana que anda por aquí.

LA ROSA. – (Con desprecio) No hay mucho para ver en esta isla insignificante.

EL ZEPELÍN. – (Con sinceridad) Es un buen lugar.

LA ROSA. – ¡Por favor! ¿Qué tiene esta isla de bueno?

EL ZEPELÍN. – Te tiene a vos.

EL VIENTO. – (Bromeando con el Faro) Ahí va el tipo con su teoría del resquicio.

LA ROSA. – Entonces es cierto esa tontería de que estás enamorado de mí.

EL ZEPELÍN. – No tiene nada de tonto.

LA ROSA. – Un Zepelín enamorado ¿Cómo se explica eso? Es como si el Faro se enamorara.


Todos guardan silencio.


EL FARO. – (Sabiendo de los crueles que pueden ser los comentarios de la Rosa) No veo por qué no pueda enamorarme. Las piedras de mi estructura no me lo impiden. Nadie me lo impide. Puedo enamorarme de la estrella de la mañana, de las olas que llegan con su cresta blanca...

EL VIENTO. – (Interrumpiendo con su atropello molesto e inoportuno) De la isla...

EL FARO. – (Suspirando porque golpearon en un lugar profundo) Sí, de la isla que contiene a mis cimientos y estoy unido a ella de alguna manera. Sólo lamento una cosa...

EL MAR. – (Ayudándolo en ese trance difícil) Sí, no poder ver nada de todo ello. Ni siquiera la insignificancia de la Rosa.


Todos vuelven a callar ante al autoridad del Mar. Especialmente la Rosa que recibió un reto que no olvidaría así nomás.


EL ZEPELÍN. – (Advirtiendo de lo tensa de la situación y viendo la tristeza en el ojo muerto del Faro se apresura a cambiar de tema preguntándole a la Rosa) No sé tu nombre.

LA ROSA. – (Como volviendo de un lugar lejano llevada por la reprimenda del mar parece no entender lo que le dice el Zepelín) El Señor no supo darme uno.

EL ZEPELÍN. – Puedo darte uno si querés. He visto mucho mundo y escuchado miles de nombres...

LA ROSA. – ¿Podrías...?

EL ZEPELÍN. – Por supuesto. Sería verdaderamente un placer.

LA ROSA. – (Con impaciencia) Bueno... adelante.

EL ZEPELÍN. – (Comenzó a dar círculos bajos alrededor de ella como pensando) A ver, a ver, ¿cuál te quedaría?

LA ROSA. – (Enojándose) ¡Te estás burlando de mí...!

El ZEPELÍN. – No, en absoluto, estoy buscando uno para tu belleza ¿Qué te parece (Calla haciéndose desear) Monelle?

LA ROSA. – ¡Monelle! (Repite dándole otra entonación) Monelle. Me gusta ¿De dónde lo sacaste?

EL ZEPELÍN. – Eso no tiene importancia. Tal vez sí hay que recordar lo que le escuche decir a Monelle: “yo soy la que está sola” y “soy la que se pierde tan pronto como se la encuentra”.

LA ROSA. – ¿Me parezco algo a ella?

EL ZEPELÍN. – Sí, en su belleza, (Calla) en su firmeza también. Pero ella era una criatura de la noche.





SE APAGAN LAS LUCES





ACTO CUARTO





Iluminan un extremo del escenario donde Titeretín está oculto detrás de la silla.


TITERETÍN. – (Asomándose y hablando por lo bajo) ¡Grande Zepelín! Ya la tenés ¡Tigre! Hace unos días ni te dirigía la palabra y ahora fijate ¡Esa presumida! ¿Quién se piensa que es? La princesa de las islas olvidadas ¡Zepelín viejo y peludo nomás! (En tono de perplejo reconocimiento) Lo que es tener mundo, che. Un poco de labia y las tenés muertas, comiendo de la mano...

EL FARO. – ¡Che, te podés callar!

TITERETÍN. – El oído de este Faro me tiene podrido.


La luz lo sigue hasta salir y se ilumina al Faro, a la Nube conversando con el mar. De los personajes sólo falta el Viento.


LA NUBE. – (Observando el cortejo del Zepelín a la Rosa) ¿Se puede querer algo que no se tiene?

EL FARO. – No sé. Entiendo que sólo ofrecemos aquello que recibimos.

LA NUBE. – (Refiriéndose al Zepelín) ¡Qué actitud tan extraña la de enamorase un... un... bueno, ese globo!

EL MAR. – Fue construido para la guerra. Pero era vulnerable. Supongo que eso desarrolló su sensibilidad.

LA NUBE. – Lo que más siento es que la Rosa nunca lo aceptará.

EL FARO. – ¿Por qué se engaña habiendo mostrado inteligencia?

EL MAR. – Tal vez porque el amor parta del engaño.


La luz lo abandona y se dirige al Zepelín y a la Rosa.


LA ROSA. – ¿Cómo puedo creer en el amor de alguien que siempre se va?

EL ZEPELÍN. – Siempre vuelvo. Mi forma de viajar es regresar siempre. Estoy a merced de los vientos que entienden de las cosas libres. Porque ellos me dieron mi libertad y mi destino.

LA ROSA. – Te alejan de mí.

EL ZEPELÍN. – Lo que me aleja de vos es tu indiferencia.

LA ROSA. – ¿Dónde se ha visto un amor de este tipo?

EL ZEPELÍN. – Donde el amor no exista.

LA ROSA. – ¿Podés darme una casa blanca?

EL ZEPELÍN. – ¿Para qué querés una casa blanca?

LA ROSA. – Para habitar el centro de su enorme jardín.

EL ZEPELÍN. – (Con modestia) Sólo tengo horizontes para darte.

LA ROSA. – No puedo volar, no puedo desprenderme de mis raíces. Moriría.

EL ZEPELÍN. – Yo podría aterrizar a tu lado. Dejaría el cielo por tu amor.

LA ROSA. – Yo no cambiaría volar por nada del mundo.


La luz los sume en la oscuridad e ilumina al Faro, a la Nube conversando con el mar.


EL FARO. – Está luchando por su amor.

EL MAR. – (Con firmeza) Está perdiendo. Ella ignora algo importante.

LA NUBE. – ¿Qué?

EL MAR. – Que quién le da vida es el rosal.

EL FARO. – ¿Cómo puede ignorar semejante verdad? Y además ese cuento de la casa blanca y el jardín...

EL MAR. – La vanidad hace a veces de nosotros figuras patéticas.

LA NUBE. – Lo hace para hacer sufrir al Zepelín.

EL FARO. – ¿Cómo puede comportarse así?

EL MAR. – Tal vez lo que necesite sea un espejo y no alguien que la ame.


La luz vuelve al Zepelín y a la Rosa.


LA ROSA. – (Con el firme afán de despacharlo) Seguro que tenés un largo viaje por recorrer. Como mi Señor que recorre los mares en su embarcación.

EL ZEPELÍN. – (Insistiendo por su amor) He viajado demasiado. Creo haber encontrado mi lugar. Lo encontré cuando me ganó el cansancio.

LA ROSA. – ¿Cuál es ese lugar?

EL ZEPELÍN. – Esta isla.

LA ROSA. – (Volteándose y tratándolo de usted) Le deseo un buen viaje.


La oscuridad los oculta. Se ilumina el lugar donde está el Faro y la Nube hablando con el Mar. Se les suma el Zepelín en vuelo cabizbajo.


EL ZEPELÍN. – ¿Cómo puede un ser bello enamorarse de un monstruo fabricado por hombres bárbaros?

EL MAR. – La vida no es un error. Por eso amigo mío quien te dio vida acertó en ello.

EL ZEPELÍN. – Todo es inútil. Hay cosas que jamás podré hacer: abrazarla, bailar con ella, besarla...

LA NUBE. – Podrás amarla como nadie. Estás para honrarla y honrarte por ello. No te hace tanto daño a vos su vanidad como se lo hace a ella misma.


El Zepelín desconsolado sale de escena perdiéndose en la oscuridad.





SE APAGAN LAS LUCES





ACTO QUINTO





Se encienden las luces. Titeretín está al borde y hacia el centro del escenario. De pie tiene apoyada ambas manos en el espaldar de la silla con los brazos estirados.


TITERETÍN. – (Mirando de golpe hacia abajo) ¡Sí, no me lo tenés que recordar! Perdí la apuesta. Te debo los diez (Pausa) ¡Ah, sí, eran veinte! Ahora no los tengo (Dirigiéndose al público) ¡Caramba! Me jugué entero por el Zepelín. Ya la tenía en la bolsa. Se le escapó por un pelito. (Con voz arrabalera) ¡Mina difícil! Bueno, que le voy a hacer, uno no siempre acierta. Perdí diez mangos (Mirando nuevamente hacia abajo) ¿Qué? ¡Bueno sí, son veinte! ¡Estos titiriteros!

EL FARO. – ¡Che, a lo tuyo!

TITERETÍN. – (Protestando) ¡Otro!... Sí Faro, ya voy ¿En dónde estábamos? Ah sí. El Zepelín regresó pronto con ímpetus renovados. Pero algo ocurría con la Rosa que tanto amaba. Había sufrido un profundo cambio en su aspecto. Bueno me voy antes que me rajen. (Con la confianza de viejos amigos) Che, Faro, ¿no tenés unos veinte para prestarme? (Se escucha un rugido)¡Está bien, era una broma! ¡Qué carácter tiene este tipo! ¡Ma sí, mejor me voy!


Toma su silla y sale. Se encienden las luces. La Rosa está marchitándose. El Zepelín entra por uno de los extremos. Todos se alegran al verlo.


EL ZEPELÍN. – ¡Buenos días tengan todos ustedes!

LA NUBE. – ¡Buenos días! ¿Dónde estuviste?

EL ZEPELÍN. – Vagando por allí. Pensando.

EL FARO. – ¡Buenos días amigo!

EL ZEPELÍN. – (Desde lo alto) ¿Buenos días, Monelle?


La Rosa no contesta. Hace un vuelo rasante y descubre que no se encuentra bien.


LA ROSA. – (Con profundo resentimiento) ¿Qué tienen de buenos?

EL ZEPELÍN. – Estás enferma. Pobrecita mi Monelle. Ya te vas a aliviar. Regresé para estar con vos.

LA ROSA. – (Con firmeza) ¡No quiero que te quedés!

EL ZEPELÍN. – (Contradiciéndola con entusiasmo) Ya es tarde. Tuve todos los viajes tuve todas las vidas posibles. Mi decisión es quedarme y a pesar de tus protestas te voy a hacer compañía.


La luz los abandona para iluminar al Faro, a la Nube que hablan con el Mar de la pareja.


LA NUBE. – ¿Vale la pena querer así?

EL MAR. – La única explicación está en él.

EL FARO. – Se le están cayendo los pétalos.

EL MAR. – Ella no sabe que morirá.

EL FARO. – ¿Va a morir?

EL MAR. – Sí y vendrán otras en su lugar.

LA NUBE. – ¿El Zepelín lo sabe?

EL MAR. – Supongo que sí.

LA NUBE. – Así y todo la ama.

EL MAR. – El amor es así. Y la amará aún más después de su muerte.

EL FARO. – (Sin entender) Pero... vendrán otras rosas. No me dijiste eso.

EL MAR. – Sí, pero él amará a Monelle, a su rosa color té.


Entra el viento y se une a la conversación


EL VIENTO. – Estuve llevándome los pétalos caídos de Monelle bien lejos, para darle a sus últimos días un poco de dignidad.

EL FARO. – (Contagiado de tanta tristeza) Hay días en que yo deseo morir.

Para completar esta muerte a medias en que me han dejado. El abandono es una de las formas de la muerte. Pero no es total. Un día juntaré todo este cansancio y a mi ceguera agregaré mi corazón.

LA NUBE. – ¡Pobrecita su deterioro es vertiginoso!

EL VIENTO. – La vida se le escapa demasiado rápido.


La luz ahora enfoca el lugar donde están la Rosa y el Zepelín.


LA ROSA. – ¡Mirá que sos terco!

ZEPELÍN. – (Bromeando) Y vos cascarrabias. Desde que llegué me estás retando. Te parecés a los que me fabricaron. Siempre con el ceño fruncido. Dando órdenes. Suerte que no podés caminar sino harías el paso de ganso.

LA ROSA. – ¿Qué es eso?

EL ZEPELÍN. – La forma bestial con que marchan las tropas de los bárbaros.

LA ROSA. – ¿Por qué te escapaste?

EL ZEPELÍN. – Para buscarte.

LA ROSA. – (Entusiasmándose) Dale, te pregunto en serio.

EL ZEPELÍN. – Me construyeron para la guerra y la esclavitud.

LA ROSA. – Habrás sufrido mucho.

EL ZEPELÍN. – Tanto como para huir de esos animales. Todo pueblo que tiene la tecnología como objetivo central de su desarrollo humano se transforma en miserable asesino.

LA ROSA. – (Temblándole la voz) No me siento bien podrías conseguirme un poco de agua.


Se ilumina en su totalidad el escenario. El Zepelín se eleva hasta la Nube.


EL ZEPELIN. – Nube necesito un poco de agua para Monelle. No se siente nada bien. (Mirando a todos) Por primera vez, mis amigos, siento miedo.

LA NUBE. – Voy para allá.


Se mueve hasta quedar sobre la Rosa y exprime unas abundantes gotas. El Zepelín vuelve a ella.


EL ZEPELÍN. – ¿Te sentís mejor?

LA ROSA. – Sí, gracias.


De pronto se duerme como si hubiese sufrido un desmayo. Como una breve anticipación de su muerte.





SE APAGAN LAS LUCES





ACTO SEXTO





La luz ilumina a Titeretín que está sentado en su silla con las manos en su regazo. Tiene la cabeza gacha y la levanta a medida que comienza a hablar.


TITERETÍN. – El tiempo inexorablemente se hizo cargo de Monelle. Todos sus pétalos han caído ya. De ella queda una ramita con hojas y espinas y una pequeña cabecita agonizante de donde sale un hilito de voz. El amor del Zepelín no mermó en lo más mínimo. Era su rosa y estaba con ella (Toma su silla y sale) ¿Qué más se puede pedir?


Se ilumina al Zepelín y a la pobre Rosa.


LA ROSA. – (Con una débil voz) Quiero que me perdonés.

EL ZEPELÍN. – ¿Por qué?

LA ROSA. – Porque te traté bastante mal y lo que es peor nunca tomé en serio tu amor.

EL ZEPELÍN. – No tengo nada que perdonarte.

LA ROSA. – Yo ignoraba que podía sucederme esto.

EL ZEPELÍN. – Debe estar escrito en tu naturaleza.

LA ROSA. – Durante todo este tiempo pensé que lo más importante que tenía eran mis pétalos.(Toma aliento para continuar) Y sabés una cosa (Duda si decirlo), no sé si tengo corazón y si lo tengo, no sé dónde puede estar.

EL ZEPELÍN. – (Tranquilizándola) En algún lugar todos tenemos uno.

LA ROSA. – Yo no sé lo que es el amor. Pero si es este estremecimiento de felicidad que me recorre a pesar de mi agonía entiendo que viene de mi corazón.

EL ZEPELÍN. – (Hablándole muy bajo) Creo lo mismo.

LA ROSA. – Lo curioso es que se intensifica cuando estás a mi lado. Si se trata de amor y de mi corazón te pertenecen.

EL ZEPELÍN. – (Con una desgarrante súplica) ¡No me dejés solo!

LA ROSA. – (Consolándolo) ¡Pobre mi Zepelín habías encontrado tu lugar!

EL ZEPELÍN. – Y mi amor.

LA ROSA. – Hubiese preferido tener alas y no pétalos. Para volar junto a vos y compartir tus horizontes.

EL ZEPELÍN. – Siempre estuviste en cada uno de ellos.


Se encienden todas las luces.


EL MAR. – ¡Se acerca un bote!

EL FARO. – (Moviendo su ojo ciego) ¿Por dónde?

EL MAR. – Por el norte.

LA ROSA. – (Tomando fuerzas de su agonía) ¡Es el Señor!

EL MAR. – (Lamentando tener que decir la verdad) No, son dos soldados. Reman desde un submarino.

EL VIENTO. – Sí y vienen con fusiles.

LA NUBE. – ¿Qué querrán dos soldados en esta isla solitaria?

EL FARO. – (Ilusionándose) ¿Y si fuera el reemplazo de mi ojo?

EL ZEPELÍN. – (Con resignación y cansancio en su voz) Vienen por mí...

LA NUBE. – ¿Y por qué vienen por vos?

EL ZEPELÍN. – Soy un fugitivo. Hace años que me buscan. Nunca estuve mucho tiempo quieto en un lugar (Calló por unos segundos) Me encontraron.

EL FARO. – ¡Andate! ¡Estás a tiempo!

EL ZEPELÍN. – (Mirando a su Rosa agonizar) No. Me voy a quedar.

LA ROSA. – (Sacando fuerzas de donde ya no tenía) ¿Están seguros que no es el Señor?

EL MAR. – (Compadeciéndose ante tamaña insistencia) No, Monelle, son dos soldados.

LA ROSA. – ¡Oh, Señor! ¿Por qué me abandonaste?


La Rosa se inclina levemente y muere. El Zepelín hace lo que nunca había hecho hasta ahora, aterriza a su lado.


EL ZEPELÍN. – (Sin encontrar consuelo) ¡No puede ser! La vida no puede cometer este tremendo error.

EL FARO. – (A la Nube) Quiere llorar y no puede.

LA NUBE. – ¿Por qué no podrá?

EL FARO. – Sus ingenieros no le dieron esa función.

LA NUBE. – Tampoco la de fugarse y enamorarse.

EL FARO. – ¡Por suerte! ¿Qué sería de este mundo si algo no se les escapase?

LA NUBE. – (Mirando con tristeza al Zepelín) ¿Cómo ahogar una pena sin llanto?

EL FARO. – No sé. No conozco otra forma.

LA NUBE. – Salvo morirse de tristeza.





SE APAGAN LAS LUCES





ACTO SÉPTIMO





La luz se enciende en un extremo del escenario donde entra Titeretín con su silla a rastras como trasladando un peso terrible. Camina con una lentitud extrema. La luz lo sigue en su postura de dolor hasta el centro del escenario. Mira al público y tarda unos segundos en comenzar su relato.


TITERETÍN. – Una nube negra cubre la isla. El dolor se apodera del espíritu de todos ¡Qué cosa curiosa! La dicha nunca se da completa: en el momento que el amor se abría camino tropezó violentamente con el escollo de la muerte. Pero no olvidemos algo: salvo el amor todo tiene final. Y esa enseñanza, como verán, es la que nos deja nuestro amigo el Zepelín.


Se apaga la luz que lo ilumina. Se enciende totalmente y Titeretín ya no está. El Zepelín sigue a un lado de su rosa. El resto en silencioso dolor.


EL VIENTO. – (Rompiendo el silencio) El amor es una trampa pero qué sería de nosotros sino cayéramos en ella.

LA NUBE. – ¡Pobre, su única culpa fue amarla!

EL FARO. – No podemos culpar a nadie por amar y menos compadecernos.

EL MAR. – ¡Bienaventurados aquellos que han llegado a amar!

EL FARO. – Observen está colocado de costado. Esa postura lo está lastimando. No es una posición natural para un aeróstato.

EL VIENTO. – Hizo un esfuerzo para rodear a Monelle.

EL MAR. – Sí, es como una ballena encallada. Está cediendo su estructura por su propio peso.

LA NUBE. – Su voluntad no es levantarse.

EL FARO. – Su propio peso lo matará.

EL VIENTO. – ¡Los soldados se acercan!

EL FARO. – ¡Por favor Zepelín vienen los soldados!


El Zepelín no contesta. Un bote con dos soldados remando entra por el medio de los oleajes.


EL MAR. – El Zepelín no se va a mover de allí.

LA NUBE. – (Gritando dominada por los nervios) ¡Te atraparán y te encerrarán en un lugar donde nunca vas a poder escapar!

EL VIENTO. – (Con una seguridad que llenó a todos de inquietud) No vienen a llevárselo. Vienen a usar sus fusiles.

LA NUBE. – ¡Dios mío!

EL FARO. – (Con desesperación) ¡Por lo que más quieran, debemos hacer algo!

EL MAR. – Voy a formar un oleaje para voltear el bote y desalentar a los soldados.

EL VIENTO. – Yo voy a soplar con fuerza para ayudarte. Va a ser divertido tirar al agua a esos salvajes.


El viento baja hasta la proa del bote y las olas se mueven con más intensidad. El bote sale de escena dando volteretas arrojando al agua a sus tripulantes.


EL FARO. – (Mirando al Zepelín a los pies de la Rosa) ¿Por qué no se consuela?

LA NUBE. – Porque los seres bondadosos no creen en el consuelo. Piensan que es un engaño.


Vuelve el viento muerto de risa.


EL FARO. – (Sorprendido) ¡Tan rápido!

EL VIENTO. – Los hicimos pelota contra las rocas de la playa (Gritando) ¡Hooombre al aguaaa!

EL MAR. – Se agarraron un julepe de la gran siete. El bote quedó destruido. Van a tener que volver al submarino a nado.

LA NUBE. – (Sin medir la trascendencia de sus palabras) ¿Y eso fue todo?

EL MAR. – Tanto el Viento como yo no tenemos en nuestras esencias asesinar. Generamos catástrofes es cierto. Pero eso es un dictamen de la naturaleza. Algo que nos rige y no podemos modificar y que nos mortifica cuando lastimamos a alguien.


Lamentablemente la tranquilidad traída por el Mar y el Viento dura poco. Los gestos de alegría se borran violentamente. Entran los soldados todos mojados, cojeando y quejándose por las consecuencias de los golpes del accidente.


EL FARO. – (Ante el silencio general) ¿Qué sucede?

LA NUBE. – Llegaron los soldados. Se salvaron del naufragio.

EL FARO. – (Desde la impotencia de su ceguera) ¡Hay que salvar al Zepelín! ¡Soplá viento! ¡Soplá que lo van a matar! Tiene que despegarse del suelo y tomar vuelo.


El Viento sopla con fuerza y hay gran alboroto en el escenario.


EL VIENTO. – Si soplo más fuerte voy a arrancar de raíz al rosal.

EL MAR. – Es inútil cuanto soplés Viento porque es poderoso el lazo que lo aferra a ese sitio. Nada ni nadie podrá moverlo.


Los soldados con la cruz svástica en sus brazaletes levantaron sus fusiles apuntando al Zepelín. El Viento hace un último esfuerzo golpeando a los soldados con una fuerte ráfaga. Sólo evita que un disparo se eleve al cielo. El otro da en el cuerpo del Zepelín.


LA NUBE. – (Fuera de sí) ¡No, asesinos!


El Zepelín se estremece al recibir el impacto fatal. Comienza a desinflarse lentamente. La furia del Viento es incontrolable. Empuja a los soldados hasta arrojarlos al agua. El Mar se encarga de alejarlos hacia su interior. No quiere ahogarlos. Les tiene una profunda lástima.


EL MAR. – (Justificándose) El único en la naturaleza capaz de asesinar es el hombre.

EL ZEPELÍN. – Veo sombras yo que soy de la luz. Mi estructura cede ante la pérdida de mi interior gaseoso ¡Qué suerte la mía, la muerte me llega para acompañar a mi Rosa!


Finalmente, tras breve agonía, el Zepelín muere arqueado alrededor de su Rosa.


LA NUBE. – (Que había comenzado a derramar unas gotas que no eran de lluvia) ¿Qué ganó con ese amor?

EL MAR. – Engañar a la muerte.

LA NUBE. – Pero si está muerto.

EL MAR. – Vivirá eternamente por su amor.

EL VIENTO. – Prefirió el amor a su propia vida.





SE APAGAN LAS LUCES





ACTO OCTAVO





Se ilumina al Sol persiguiendo a la Luna. Entran por la izquierda y salen por la derecha. La Luna se manifiesta con inquietud ante la persecución. Se repite varias veces. Puede estar acompañado por un juego de altibajos enloquecidos de luces. Debe dejar bien clara la idea del paso de los días. Finalmente es el Sol el que queda en medio y hacia arriba del escenario. La luz se mantiene en él y luego se suma una iluminación para Titeretín Personaje sentado cómodamente en su silla en un extremo del escenario.


TITERETÍN. – ¡Ahora sí! Nadie me mueve de aquí. Saben por qué: primero porque el Faro dejó de ser el cascarrabias que me hacía la vida imposible y segundo porque es el octavo y último acto.


Otra luz ilumina al viento.


EL VIENTO. – La muerte de nuestro querido amigo Zepelín encendió la vida en esta isla abandonada. De su cuerpo una gran luz se desprendió y desde entonces, en la isla, hay una claridad como un regalo del cielo.

EL MAR. – El submarino fue detectado y decidieron darle importancia a la isla.

TITERETÍN. – El principal beneficiado fue el Faro que recibió su ojo tanto tiempo esperado por él. (Hablando bajito) Ahora puede contemplar en toda su extensión a la isla y profesarle su secreto amor.


Otra luz, todas individuales, ilumina al Faro.


EL FARO. – (Con luz intermitente en su ojo) La Nube siguió su camino y el destino de esos seres bondadosos y efímeros.

EL VIENTO. – A medida que el tiempo pasa más comprendemos la importancia que tubo el Zepelín para todos nosotros. Esa breve temporada que coincidió con la vida de Monelle cambió la de esta isla abandonada.

EL FARO. – (Una nueva luz ilumina el extremo del escenario donde un anciano rema con su bote. Se baja y la luz lo sigue hasta el rosal. Comienza la tarea de poda a un lado del cuerpo del Zepelín) Un día llegó el Señor con una enorme barba blanca y vestido con ropa del mismo color con su bote a podar el rosal. Le llamó la atención la enorme masa informe que rodeaba al rosal. Intentó moverla pero sus años le impidieron semejante esfuerzo. Gracias a esa poda vinieron más rosas y la isla parece menos sola (Terminada su tarea el anciano sube a su bote y se aleja)El Señor no se olvidó de su rosal. Lo observé hasta que su bote desapareció en el horizonte. Entiendo que la isla es parte de su gran itinerario.


Se apaga la luz donde está el rosal.


EL MAR. – Con el tiempo los restos del Zepelín fueron confundiéndose. Un pobre esqueleto con una cubierta desgarrada rodeando al rosal. No parecía una máquina que hubiese surcado el cielo. Su ruina era un testimonio inapelable de lo que puede el amor.

TITERETÍN. – Era esa presencia la que alborotaba a nuestras nuevas amigas ¿Cuáles? Véanlas ustedes mismos.


Otra luz ilumina al rosal poblado por varias rosas color té. Luego de esta presentación se ilumina todo el escenario.


EL VIENTO. – Las rosas preguntaban tanto acerca del Zepelín que no hubo generación que no se enamorase de él.

TITERETÍN. – El Faro contaba una y mil veces la historia del amor del Zepelín y Monelle con la anuencia y sabiduría del Mar y la intromisión abrupta del Viento.

EL MAR. – El viejo Faro comenzaba su historia a las nuevas generaciones con (Tratando de imitar al Faro) “La conoció tan pequeña y frágil que quedó prendada de ella”. La insistencia de las jovencitas era abrumadora.

LA ROSA 1. – ¿Cómo la conoció?

LA ROSA 2. – ¿Qué fue lo primero que le dijo?

LA ROSA 3. – ¿Escapó por ella?

LA ROSA 4. – ¿Le recitaba poemas?

LA ROSA 5. – ¿Murió por ella?

TITERETÍN. – (Con sinceridad) A mí me fastidian a veces pero el Faro no deja de hablar del Zepelín y de contestar todo tipo de preguntas.

EL VIENTO. – Alguien con su valentía y honor se lo merece.

EL MAR. – (Completando el concepto del Viento) Alguien con su entereza y sabiduría se lo merece.

TITERETÍN. – Con el entusiasmo al Faro a veces se le iba la mano. Escúchenlo.

EL FARO. – (Exagerando hasta llegar a mentir) Su amor estaba entre Monelle y una Sirena conocida por estas costas. La elección fue reñida. Sin embargo él sabiamente eligió por su Rosa.


Se escucha un suspiro generalizado de las Rosas.


EL VIENTO. – (Pasando entre las Rosas) ¡Ay bésame, soy tu Zepelín!


Las Rosas se ríen y ruborizan.


TITERETÍN. – Todas las Rosas esperaban a su Zepelín. Era muy difícil hacerles entender que fue un ser único y casi irrepetible. Ellas, fomentadas por el Faro y el Viento, se ilusionaban igual. El Mar no lo veía mal.

EL MAR. – (A Titeretín) Es corta la vida de estas hermosas criaturas. Merecen vivir con esa ilusión.

EL VIENTO. – (Haciéndole observar al Personaje) Ellas viven enamoradas. ¿Qué otra cosa podemos darle en esta isla?

EL FARO. – El amor no es algo que se encuentra a la vuelta de la esquina.

EL VIENTO. – (Corriendo por el escenario) Esa es una gran verdad. A caminar entonces todo lo necesario y doblar todas las esquinas que se nos presenten.

TITERETÍN. – ¡A ver vamos cerrando! ¡Luces! ¡Música maestro! (Se apagan todas las luces dejando iluminado sólo a Titeretín que se levanta, toma su silla y se marcha. La luz lo sigue y la música comienza. Un paso antes de salir se dirige al público) ¡Ah, me olvidaba! ¡Un momento! ¡Paren la música! ¡Escuchen bien todos ustedes! Busquen sin descanso a su Rosa y no se les ocurra, por nada del mundo, rechazar a su Zepelín (Sale finalmente y arranca la música).





SE APAGAN LAS LUCES










Buenos Aires, agosto de 2000