16 de diciembre de 2009

El Fantasma de Canterville de Oscar Wilde

Receta para un fantasma

Una leve corriente de aire que pasa junto a nuestro rostro, un crujido incierto detrás, o quizás lamentaciones y risas que provienen quién sabe de dónde, nos revelan la presencia de alguien que no vemos pero presentimos: un fantasma.
Si a esto le agregamos una mansión inglesa medieval, corredores oscuros, puertas siniestras y leyendas sobre muertos que vuelven a la vida, tendremos como resultado el espanto y el escalofrío.
Tal vez sea esta la receta de una verdadera historia de fantasmas en la Inglaterra de alrededor de 1900, pero definitivamente no es lo que nos ofrece Oscar Wilde en este relato.
Este autor británico nacido en Dublin (Irlanda), en 1854, imaginó para sus lectores un fantasma distinto: un alma errante y solitaria, que fracasa en sus intentos de asustar a los nuevos habitantes de la casa en la que habita; un ser incomprendido y atrapado desde hace siglos en una húmeda habitación.
Y es en esta situación que Oscar Wilde nos transmite su humor y su ternura: se ríe de los fantasmas, del miedo y de la muerte, pero se burla también de los ingleses, sus tradiciones y costumbres, según las cuales fue educado.
Siguiendo a Ramón Pérez de Ayala
[1], podríamos decir que Oscar Wilde encarna el tipo característico de “niño malcriado, o echado a perder”, que comete diabluras y es adorado por sus irreverencias y desplantes, y luego desechado y criticado por imprudente y rebelde. De acuerdo con esta descripción de lo que fue una actitud constante de vida en Wilde, sus dardos van dirigidos con malevolencia a lo que los ingleses valoran tanto: su tradición, sus creencias y la “honorabilidad”.
Estos ataques disfrazados de humor y chispas de afecto no podían quedar sin castigo, y los últimos años de Wilde, su permanencia en prisión por transgredir normas morales de la época, y su posterior aislamiento, dan fe de que los tuvo que pagar bien caro. Como dice Arnold Hauser
[2], Wilde es un escritor burgués triunfante mientras parece soportable a la clase dominante, pero tan pronto como comienza a disgustarla es “liquidado” sin compasión.
No se puede dejar de mencionar la posición que adopta el entorno intelectual de la Inglaterra victoriana con respecto a Wilde. Existía, por una parte, una situación de bienestar y seguridad burguesas y por otra, de amenazas, más o menos larvadas o patentes, de los estratos populares, que empezaban a hacerse oír. El arte oficial, académico, signo de mal gusto, se enfrenta con un esteticismo inconformista que tampoco comulga con los ideales revolucionarios, sino que se deslumbra con lo sensual, la belleza en sí misma, y gana rápidamente terreno entre los jóvenes rebeldes de la Universidad de Oxford, entre los que se encuentra nuestro autor.

Sigamos algunas pistas…

Oscar Wilde encarna este movimiento rebelde e inconformista de la época y elige, tanto para su oficio de escritor como para su vida personal, un recurso de doble juego: la ironía.
La ironía es ese tipo de burla o chiste disfrazado de lenguaje serio y formal, que se convierte en las manos de Wilde en un estilete que se clava profundamente en las entrañas de la sociedad inglesa y que le sirve también para escapar de las propias penurias. Se cuenta, por ejemplo, que en una ocasión el autor fue arrastrado hasta una colina y golpeado con brutalidad por unos compañeros de Oxford que, fastidiados por sus maneras extravagantes y exquisitas, o por la brillantez de sus respuestas, quisieron darle una lección. Cuando terminaron de pegarle, Wilde se levantó del suelo serenamente, se arregló el traje y el cabello y, mirando a los lejos, dijo complacido: “Desde luego es delicioso el paisaje desde esta colina”.
La tendencia a la ironía, típica de nuestro autor, aparece en El fantasma de Canterville desde el principio. Al ser advertido Mr. Otis, el comprador del castillo, sobre la incómoda presencia de un fantasma, contesta burlonamente: “…me quedaré con el mobiliario y con el fantasma bajo inventario”.
Se verá cómo, a lo largo de la narración, el recurso de la ironía es presentado a menudo en boca de la familia Otis, personajes norteamericanos que sintetizan la crítica de Oscar Wilde al imperio inglés de fin de siglo. “Procedo de un país donde poseemos todo cuanto puede comprarse con dinero; y, con la flor de nuestros jóvenes que recorren en sus juergas el viejo mundo y privan a ustedes de sus mejores actrices y primadonnas, creo que si algo así como un fantasma existiese, pronto lo hubiéramos tenido en uno de nuestros museos públicos o lo exhibirían en cualquier espectáculo de feria”, dice Mr. Otis.
Noten el tono de este americano que habla del fantasma con total incredulidad y que lo equipara a un bufón, un enano u otro personaje ridículo de circo o de feria, quitándole desde el inicio esa aureola de prestigio que tiene el fantasma de Lord Canterville, perteneciente a la rancia nobleza inglesa. “…todo eso de los fantasmas es puro cuento y no creo que las leyes de la naturaleza fuesen a suspenderse en favor de la aristocracia inglesa”, agrega Mr. Otis.
El día de la llegada de la familia Otis al castillo, el ama de llaves se desmaya al oírse un fuerte trueno. Mrs. Otis le pregunta a su marido: “...¿qué podemos hacer con una mujer que se desmaya?”. “Ponérselo en la cuenta, con las roturas”. La respuesta de Mr. Otis nos muestra otra vez que la burla y la ironía del autor aparecen en las situaciones que usualmente provocan ansiedad o miedo, atacando de raíz el clima de horror y muerte que pretende instaurarse en el castillo.
Esta herramienta exquisita en manos de un escritor sagaz e inteligente produce la desarticulación y posterior destrucción de la figura de un fantasma aterrorizante y macabro, y da paso a un alma en pena que vaga tristemente por el castillo buscando la ayuda y el amor de un ser humano para poder establecerse definitivamente entre los muertos. “Tú puedes abrirme las puertas de la casa de la Muerte, porque el Amor está siempre contigo, y el Amor es más fuerte que la Muerte”.
Resulta sorprendente para nosotros, los lectores, enfrentarnos a este fantasma que no nos asusta sino que provoca nuestra compasión. Recordemos el caso, por ejemplo, de Casper, el personaje de la película de Spielberg, que representa al fantasmita de un niño que queda atrapado en la casa esperando que alguien descubra el invento de su padre que lo hará volver a la vida. Él también es un fantasma simpático, que logra atraer el interés de la hija del investigador; es dulce y divertido, y desmitifica el horror a los muertos que no pueden descansar en paz.
Por el contrario, en otra película muy conocida “Los cazafantasmas”, dirigida por Iván Reitman, a pesar de la comicidad de los inventores y las situaciones ridículas por las que pasan, los fantasmas en sí son siniestros y poderosos, y provocan en el espectador sentimientos de inquietud y miedo. Sorprenden y asustan porque aparecen imprevistamente y cambian de forma constantemente.
También el fantasma de Lord Canterville se disfrazaba con trajes y accesorios que helarían la sangre de cualquiera que se encontrara con él. “…vio a un viejo de horrible aspecto. Sus ojos eran cual rojas brasas. De un gris mate sus largos cabellos, que caían enmarañados sobre sus hombros. Sus vestidos, que estaban sucios y rotos, eran de antiguo corte y de sus muñecas y tobillos pendían pesadas esposas y enmohecidos grilletes”. Pero sus atuendos son ridiculizados por la familia Otis. “Señor mío, siento tener que rogarle que engrase esas cadenas. Para ello le he traído un franquito de lubricante Sol Naciente…”.
Lord Canterville utiliza los recursos propios de un fantasma, uno de los cuales ha sido explotado a través de la historia del cine y la literatura: la carcajada. No es la risa alegre que comparte con nosotros, es ese grito burlón que demuestra su poder sobre nuestra vida, que nos paraliza. Por supuesto que este elemento es usado irónicamente por Wilde: “Por consiguiente, lanzó la más horrible de las carcajadas, hasta que la viejas bóvedas resonaron una y otra vez”. “Me temo que no se encuentre usted bien, y le he traído un frasco de tintura del doctor Dobell. Si se trata de una indigestión, hallará usted en él un excelente remedio”, señala Mrs. Otis.
La familia norteamericana no da lugar al desconcierto, no se asombra ni se acobarda ante nada. Al contrario, tiene un producto comercial o un remedio para cada caso inexplicable: para la mancha de sangre de la alfombra que no se puede borrar, para el ruido de cadenas, y hasta para la diabólica carcajada. Todo tiene su solución, todo está bojo control. No hay aquí lugar para el horror o para la incertidumbre.
Wilde imita burlonamente estos elementos propios de un género literario muy popular en Inglaterra durante el siglo XIX: la novela gótica. Las obras que se agrupan bajo esta clasificación nos introducen en un mundo oscuro y siniestro, donde abundan los fantasmas, castillos, muertos que reaparecen, amas de llaves amenazadoras. Todos estos elementos surgen como expresión de lo demoníaco y lo irracional en medio de los ideales de armonía clásica, decoro público, industrialización y urbanismo de la época. Algunas obras de este período son El castillo de Otranto de Horace Walpole, Frankenstein de Mary Shelley, Cumbres borrascosas de Emily Brontë, La caída de la casa Usher de Edgard Allan Poe.
Oscar Wilde toma algunos ingredientes de la novela gótica, por ejemplo la ambientación. En este caso, la historia se desarrolla en un castillo construido en la época medieval, oscuro, con habitaciones alejadas unas de otras, muebles imponentes y tapicerías misteriosas. La presencia de puertas disimuladas, altillos o sótanos deshabitados permite la irrupción de lo desconocido o espectral en la vida cotidiana.
Al llegar a Canterville, la familia Otis es recibida por un cambio climático. “Era una deliciosa tarde del mes de julio, y el aire estaba delicadamente impregnado con la esencia de los pinos”. “Sin embargo, al entrar en la avenida de Canterville, densos nubarrones cubrieron repentinamente el cielo, una extraña inquietud invadió la atmósfera, una bandada de cornejas cruzó rauda, sobre sus cabezas, y antes de que llegasen al castillo habían caído gruesas gotas de lluvia." Se produce de esta manera la entrada en un mundo “distinto”, y cada vez que haga su aparición el fantasma, por supuesto en el horario nocturno, la luna se verá oculta detrás de las nubes, habrá viento que se colará por las ventanas agitando cortinados, crujirán muebles y puertas, o los truenos y relámpagos provocarán en nosotros continuos sobresaltos.
No se puede dar de otra manera la introducción de lo siniestro en la obra. Incluso cuando Virginia, la bella hija del matrimonio Otis, acompaña al fantasma en su último viaje debe internarse a través de un friso que conduce a una negra caverna. La entrada está flanqueada por tallas horribles de animales con colas de lagarto y ojos saltones, y un viento frío y áspero absorbe a la muchacha y esta se sumerge en el reino de lo oscuro, de la muerte, de lo inexplicable.
Hemos hablado anteriormente del uso que hace el autor de elementos tradicionalmente siniestros para transformarlos en ridículos, para burlarse de ellos o simplemente desvalorizarlos, y así quitarles el poder. En esto consiste precisamente la parodia, en la degeneración o versión ridiculizada o cómica de un género serio para transformarlo en algo inofensivo y controlable. Por eso el fantasma de Wilde no nos asusta: perdió su poder esencial porque es la versión desmitificada de un fantasma tradicional.


Estados Unidos vs. Inglaterra o “La guerra de dos mundos”

Al describir a Mrs. Otis, dice Oscar Wilde: “Poseía una admirable constitución y una gran vivacidad sensual. En una palabra, era completamente británica en muchos sentidos, y constituía una buena prueba de que hoy en día todo es común entre ingleses y americanos, excepto, naturalmente, el idioma”. Conociendo a Wilde, podríamos traducir esta frase así: “No hay nada común entre americanos e ingleses, excepto, naturalmente, el idioma… que tampoco es el mismo”.
Su inteligente comentario apunta a lo que fue en él una actitud desafiante: a partir de un viaje que hizo a Estados Unidos para brindar una serie de conferencias, consideró que los americanos eran ignorantes y poco refinados, tenían un pésimo gusto y carecían de una historia y tradición que los legitimara. Por supuesto, nunca se cuidó de ocultar esta apreciación y divulgarla a diestra y siniestra.
Los personajes de este relato encarnan esta polaridad que Oscar Wilde quiso mostrar en sus obras. Por un lado, la Inglaterra de fin de siglo XIX, gobernada por la reina Victoria, que dio nombre a un período (el victoriano), de gran estructuración, organización, y al mismo tiempo, rigidez y prejuicio. Las tradiciones y costumbres del pueblo inglés empiezan, en este momento, a ser cuestionadas porque el mundo está cambiando aceleradamente. Por otro lado, allí están los EE.UU., en pleno auge del progreso y crecimiento. Sus habitantes profesan la fe del “sueño o ideal americano”, creen en ellos mismos, en el trabajo y en los adelantos de la ciencia y la tecnología. Se sienten poderosos y se muestran a menudo ignorantes de costumbres ajenas a su cultura.
Oscar Wilde comulga con la postura inglesa. Sin embargo, utiliza la cosmovisión americana para reírse de sus propios conciudadanos.


El Fantasma de Canterville. ¿Un cuento largo o una novela corta?

El género narrativo agrupa aquellas obras que reúnen los siguientes elementos básicos:

1) Un hecho que se narra. Este hecho es realizado o le sucede a personaje, y se enmarca en un determinado tiempo y lugar.
2) Un lector a quien se narra.
3) Un narrador que sirve de intermediario entre ambos.

El cuento es ficción narrativa, al igual que la novela, pero lo separan de ella importantes diferencias:

1) La brevedad: el cuento es un relato en prosa cuya característica primera es que se puede leer “de un tirón”.
2) En el cuento se relata un hecho único, sin episodios laterales, porque lo más importante es que este fluya hasta llegar al final.
3) En el cuento no se acumulan descripciones, personajes secundarios, caracterizaciones psicológicas desarrolladas.

La novela, por su parte, es una narración literaria de mayor extensión, que presenta multiplicidad de hechos, diversidad de ambientes y de personajes, análisis psicológico o social de estos últimos, dilatación en el tiempo. En general se divide en capítulos.
Si observamos El Fantasma de Canterville surge en nosotros la siguiente pregunta: Este relato ¿no es largo para incluirlo en la categoría de cuento? Al estar dividido en partes indicadas por números, parecería una novela. Pero ¿lo es realmente?
El Fantasma de Canterville puede caracterizarse como novela corta, es decir que participa de algunas características del cuento, como la simplicidad de la línea argumental y la brevedad, pero también adquiere algunos elementos propios de la novela: la separación en capítulos, descripciones, historias secundarias apenas esbozadas, diálogos. Lo mismo podría decirse de El crimen de lord Arthur Savile, otra de las obras de Wilde que da nombre a la colección de relatos donde se publicó por primera vez El Fantasma de Canterville.
Prof. Nora Virginia Corradini, Prof. Margarita Mostany de Wernicke, Prof. Andrea Peremiansky, Cántaro Editores, Colección del Mirador Nº 110, Buenos Aires.

[1] Citado por Alfonso Sastre, en “Retatro biográfico”, en: Wilde, Oscar, Teatro. Madrid, EDAF, 1982.
[2] En: Historia social de la literatura y el arte. México, Guadarrama, 1983.

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