18 de diciembre de 2009

El esqueleto

Wimpi

Amigas, amigos: Si no fuera porque uno tiene tanto que hacer, y porque hay que pedir hora, esperar, desvestirse, todos los días se haría sacar una radiografía. Para verse el esqueleto.
La de esqueleto es una carrera como cualquier otra. El tipo empieza a estudiar de esqueleto desde que nace. Unos se reciben antes, otros se reciben después, pero el título de esqueleto lo reciben todos. Doctor en huesos. Un día le dijo, uno, a un amigo –y era inteligente el amigo– le dice, uno: “Yo no les tengo respeto a los muertos, le tengo respeto a los vivos. Me parece absurdo que se le saque el sombrero, porque pase muerto, al mismo señor que, seis meses antes, cuando pasaba vivo, el mismo que ahora le saca el sombrero lo rajaba”. Además, vamos a ser colegas.
Porque la radiografía es una fotografía sacada con una máquina que adelanta, amigos.
Uno tiene una en la casa y a cada rato la mira. Pero le gustaría poderse sacar en otras posturas. Los radiólogos tendrían que hacerlo poner a uno como lo hace poner el fotógrafo: tener pajarito y todo, ¿no es cierto?
Porque el esqueleto, amigos, es la obra maestra de la Naturaleza: es percha, es jaula, es caballete: todo en uno.
Y ya abocados a una prolija estimación del esqueleto, el espinazo es brutal. Obra maestra del equilibrio que ningún ingeniero del mundo habría logrado, el espinazo constituye uno de los mayores privilegios de los que podamos disfrutar los protagonistas de la vida.
La leve forma de “S” que presenta el espinazo constituye la solución más genial al problema de aquel equilibrio.
Además, es el esqueleto lo que nos permite agacharnos. El tipo que pudiendo agacharse se queja es mal agradecido. El que nos hizo el esqueleto sabía lo que era la lucha por la vida, amigos. Ocurre, sin embargo, que el tipo suele llamarle “buena suerte” no a la suerte corriente que le provee de lo que necesita para un mantenimiento y su aventura, sino a la providencia que le otorga una ventaja cualquiera sobre los demás. Por eso es que el tipo recién admite su buena suerte cuando es millonario. Se desentiende el tipo, amigos, de lo que de por sí constituye, se desentiende de su asombrosa estructura, porque al estar constituidos, lo mismo que él, todos los otros componentes del género humano, ya le agarró confianza a lo maravilloso y lo desvaloriza. Desde la bóveda del pie –que nos fue hecha para amortiguar el traqueteo en la marcha– siguiendo por la pierna hasta la rodilla –que nos fueron hechas para tocar el bandoneón, destapar botellas y declarar amores– y siguiendo de la rodilla por el muslo, la cadera, el costillar, el espinazo, el cráneo, el tipo está dispuesto para la posibilidad de su posición vertical, con la habilidad, la levedad y la gracia de un castillo de naipes. Y, sin embargo, amigos, pese a esa levedad, pese a esa apariencia frágil del esqueleto, el tipo, gracias a él, puede cargar bolsas, se puede subir a los árboles, puede jugar a las bochas, sin que el castillo se le deshaga. Cuando el tipo se pone en cuclillas para enchufar la lámpara del living, para recoger los veinte centavos o para acomodar el fuego del asado, está aprovechando un mecanismo para cuya obtención trabajó la Naturaleza durante millones de años. El espinazo es estante –porque arriba tiene el cráneo– es columna –porque nos mantiene erguidos– es amortiguador, porque nos permite saltar o bajarnos del colectivo caminando sin que el golpe nos haga saltar la cabeza, como salta el corcho de una botella de champán cuando se le pega a la botella abajo. ¡Somos una maravilla, amigos! ¡Somos el ejemplo vivo del milagro! Hay que cuidarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario