13 de mayo de 2009

Algunas nociones sobre la literatura y los géneros

Una aproximación al género fantástico

Para definir el género fantástico es necesario previamente diferenciar dos conceptos básicos: la literatura mimética y la antimimética
[1]. La primera pretende crear un universo de ficción que parezca un “reflejo” del mundo real. La segunda, en cambio, elabora mundos ficticios que se apartan de los principios lógicos que rigen la realidad en la que viven el autor y el receptor del mensaje. La literatura antimimética pretende romper la ilusión de lo real, la verosimilitud realista. Una de las especies que la integran es, justamente, la literatura fantástica.
Si partimos de la idea de que todos los fenómenos que ocurren en el mundo pueden ser explicables racionalmente por el hombre, aquellos relatos que contradicen los códigos humanos de percepción física e intelectual de la realidad, integrarían la categoría de lo fantástico. Más allá de estas consideraciones muy generales, debemos tener en cuenta tres niveles textuales que definen un tipo de narración como fantástica:
  • El nivel semántico-referencial (el tema), que consiste en la incorporación de elementos anormales, sobrenaturales o extraordinarios en la anécdota.
  • Los recursos utilizados. Los tópicos y procedimientos lingüísticos mediante los cuales se desarrolla una trama pueden contribuir a acercar un texto a lo sobrenatural. Por ejemplo, mediante el procedimiento de la hipérbole se puede llevar una temática cotidiana a límites extraordinarios. Sin embargo, esto no significa que existan recursos privativos del género. El uso de un determinado procedimiento puede atravesar varias especies narrativas, sean o no fantásticas
  • El aspecto pragmático: Se refiere al grado de concordancia entre lo que el texto narra y aquellos sucesos que son esperables o predecibles para el lector. En todos los casos esto depende de las creencias que sostengan la época o la sociedad a las que pertenece el lector modelo[2]. A lo largo de los siglos, los textos sufren procesos de resemantización y refuncionalización, de modo que algunos que fueron compuestos y consumidos como miméticos, posteriormente se convirtieron en antimiméticos, y viceversa. Por ejemplo, los denominados milagros medievales planteaban hechos fuera de la normalidad, que, sin embargo, eran creíbles –verosímiles– para los cristianos de aquella época. Algo semejante ha ocurrido con la producción del mito o las cosmogonías. Los antiguos receptores de Ilíada y Odisea interpretaban ambos poemas como textos históricos, no ficcionales. Asimismo, las cosmogonías eran explicaciones “verídicas” para los pueblos que las concibieron.

Literatura antimimética: tipología

Lo extraño. Según la definición tradicional, lo extraño sería una zona limítrofe, extrema de la literatura mimética. En este tipo de narraciones no se propone nada que viole los códigos del mundo del lector, pero los sucesos son insólitos, inauditos, no previsibles. Los hechos planteados poseen, entonces, una verosimilitud relativa.
Para la crítica argentina Ana María Berrenechea, lo extraño no pertenece a lo mimético, sino que queda asimilado a un tipo de literatura fantástica en la que “todo lo narrado entra en el orden de lo natural”.
[3] Es común que el arribo a lo fantástico sobrevenga luego de un desarrollo narrativo por los carriles de lo extraño. En algunos cuentos se da este giro, mientras que en otros resultará indeterminable la pertenencia de los hechos a una u otra variante.

Lo fantástico. Ya firmemente instalado en el campo de lo antimimético, el texto fantástico plantea un cuestionamiento del mundo del lector modelo, al exponerle un escándalo lógico. Esto llevó a Tzvetan Todorov a definir lo fantástico a partir de la ambigüedad generada por el texto en el lector, que se ve imposibilitado de decidir si los acontecimientos del relato corresponden a la esfera de lo posible o de lo imposible. Desde esta perspectiva, un relato desarrollado como fantástico dejaría de serlo si en algún momento proveyera una explicación racional, eliminando la vacilación.
M. Barrenechea amplía este criterio al pensar el género independientemente de la duda sobre la naturaleza de los hechos y de que el texto proporcione una explicación racional o plausible de lo sucedido: “La literatura fantástica quedaría definida como la que presenta en forma de problema hechos a-normales, a-naturales o irreales, en contraste con hechos reales, normales o naturales. Pertenecen a ella las obras que ponen el centro de interés en la violación del orden terreno, natural o lógico, y por lo tanto en la confrontación de uno y otro orden dentro del texto, en forma explícita o implícita”.
Para otras teorías, un texto es fantástico al margen de que los personajes sean o no sorprendidos por lo sobrenatural; lo importante es que el lector modelo sienta el quiebre de su mundo. A fin de miméticos en una ‘realidad’, construida inicialmente como cotidiana, habitual, hasta que ambos órdenes se confunden.

Lo maravilloso. El relato maravilloso ubica la acción en un mundo ahistórico y atemporal “absolutamente otro”, que tiene sus propias leyes. Por ello, por no estar emparentado el marco de la acción con el del receptor, no problematiza el contraste entre el orden de lo normal y lo a-normal. Cada relato forma parte de una saga del género, a lo largo de la cual se repiten una serie de elementos –objeto mágico, héroes, hechizos– que pertenecen con naturalidad a ese mundo y frecuentan la cotidianidad de los personajes. Integran este grupo los cuentos de hadas, y el relato folklórico y popular.

Ciencia ficción. Nacida más contemporáneamente, la ciencia ficción se diferencia del relato fantástico porque tanto el nivel semántico-referencial como el de los recursos suelen estar justificados extratextualmente por fundamentos racionales, como por ejemplo la garantía científica.
[4]

Realismo mágico. Característico de la literatura hispanoamericana, el realismo mágico presenta situaciones antimiméticas, pero “vividas” como naturales por los personajes que habitan ese mundo. Se tratan de narraciones ubicadas en un espacio y un tiempo, un ámbito cultural y una problemática social perfectamente reconocibles para el lector modelo. Pero aunque son ‘históricas’, no cuestionan el mundo del receptor, porque hay una clara distancia entre las creencias de los personajes y las del lector del texto: aquellos sucesos que los primeros asumen como ‘reales’, para el segundo son sobrenaturales.

Prof. Pedro Aristoy, Marcela Grosso, Mariela Piñero y Emilse Varela, C.N.B.A.

[1] Del griego mimesis: “imitación”, “figura”, “representación”, “imagen”.
[2] El concepto de lector modelo, acuñado por las teorías contemporáneas de recepción, alude al lector genérico, al más esperable y posible para cierto tipo de textos, en determinada sociedad. En cada cultura predomina un tipo de lector en el que se piensa cuando se escribe o se publica un texto, aunque exista una minoría que se salga de ese molde.
[3] Véase Ana María Barrenechea: “Ensayo de una tipología de la literatura fantástica”.
[4] Cabe aclara que a lo largo de la historia de la ciencia ficción la garantía científica no ha tenido el mismo peso. Tampoco se trata del único requisito para definir el género.

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