28 de junio de 2009

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Por Guillermo Schavelzon
(Fragmento)
Cuando América todavía no existía para los europeos, ya había aquí una de las bibliotecas más importantes del mundo.
En el siglo XVI Hernán Cortés conquistó México, y se encontró en las afueras de Tenochtitlán con algo fabuloso: la biblioteca de Texcoco. Era un lugar donde, a lo largo de setecientos años, los aztecas habían acumulado cuatro mil códices, nombre con que se designa a los libros escritos e ilustrados a mano con maravillosos colores, sobre papel amate, o cuero de venado o de jaguar. En ellos, el pueblo registraba su historia, sus avanzados conocimientos astronómicos, su mitología y sus glorias militares.
Los conquistadores, cumpliendo la orden de fray Juan de Zumárraga, primer arzobispo de América, quemaron toda la biblioteca para destruir ese testimonio de infieles.
El incendio de la biblioteca de Texcoco, mucho peor (porque fue real) que el de El nombre de la rosa de Umberto Eco, duró tres días y tres noches, y según cuenta el cronista fray Servando Teresa de Mier, las llamas se vieron desde muchas leguas de distancia.
Gracias a algún soldado desconocido y hereje, tres códices de los cuatro mil se salvaron de la quema. Hoy estos tres códices se conservan en bibliotecas europeas, uno de ellos en la del Vaticano.
Por esas cosas del destino, fray Juan de Zumárraga pasó a la historia como el introductor de la imprenta en América, la que instaló en México dos siglos antes que nuestra Imprenta de Niños Expósitos llegara a Córdoba.
Esta historia viene al caso por lo que pasó quinientos años después: la civilización moderna logró que lo que había sido aquella fabulosa biblioteca se haya convertido en un enorme pantano, que se suele ver al llegar en avión a México, donde desemboca la red cloacal de la segunda ciudad más poblada del mundo. El “lago de Texcoco”, eufemismo con que se denomina a ese pantano fétido, es hoy uno de los graves problemas ecológicos de la ciudad de México, ya que todos los años, en la época de sequía, el viento devuelve a los habitantes sus desechos, en forma de partículas suspendidas en el aire, que contaminan a la gente por el solo hecho de respirar. Las consecuencias gastrointestinales que esto tiene en los turistas extranjeros que llegan a México se conoce como “la venganza de Moctezuma”.
(…)

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