24 de junio de 2009

El ama de casa

Anónimo


Había un ama de casa que tenía muy buen ojo para sus propios intereses y daba limosnas con lo que no le era útil, pero hacía esto solo para su propio bien. La buena gente de las colinas, por otra parte, tiene muy buen corazón y es muy generosa, pero no toleran ser tratados pobremente.
Un día, un leprechaun de la colina llamó a la puerta del ama de casa.
“¿Puede prestarnos una marmita, buena madre?”, dijo. “Hay una boda en la colina y todas las ollas están en uso.”
“¿Puede llevar una prestada?”, preguntó la muchacha de servicio que había abierto la puerta.
“¡Ay, seguro!”, respondió el ama de casa. “Hay que ser buenos vecinos.”
Pero cuando la muchacha fue a tomar una marmita del estante, el ama de casa le pellizcó el brazo y susurró agudamente: “¡Esa no, mujerzuela! Saca una del armario. Los leprechauns de la colina son tan cuidadosos y tan buenos hojalateros que la repararán antes de devolverla. Así uno pone a la buena gente en un compromiso y se ahorra los seis peniques de la reparación. Nunca aprenderás a ser juiciosa mientras tengas la cabeza sobre los hombros.”
Así, luego del reproche, la muchacha tomó la marmita que había sido reservada hasta la siguiente visita del hojalatero y se la dio al pequeño, quien le agradeció y siguió su camino.
A su debido tiempo, la marmita y, tal como el ama de casa lo había previsto, estaba prolijamente reparada y lista para ser usada.
A la hora de la cena la muchacha llenó la marmita de leche, humeó y se quemó tanto que hasta los cerdos rehusaron comer la comida en la que fue vertida.
“¡Mocosa inútil”, gritó el ama de casa, mientras ella misma volvía a poner la leche en la marmita. “Arruinarás al más rico con tus descuidos. ¡Ahí fue casi un litro entero desperdiciado de una sola vez!”
“¡Y esos son dos peniques!”, gritó una voz que parecía venir de la chimenea en un tono como de relincho, como es de un viejo cuerpo molesto por sus dolores.
El ama de casa no había dejado la marmita por dos minutos, cuando la leche hirvió, humeante, y se quemó como la vez anterior.
“La marmita debe de estar sucia”, masculló la buena mujer, lastimosamente. “Y ahí fueron casi dos litros de buena leche como tirada a los perros.”
“Y esos son cuatro peniques”, agregó la voz desde la chimenea.
Después de una buena limpieza volvieron a llenar la marmita con leche y la pusieron al fuego una vez más, también sin éxito. La leche se estropeó lastimosamente y el ama de casa lloró con amargura por el desperdicio. “¡Nunca antes me había pasado algo así desde que me ocupo de la casa! ¡Casi tres litros de leche fresca quemados en una sola comida!”
“¡Y esos son seis peniques!”, gritó la voz desde la chimenea. “¡Después de todo, no ahorraste lo del hojalatero para nada, madre!”
Con esas palabras, el leprechaun salió a los tumbos de la chimenea y se fue por la puerta riendo, y desde ese día, la marmita fue tan buena como cualquier otra.
En Leyendas celtas irlandesas

No hay comentarios:

Publicar un comentario