19 de noviembre de 2010

Ciencia ficción


Jaime Rest

Si admitimos, como lo hacen algunos especialistas en la materia, que ciencia ficción se inicia con el Frankenstein de Mary Shelley, cabe entonces juzgar que esta especie narrativa está íntimamente vinculada al cuento fantástico moderno y a la novela detectivesca. Surge, como ellos, en la primera mitad del siglo XIX, en virtud de la división que sufre la “novela gótica” y es, a semejanza de ellos, un intento de superar dialécticamente por medio de la imaginación uno de los principales conflictos ideológicos que se originan en dicho período: el enfrentamiento entre el racionalismo secularista heredado de la Ilustración filosófica y el irracionalismo sobrenaturalista –de estirpe medieval– que reaparece como consecuencia de la óptica romántica. Cada una de las formas narrativas mencionadas depende resolver este problema mediante una solución particular, que en todos los casos se basa en la conveniente articulación entre lo misterioso y lo racional. El cuento fantástico propone una salida ambigua que consiste en dejar que el misterio quede circundado de vaguedad, como para que nunca pueda decidirse si el hecho insólito es un efectivo síntoma del orden sobrenatural o meramente un indicio de locura u onirismo. El relato detectivesco propone un misterio insuperable para todos, salvo para la inteligencia privilegiada de un investigador capaz de resolver todo con absoluta racionalidad. Por su parte, la ciencia ficción suele referir acontecimientos insólitos pero trata de otorgarles verosimilitud con el concurso de los hallazgos sorprendentes que se han producido en el campo científico durante los últimos tiempos. Sea como fuere, más que en los datos científicos específicos, este tipo de narración tiene su base de sustentación en la atmósfera que ha creado el avance tecnológico, con sus viajes espaciales, experimentos de computación, trasplante de órganos humanos, procedimientos para el dominio psicológico de individuos o comunidades y para el “lavado de cerebros”, a lo cual se suman variadas hipótesis sobre la naturaleza maleable del espacio y del tiempo o sobre distintos fenómenos astronómicos, metereológicos y ecológicos. De manera general, el cuento fantástico alcanzó su apogeo entre 1880 y 1914, en tanto que el relato detectivesco conoció su plenitud en el período intermedio entre las dos guerras mundiales; en cambio, la ciencia ficción, si bien ya había sido anticipada por H. G. Wells desde la década de 1890, sólo ha ido adquiriendo proporciones significativas en los últimos años, como resultado de las revolucionarias aplicaciones que popularizaron los descubrimientos de la física atómica. Hasta cierto punto, algunos comentaristas opinan que la ciencia ficción ocupa en nuestro tiempo un lugar análogo al que poseía la invención mítica primitiva: nos permite asimilar por medio de metáforas adecuadas la experiencia alienadora que tienen ciertos fenómenos –naturales o artificiales– cuyo significado y alcance sobrepasan y anonadan al hombre común, dotado de conocimientos que resultan insuficientes para comprender o interpretar acontecimientos científicos que parecen insólitos, que tienen efectos deshumanizadores y que desencadenan –o se supone que pueden llegar a desencadenar– procesos de consecuencias imprevisibles para la perduración de la vida o el desarrollo de la cultura y la sociedad, según la concepción de éstas que ha tenido vigencia hasta el presente. Por lo tanto, la ciencia ficción, que en su origen fue una especie a la que se imputó marginalidad, hoy en día cuenta con autores que la han convertido en vehículo de especulaciones metafísicas o morales de notable significación para nuestra época. Los tipos principales de la anécdota de ciencia ficción pueden reducirse a tres: 1) la inventiva humana pone en funcionamiento mecanismos que finalmente escapan al dominio del hombre; 2) seres inteligentes no humanos se introducen en el mundo del hombre; 3) fenómenos naturales imprevistos alteran la situación del hombre en la tierra o amenazan la subsistencia de las especies vivientes. En consecuencia, cabe agregar que, así como las formas tradicionales de la narrativa de ficción sirvieron para examinar el destino humano en el ámbito conocido de la sociedad de su tiempo, la ciencia ficción explora las condiciones de la existencia humana actual, perturbada por las acechanzas de factores imprevistos, desconocidos o amenazadores, que están ligados a la atmósfera psicológica de un sorprendente adelanto de la ciencia y de la técnica.
Rest, Jaime, Conceptos de literatura moderna, La Nueva Biblioteca Nº 4, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1979.

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