24 de noviembre de 2010



____Sebastián tomó la calle principal que era una avenida ancha y que los del lugar llamaban Sendero del Oeste. Se dirigió hacia el oeste como le indicó el Hacedor. No había andado dos cuadras cuando tuvo que detenerse. Un grupo de Ciegos formando una muralla humana de pared a pared avanzaba hacia él. Sebastián quedó paralizado. Miró hacia atrás y una muralla similar bloqueaba la calle. Poco a poco el cerco comenzó a cerrarse. Olfateaban el aire tratando de adivinar quién era el forastero.
____Sebastián advirtió el peligro y se quedó quieto y en silencio. Las dos filas se acercaban lenta y peligrosamente tanteando el terreno con sus bastones y hurgando el aire cargado de humedad. Cuando los tuvo cerca Sebastián pudo advertir que la ceguera era en todos muy particular. Horrorosa. A todos los Ciegos les faltaban los ojos, es decir, tenían las órbitas vacías. A cuatro metros del chico, ambos grupos, detuvieron su marcha.
____–¿Quién eres? –preguntó con severidad uno de ellos. Sebastián continuó en un mutismo absoluto.
____–¡Contesta! –gritó otro.
____El silencio del niño hizo avanzar unos pasos las dos filas. El cerco se cerraba cada vez más.
____–Sabemos que llevas un pájaro ¡Debes entregárnoslo! –ordenó uno de los Ciegos con fiereza. Sebastián se movió hacia la izquierda. El leve chapoteo de sus pies en el barro lo descubrió. Todos los rostros se dirigieron hacia él.
____–¿Eres de la Aldea? –preguntó uno.
____–¿A qué fuiste a ver al Hacedor? –vociferó otro.
____–¿Dónde llevas al pájaro? –gritó furioso un tercero.
____–¡¡Debes matarlo!! –sentenciaron muchos.
____Las voces se levantaron todas juntas llegando a ser feroces alaridos. El miedo había inmovilizado a Sebastián. Recordó que llevaba la bolsita y la buscó con desesperación. Confió en el Hacedor y la apretó con fuerza.
____Ya tenía a los Ciegos encima cuando sus pies comenzaron a moverse. La bolsita obraba simple y sabiamente. Sebastián iba de derecha y a izquierda, giraba en círculo con un frenesí involuntario que lo asombró. Zapateaba en el barro para después saltar como un canguro. Los Ciegos seguían los sonidos con dificultad. Por culpa de sus propios gritos y chapoteos no podían ubicar al niño. Así fue que el cerco se desarmó y cuando unas manos que, por poco, lo atrapaban Sebastián logró huir. Corrió lo más rápido que pudo sin mirar para atrás. Los Ciegos al apurarse en una inútil persecución se chocaban, se resbalaban y caían unos sobre otros. Sebastián sentía su corazón latir con fuerza. Ya no le quedaba aliento. Su mente era un revoltijo, una confusión enorme.
____Se terminaron las casas de la Aldea. Unos pocos ranchitos anunciaban el fin del poblado. El Sendero del Oeste se transformó en un camino cenagoso con árboles muertos a sus lados. Los zapatos del niño estaban cubiertos de fango a igual que las bocamangas de su pantalón. Le esperaba un severo reto de su madre al volver. Pero no era esto lo que le preocupaba. Un torrente de preguntas, que eran todo un misterio, lo asediaban:
____“¿Quiénes eran esos Ciegos? ¿Serán los Gríseos de los que le advirtió el Hacedor? Sin duda eran enemigos pero no parecían soldados. Pero, ¿por qué matar a los pájaros? ¡Quién entiende esta locura!”.
____Sintió en sus pies algo extraño y volviendo de sus pensamientos descubrió que caminaba por un sendero arenoso. En los márgenes continuaba la espectral hilera de árboles. Troncos sin ramas ni hojas, cubiertos todos de musgos. A sus pies había una gran cantidad de hongos y plantas de pantano.
____El camino se angostó considerablemente. Pisó un fango resbaladizo que se adosó a sus zapatos como una materia plástica. Aceleró el paso a riesgo de caerse. Por ningún lado veía gramilla. La paloma debía estar sufriendo mucho. Un viento frío se escurría por entre los árboles muertos y sintió que sus pies embarrados se engarrotaban. Llevaba más de media hora caminando desde que había dejado la Aldea. Buscó un lugar seco donde sentarse a descansar un poco. Pero debió desistir porque unos pastos ralos le dieron fuerzas para seguir. Corrió apretando a la paloma contra su pecho por esas gramillas enfermizas que indicaban que era el tramo final del camino descripto por el Hacedor. Hasta que finalmente, ese sendero que había sido una monótona línea recta, mostró su tan deseado recodo.
____–¡Llegué! –gritó entusiasmado pero su corazón se encogió al reparar que el Bosque no estaba. Fijó la vista tratando de perforar la espesa niebla. Sólo vio un tramo del camino que en el recodo seguía otro rumbo y una cerca de madera que lo seguía a éste en su curva. Pero ningún Bosque, ni grande ni pequeño.
____Llegó hasta la valla de madera sin saber qué hacer. No había consuelo para esa frustración. Sacó a la paloma escondida en su suéter y comenzó a acariciarla. Comprendió con tristeza las inquietudes del Hacedor. Si dejaba allí a la paloma alguien del Bosque podría recogerla. Era una posibilidad. Eso lo tranquilizó. Ya que al estar más cerca del Bosque que de la Aldea las probabilidades de encontrarla sus enemigos disminuían. Buscó un buen sitio oculto debajo de la cerca. Se agachó con ese fin y de su cuello se descolgó el amuleto. Lo vio oscilar y pensó que si una vez le había dado resultado bien podría servirle para otra ocasión. Lo apretó con fuerzas, esperó un instante y no sucedió absolutamente nada. Salvo un deseo incontenible de saltar la cerca. Entendió tonto ponerse a saltar como un chiquilín mientras la paloma agonizaba. Pero sus pies empezaron a moverse con esa extraña voluntad como ocurrió con los Ciegos. Obedeciendo al requerimiento de la bolsita mágica saltó por encima del vallado. Sucedió algo extraño. El salto duró mucho tiempo. Algo así como si del otro lado hubiera un pozo o una depresión oculta y de considerable profundidad. Se sintió mareado por el vértigo del movimiento y apretó los dientes y cerró los ojos. Cayó con suavidad de su cabriola en un suelo mullido. Al abrirlos una claridad enorme inundó sus ojos. Se los restregó y tenía en sus manos aferrado aún el amuleto. La claridad no era otra cosa más que el sol. Miró hacia la cerca. La cortina de niebla persistía y el nivel del suelo extrañamente era el mismo. Sólo cuando giró y descubrió el enorme Bosque comprendió que la cerca era un límite mágico. No quedaba otra cosa que gritar de alegría.


© Gustavo Prego


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