1 de noviembre de 2009

Nacional, popular y modernista

Publicada originalmente en 1973, elogiada unánimemente por la crítica, fue la última que Pla editó en vida y es el punto culminante de su obra. La Editorial Municipal salva así del olvido a una obra maestra de la literatura argentina.

Por Beatriz Vignoli

"No me mueve el afán de contar ninguna historia", declaraba hace 30 años en el suplemento cultural del diario La Opinión el novelista, periodista, dramaturgo y crítico rosarino Roger Pla (1912-1982). Y había anotado en uno de sus diarios personales, en 1941, su intención de "apresar en su viviente presencia los elementos de lo real". Proeza de alquimista del verbo que Pla, con talento y oficio a la altura de su ambición, estupendamente logra: "Diego vio la zanja que se le vino con su nata verde hasta los ojos. La luna casi tan grande y luminosa como la de aquel jardín en Guatemala bañándole el pelo negro y el pulóver rojo. La tomó de un brazo. Lo que lo rodeaba pegándose a él como una ventosa, igual que el silencio que caía disuelto en la luz de la luna. Succiona. Traga. Metiéndose por las miradas junto con toda esa noche verde clara y la temperatura de ese brazo bajo la yema de los dedos. La oscuridad aguada y este olor de hembra a mi lado. La inagotable riqueza del mundo. Las zanjas. Empezaron los fosos que llegaban desde calles transversales, tajos coagulados en el suelo, natas flotando, gelatinas plateadas, duendes en las gargantas de los sapos y viejos espantos campesinos. Puentecito de tablas. Cuidado. Alcantarillas. Bocas de aliento pútrido metiéndose bajo la tierra y resurgiendo del otro lado con su llaga negra. ¡Dios, qué belleza en este vaho putrefacto de la zanja!".
Lograrlo le llevó cinco novelas, no menos. La obra de una vida. Relato versus presencia: tal fue el eje de la polémica que desde las páginas del diario El Mundo, en 1941, entabló Pla con otro escritor profesional de apellido breve, ya por entonces mucho más célebre: Roberto Arlt. De estas cosas y otras muchas informa el estudio preliminar de Analía Capdevila para la flamante reedición de la quinta novela de Pla, a la que pertenece el párrafo citado.
Intemperie fue escrita entre enero de 1966 y noviembre de 1969, al calor de las discusiones intelectuales y las revueltas sociales que reivindicaban el populismo justicialista del primer peronismo. Publicada por Emecé en 1973, elogiada unánimemente por la crítica, fue la última que Pla editó en vida y es el punto culminante de su obra. Encuadernada ahora entre tapas azul Prusia con un dejo de lavanda (casi el color exacto de la edición original del Album Azul de los Beatles) y con un bonus track de fotos del archivo que guardan sus hijas, Intemperie es el acontecimiento editorial local en lo que va del año. La Editorial Municipal de Rosario ha salvado así de un olvido inexplicable a una obra maestra de la literatura argentina, de plena vigencia hoy.
Intemperie es a la vez realista y fantástica. Lo fantástico en ella no irrumpe sino que aflora casi naturalmente. Lo hace gracias a un recurso propio de ese subgénero del realismo fantástico que en los años `80 el escritor de ciencia ficción Bruce Sterling dio en llamar slipstream, y que estaba en pleno apogeo en la época en que se escribe y se publica Intemperie: la época de Vietnam, los hippies y la aventura espacial. La acción en Intemperie (al igual que en su contemporánea Matadero Cinco de Kurt Vonnegut, sólo que no de un modo tan explícito), transcurre en un universo multidimensional tal que el pasado es presente. De este modo, uno de los viejos que andan por ahí resulta ser Ulrico Schmidl, y los criollos siguen matando indios en una versión sudamericana del western. El cacique caído heroicamente en la lucha no es otro que El Toro, padre del más longevo de los villeros, el viejo Godoy; y quien lo asesina es Leiva, antepasado del marido de Claudia, la amante despechada de Diego y escritora exitosa (la fórmula fue retomada años más tarde por un alumno de taller de Pla, Daniel Guebel).
También hay cruzamientos con los saberes de Pla como crítico de arte ("Vendeme el Berni", le dice Diego, algo desesperado, a un amigo) y ricos intertextos con letras de tango de todo tipo. Desde la pícara y lunfarda ("Haragán, si encontrás al inventor del laburo lo fajás") hasta las honduras de angustia existencial de Discépolo: "La vida es tumba de ensueños con cruces que abiertas preguntan pa` qué". Y, cosa rara en la literatura nacional, las escenas de sexo son amables y naturales, sin perversión ni pacatería innecesarias.
"Casi al mismo tiempo que escribe Intemperie, Pla está embarcado, como ensayista y estudioso de la literatura, en dos proyectos importantes", escribe Capdevila en su estudio preliminar. "El primero es un ciclo de charlas semanales para Radio Nacional de Buenos Aires, titulado La Novela Nueva hacia una Nueva Forma. (...) Para esta misma época es convocado por Boris Spivacov, director del Centro Editor de América Latina, para dirigir la Historia de la Literatura Argentina de Capítulo, una obra colectiva que sale entre 1967 y 1968".
Capdevila consigna que para esta obra en fascículos trabajan profesores y críticos literarios que habían renunciado a sus cátedras luego de la intervención de la Universidad por el dictador Juan Carlos Onganía, y que la lectura final de cada capítulo está a cargo de uno de estos destacados profesores: Adolfo Prieto. No profundiza sin embargo Capdevila en cuál pudo ser la relación de una novela tan programáticamente nacional, popular y modernista como Intemperie con las ideas afines del grupo Contorno, al que Prieto pertenecía. ¿Por qué Contorno se ocupó tanto del rescate de Arlt y dejó en la sombra a Pla, que para colmo escribía mucho mejor?
Pese a que el estudio preliminar de Capdevila no responde a estos interrogantes, combina sin embargo rigor académico y amena lectura. Aún distanciándose de la intensidad del biografiado mediante cierto desapasionado sesgo posmoderno, no deja por ello de revalorar y poner en foco a una figura relevante de su época pero desconocida para las generaciones más jóvenes. Figura que encarnó, al igual que Arlt, un oficio casi completamente desaparecido en el ámbito local: el del escritor que vive de su pluma. A destajo. Sin cátedras ni cargos. Y que en sus casi inexistentes ratos libres se las ingenia para desarrollar una obra innovadora. Una obra, además, que va tejiendo una saga donde los vínculos entre los personajes conectan los diferentes libros entre sí. Villa Luna es el arrabal donde transcurre gran parte de la ficción de Pla: un universo librado a las inclemencias del agua y el fuego luego de "la caída del Hombre" (el Hombre es Perón, pero todo significante es metáfora en este texto). Allí vive Amelia, la morocha "rea" de pulóver rojo por quien el protagonista, Diego, deja atrás su vida de "bacán" desde el instante en que la ve en la calle y sube al colectivo que la lleva hasta los márgenes. El gran amor de Ame fue un matón sindicalista, Venancio Acuña, de quien se dice en la villa que es primo del famoso Miguel Acuña, alias El Púa. Y El Púa es el protagonista de la tercera novela de Pla, Paño verde (1955, hay versión cinematográfica de 1973).
Un año antes, en 1954, Pla había publicado una novela policial con el seudónimo de Roger Ivnes. Titulada en su edición original por el sello Jackson La diosa de la venganza llora, fue reeditada casi 20 años más tarde en la entrega 279 de la colección El Séptimo Círculo, dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, como El llanto de Némesis. Las dos primeras novelas de Pla, Los Robinsones (1946) y El duelo (1951) son novelas de crisis, novelas de ideas y, en algún sentido, novelas de artista, la morosidad de cuyas conversaciones entre los personajes retorna en el drama trágico Las brújulas muertas (1960). Su novela póstuma, Los atributos (1985) regresa al mundo arrabalero con una historia de la vida real, cruzando ficción y no ficción. Es su única novela rosarina y está ambientada en los años `20 y `30, la época de su juventud. En 1969 (coincidiendo nada casualmente con la escritura de Intemperie, el ciclo radial sobre Nueva Novela y la obra para Capítulo) salió por la Editorial de la Biblioteca Popular Vigil su ensayo Proposiciones. En 1982 alcanza a ver publicado Objetivaciones, un libro de poemas del que Osvaldo Svanascini editó 300 ejemplares.
Hijo póstumo que no llegó a conocer a su padre, huérfano de madre a los 24 años, Pla fue un autodidacta que no pudo terminar el secundario pese a que desde los seis años leía a los clásicos. Criado en Rosario, cursó el secundario en Capital Federal; luego se casó y se radicó en Ramos Mejía (provincia de Buenos Aires). Desde allí tradujo para varias editoriales y practicó el periodismo gráfico en todas sus variantes. El autor que firmaba con seudónimos libros de autoayuda por encargo y guiones de historietas policiales, para revistas del corazón o de aventuras, era además un crítico de arte cuyos textos sobre artistas de la época, como por ejemplo su libro sobre Berni, siguen siendo de consulta imprescindible. Pese a su sobrehumana labor contra reloj, tanto Arlt como Pla se veían a sí mismos y eran vistos por sus contemporáneos como "vagos". Autovaloración injusta que delata los prejuicios de la sociedad ante las precarias condiciones de producción de la industria cultural, que dejan al escritor a la intemperie.

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