22 de noviembre de 2009

El juguete rabioso de Roberto Arlt


Por Jorge Lafforgue

La pregunta por la entidad de un literatura seguramente hallaría una respuesta inmediata en la evocación de sus obras más representativas; y muy posiblemente esa imagen sería completada a renglón seguido con la mención de algunas de sus figuras mayores. Así, la pregunta por la literatura argentina nos habría de remitir al Martín Fierro y a Facundo, a Una excursión a los indios ranqueles, Barranca abajo, Don Segundo Sombra y Radiografía de la pampa, aunque también a Esteban Echeverría, a Cambaceres, Payró, Lugones, Gálvez, Lynch, Fernández Moreno, Quiroga, Macedonio, Borges, Marechal y Cortázar. De esta lista o aun de otras más canónicas, resultaría difícil excluir hoy el nombre de Roberto Arlt. Sin embargo, hasta poco tiempo atrás, ese juicio no hubiese encontrado eco ni asidero en manuales o panoramas didácticos.
Pero la historia no es unívoca; existe también una historia de claves particulares, de regocijos íntimos, de secretos deslumbramientos, que nos permite a cada uno de nosotros –lectores más o menos consecuentes­– ir delineando nuestra propia imagen de un territorio acotado de las letras. Entre los golpes jubilosos que me ha deparado mi tránsito por la literatura nacional, no pocos llevan el sello indeleble de ese escritor controvertido y atormentado que en 1926 publicó El juguete rabioso: su primer libro y, para algunos críticos, no sin buenas razones, el más logrado.
Por ejemplo: la conversación de Silvio Astier con aquel joven atildado, de cara blanca y hombros lechosos, que cantaba el "Arroz con leche" y tenía la ropa sucia, cuyo imprevisible desenlace o clausura es el fósforo arrojado con deliberación sobre un mendigo dormido: descarga emotiva, fogonazo insensato, acto ruin y gratuito, violación de la conciencia feliz.
U otro ejemplo: ese final feroz, cuando el protagonista delata a su amigo el Rengo, sin motivos aparentes, incluso contra toda amable razonabilidad y sentido común, aunque siguiendo la inexorable lógica de quien ve la vida "como un gran desierto amarillo": una búsqueda cerrada de antemano.
He glosado dos pasajes cuya significación en despliegue remite al desarrollo de la novela en que se insertan: El juguete rabioso; pero, además y sin duda, esos pasajes poseen la capacidad de iluminar por sí mismos zonas recónditas de la conducta humana. Son como los versos que surgen para siempre y labran la gloria de un poeta. Son los contundentes versos de un escritor que nunca tentó en forma explícita el género de "poesía", pero que lo abordó intrínsecamente a lo largo de toda su obra: estallido de la realidad a través de la palabra, o palabras que generan su propia realidad en permanente asedio de un absoluto imposible.

Roberto Godofredo Christophersen Arlt nació en el porteño barrio de Flores en abril de 1900 (el 2, el 7 o el 26 de abril, pues con similares argumentos y a partir de diversas declaraciones del propio Arlt se puede optar por cualquiera de esas tres fechas). Sus padres fueron inmigrantes de origen europeo: Carlos Arlt, alemán nacido de Poznan, y Catalina Iobstraibitzer, natural de un pueblo del Tirol italiano y radicada en Trieste; llegaron a Buenos Aires cuando contaban 32 años de edad y tuvieron en esta ciudad tres hijos: una hija que murió muy joven, Roberto y Lila, que falleció de tuberculosis en 1936. El padre, ex militar desertor del ejército prusiano, tentó sin suerte y con escasos ímpetus varios oficios: vidrierista, contador, trabajador en los yerbatales misioneros, entre otros; abandonó esporádicamente a la familia y la mantuvo en un pobreza crónica, pero sojuzgada por su carácter rígido, agrio y autoritario. Doña Catalina, en cambio, fue una mujer melancólica, imaginativa y tierna, que luego habría de volcarse al espiritismo. (Las figuras de ambos padres e incluso la de su hermana Lila se traducen –hasta por omisión– en los textos arltianos.)
En consecuencia, su infancia fue desdichada, incierta y de intenso callejeo. Lejos estuvo Arlt de ser un alumno disciplinado: cursó sólo hasta tercer grado de la escuela primaria y unos meses en la Escuela de Mecánica de la Armada. A los dieciséis años de edad abandonó el hogar paterno, rumbo a Córdoba, donde desempeñó varios oficios ("De los quince años a los veinte años practiqué todos los oficios. Me echaron por inútil de todas partes".) y conoció a Carmen Antinucci, con quien se casa y cuya dote de 25.000 pesos invierte en negocios ruinosos. De ese matrimonio, nació una hija, Mirta, que habría de dedicarse a las letras.
Los Arlt regresan a Buenos Aires y Roberto ingresa en el periodismo, que será hasta su muerte la mayor o casi única fuente de ingresos: crónicas policiales en Última hora, epístolas de Don Goyo, colaboraciones en Crítica, una decisiva columna en El Mundo, desde 1928, que ha de constituir sus "aguafuertes porteñas", crónicas ciudadanas de enorme éxito popular. En función periodística ha de realizar algunos viajes: al Brasil en 1930, a España y África del Norte en 1935, a Chile y el sur argentino en 1941.
Pero paralelamente a este trabajo, Arlt ha ido desarrollando una tenaz, consecuente y no escasa labor literaria, cuyos orígenes deben rastrearse en lo versos de Dante y Tasso que le recitaba la madre, en las sucesivas entregas de la literatura folletinesca que devoraba en su infancia, en el nutrido arsenal de lecturas que fue formando desde su adolescencia con estricto criterio de autodidacta, y cuyo primer sacerdote bien puede haber sido Baudelaire (en un comentario autobiográfico de 1928 destaca a cuatro escritores: Quevedo, Dickens, Dostoievski y Marcel Proust).
En 1940, poco después de morir su primera esposa, se casa con Elizabeth Mary Shine, de origen irlandés. El 26 de julio de 1942, sin haber visto nacer a su segundo hijo, muere de un ataque cardiaco Roberto Arlt, escritor, periodista e inventor fracasado.
Durante su vida, Arlt publicó en forma de libro cuatro novelas (El juguete rabioso, 1926; Lo siete locos, 1929; Lo lanzallamas, 1931; El amor brujo, 1932), dos libros de cuentos (El jorobadito, 1933; El criador de gorilas, 1941) y dos recopilaciones de sus crónicas periodísticas (Aguafuertes porteñas, 1933; Aguafuertes españolas, 1936); póstumamente se ha recogido en diversos volúmenes su primer trabajo literario, aparecido en Tribuna Libre el 28 de enero de 1920 bajo el título de "Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires", un interesante relato –Viaje terrible– e innumerables aguafuertes (que, desde luego, se han reunido en recopilaciones parciales, pues "la colección completa de sus aguafuertes debe sumar unas dos mil o algo m{as", según cálculo quizá exagerado de Gostautas).
Es fácil observar que a lo largo de la década del '30 el núcleo de su interés como escritor se va desplazando de la narrativa a la dramaturgia, publicando y estrenando entonces unas cuantas piezas dramáticas: 300 millones, 1932; Prueba de amor, 1932; Saverio el cruel, 1936; El fabricante de fantasmas, 1936; La isla desierta, 1938, África, 1938 y La fiesta del hierro, 1940 (de acuerdo con la edición de su Teatro completo, Schapire, 1968, habría que agregar El desierto entra en la ciudad).
Hasta diez años después de su muerte, el reconocimiento crítico hacia la obra de Roberto Arlt fue prácticamente nulo –si se exceptúa algún trabajo de Córdova Iturburu y breves evocaciones anecdóticas–; lo ignoraban los comentaristas locales y lo desconocían los popes de la crítica continental (Arturo Torres Rioseco, Luis Alberto Sánchez y Fernando Alegría, por ejemplo, no lo mencionaban en sus respectivos panoramas). Luego de 1950, a partir de la reedición de sus obras (por Futuro, Fabril y Losada, consecutivamente), de la primera biografía (la de Raúl Larra), de los artículos de Murena, Vanasco y Sebreli y del número que le dedica la revista Contorno, dirigida por los hermanos Viñas, comienza una exégesis crítica que ha de cuajar en una serie de libros (de: Nira Etchenique, 1962; Raúl Castagnino, 1964: Oscar Masotta, 1965; Ángel Núñez, 1968; David Maldavsy, 1968; Diana Guerrero, 1972; Stasys Gostautas, 1977) e importantes trabajos, desde los ordenamientos filiales de Mirta Arlt y los emotivos exabruptos onettianos hasta los enriquecedores análisis de Noé Jitrik, Luis Gregorich y Ricardo Piglia, para sólo citar los fundamentales.
Esta producción crítica ha puesto el acento decididamente en la narrativa arltiana, pues las referencias al trabajo periodístico y teatral son circunstanciales (aparte el estudio de Castagnino). De allí que no se haya encarado aún un enfoque global sobre el conjunto de esa escritura, que en una primera aproximación muestra una enorme coherencia conceptual y la permanencia de sus principales núcleos temáticos. (Sobre el desplazamiento narrativa–teatro, Masotta apunta una inteligente conjetura: "si Arlt se siente empujado a abandonar la novela, no es más que por el carácter poco novelístico de los personajes que creaba, verdaderos 'caracteres', en el sentido clásico del término, destinos petrificados, naturalezas muertas.")

En este señalamiento de Masotta, hay una salvedad a favor de El juguete rabioso: es el único texto donde Arlt muestra a un personaje en tren de hacerse (no ya hecho, como Erdosain o Balder, sino haciéndose). Mucho más cabría indicar con respecto a esta primera novela y mucho han indicado ya los críticos.

Pero antes apuntemos que El juguete rabioso fue escrito entre 1919 y 1924; que su título inicial fue Vida puerca; que dos pasajes del texto primitivo fueron publicados como anticipos en la revista Proa y uno de ellos eliminado de la versión definitiva; que en la primera edición la novela estaba dedicada a Ricardo Güiraldes, de quien Arlt fue esporádico secretario y amigo (hechos que no implicaron un embanderamiento en las huestes de Florida, aunque tampoco Artl fue bodeista); que Elías Castelnuovo se la rechazó porque, "pese a su fuerza temperamental, ofrecía innumerables fallas de diversa índole"; que finalmente la publica la Editorial Latina, de L. J. Rosso, gracias a los buenos oficios de Enrique Méndez Calzada y Julio Noé; que la crítica apenas si le prestó atención (la comentó Leónidas Barletta en Nosotros), puesta a cantar unánimes loas a Don Segundo Sombra.
Pasados los años, Noé Jitrik afirmará que "Roberto Arlt, en El juguete rabioso, va a hacer una síntesis tal que inauguraría definitivamente la literatura urbana con proyección universal, por una parte, y la literatura que muestra la forma de ser y los mitos de una clase social concreta, por otra". Por su parte, Oscar Masotta diría que "la primera novela de Arlt es una verdadera fenomenología, en el sentido que Hegel daba a la palabra, de la aparición del mal, es decir que en ella se hace el relato de un desarrollo verdaderamente dialéctico donde algo nuevo emerge en cada etapa: el punto de partida es la necesidad de trascendencia y el convencimiento que su satisfacción reside en el mal".
En otro orden de cosas, Luis Gregorich ha señalado con justicia que, "técnicamente, el libro utiliza, casi sin proponérselo, algunos procedimientos de la nueva novela. No se explica la situación social, el aspecto ni los pensamientos de los personajes: toda la explicación está dada por la acción misma, por el relato de los hechos. (...) También es moderna la presentación psicológica de los personajes: la vida psíquica es presentada con todas sus arbitrariedades, despojada de la casualidad, fragmentada en innúmeras vivencias que muchas veces no se relacionan entre sí".
Los caminos que abrió El juguete rabioso son los de nuestra literatura contemporánea. Las objeciones –serias y pueriles– a su escritura tuvieron un principio de respuesta en el prólogo del propio Arlt a Los lanzallamas. Ahondando en esa vertiente, el uruguayo Juan Carlos Onetti podría proclamar hoy que "seguimos profunda, definitivamente convencidos de que si algún habitante de estas humildes playas logró acercarse a la genialidad literaria, llevaba por nombre el de Roberto Arlt".
(1981)

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