7 de noviembre de 2009

La otra vida

Enrique Anderson Imbert


Desesperados por los tormentos y trabajos que les imponían los españoles –el español Las Casas es quien cuenta– los indios de las Antillas empezaron a huir de la encomiendas
[1]. De nada les valía: con perros los cazaban y despedazaban. Entonces los indios decidieron morir. Unos incitaban a otros, y así pueblos enteros se colgaron de los árboles, seguros de que, en la otra vida, gozarían de descanso, libertad y salud. Los españoles se alarmaron al ver que se iban quedando sin esclavos. Una mañana cierto encomendero advirtió que un gran número de indios abandonaban las minas y marchaban hacia el bosque, con sogas para ahorcarse. Los siguió, y cuando ya estaban eligiendo las ramas más fuertes, se le presentó y dijo:
–Por favor, dadme una soga. Yo también me voy a ahorcar. Porque si vosotros os ahorcáis, ¿para qué quiero vivir acá, sin vuestra ayuda? Me dais de comer, me dais oro… No, quiero irme a la otra vida con vosotros, para no perder lo que allá tendréis que darme.
Los indios, para evitar que el español se fuera con ellos y durante toda la eternidad los mandara y fatigara, acordaron por el momento no matarse.
[1] Encomienda: institución colonial española, consistente en el repartimiento de indios entre los conquistadores. Jurídicamente, se basaba en la cesión que hacía el rey a favor de un súbdito español (encomendero) de la percepción del tributo o trabajo que el súbdito indio debía pagar a la corona. A cambio, el encomendero se obligaba a la instrucción y evangelización del indio (encomendado). Los encomenderos abusaron cruelmente de los indios, lo que trajo consecuencias desastrosas para los indígenas, cuyo descenso demográfico, provocó la casi despoblación de las Antillas.

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