7 de mayo de 2010






____Sebastián se despidió de los Tenopos y el mismo Zexerón le tendió su anciana y pequeña mano de tres dedos sin uñas, agradeciéndole su colaboración. Los Tenopos entre vivas y hurras acompañaron al niño hasta la entrada de Tenopián. Muchos de la alegría salían despedidos hacia lo más alto de los árboles y caían como una hoja en otoño. El Guardián de la Naturaleza le explicó como llegar desde allí a la cerca. Era una serie de senderos que Sebastián memorizó. Emprendió viaje con el compromiso de regresar al día siguiente por la mañana con los Amigos del Bosque. Llevaba en la cabeza todo lo hablado respecto al plan de rescate a Zexurión, especialmente su participación. Era muy riesgoso como decía Zexerías. Por que se iba a llevar a cabo en las propias narices de Prorena, su ejército de Gríseos y todos sus colaboradores incluyendo, desde ya, a los Ciegos. Convencer a sus padres para asistir al espectáculo no sería ningún inconveniente. Temió, eso sí, que salieran lastimados ya que eran imprevisibles las consecuencias del plan. A pesar de eso no podía fallarle a los Tenopos después de la confianza que depositaron en él. De esto lo que le molestaba era no poder confiarle a sus padres el horror que se vivía en la Gran Aldea del Sur. De conocer toda la verdad lo obligarían a pasarse los cinco o seis días que faltaban para la llegada del próximo barco encerrado en la cabaña.
____ “Toma el sendero que se abre a la derecha primero y el que se abre a la izquierda después, de allí seguir hasta la próxima bifurcación” le había explicado el Encantador de Pájaros o el Guardián de la Naturaleza o como la gente lo llame. Se detuvo a admirar la altura de unos álamos carolina y de unos eucaliptos cuando escuchó unos gritos que provenían del otro lado de unos ligustros. Con sus manos hizo un hueco en el follaje y pudo ver a un hombre tratando de atrapar, en el medio del barro, a un lechoncito. El sujeto estaba totalmente embarrado y se encontraba arrodillado intentando arrojarse una vez más sobre el pequeño animal. Este estaba muy asustado y no podía huir por que el cerco se lo impedía. Sólo podía aprovecharse momentáneamente de la torpeza del hombre. Sebastián dio un rodeo a los ligustros para poder presenciar cómodamente la escena. Ya a un lado del cerco el hombre, de panza ahora en el barro, lo miró con desconcierto. Sus ojos claros resaltaban en el rostro cubierto de fango.
____–¿Qué buscas? –preguntó malhumorado mientras de reojo vigilaba al lechón que se encontraba en el extremo opuesto del chiquero.
____–¿Por qué querés agarrar al chanchito? –preguntó Sebastián tratando de no reír del ridículo aspecto del hombre.
____–Para salvarlo –contestó con firmeza.
____–¿Está enfermo? –se interesó el niño.
____–No, que va a estar. Esta más sano que tu y yo juntos –dijo y se tiró tratando una vez más de atraparlo.
____–Entonces... –insistió Sebastián al hombre que había vuelto a fallar.
____–Tú no sabes hijo, quiero salvarlo del Segundo Gran Diluvio Universal –dijo ya de pie el hombre. Parecía una estatua, el barro chorreaba por su ropa. Miró al chanchito que se había quedado esperando otro ataque.
____–Más tarde volveré por ti puerco. Eres un testarudo, no entiendes que yo te quiero salvar.
____Sebastián miró al lechoncito que parecía agradecerle con sus pequeños ojos que le haya sacado de encima a ese gigante. Lo saludó con la mano y siguió al hombre que caminaba apresurado muy enfadado. Tomó el mismo camino por donde venía Sebastián y dobló por un sendero que se internaba en un bosque de almendros.
____–¿Y tu qué me sigues? –preguntó con violencia a Sebastián que casi se lo lleva por delante cuando éste frenó imprevistamente su desordenado andar.
____–Esteee... yo... no entendí bien eso de salvar al chanchito del diluvio universal...
____–No sólo al cerdo, si no a todos los animales –contestó aún muy molesto. Miró fijo a Sebastián y reanudó su andar protestando entre dientes y chorreando barro.
____El sendero desembocó en una construcción de madera con una chimenea de piedra por donde salía un humo gris que se perdía entre las copas de los grandes árboles. El hombre advirtió que Sebastián seguía detrás de él.
____–Disculpa hijo si te he tratado mal. Ese bendito puerco es la cuarta vez que se burla de mí. No puedo atraparlo. Lo peor del caso es que termino todo embarrado –dijo el hombre resignado a su suerte.
____–No tenés que disculparte, me he divertido mucho viéndote –dijo el niño soltando su risa al verdor de los árboles. El hombre mirando el lamentable estado en que por cuarta vez lo había dejado la tozudez del animalito largó una carcajada.
____–¡No, otra vez no! –salió de la cabaña gritando una mujer– No lavaré por cuarta vez tu ropa llena de lodo.
____–Esa es mi esposa –dijo en voz baja el hombre a Sebastián que había quedado sorprendido por el griterío de la mujer.
____–Sí, sí, no me expliques, fue otra vez el cerdo. Eres torpe, mides dos metros y puede contigo un cerdo de treinta centímetros –dijo la mujer también resignada a su suerte– Bueno ahora vete a bañar que yo te llevaré ropa limpia y... un momento... tu quién eres? –le preguntó a Sebastián.
____–Yo... soy...
____–Él es un amigo –aclaró el hombre guiñándole un ojo a Sebastián– Ofrécele algo al muchacho mujer, que debe estar sediento –y se fue silbando una canción.
____–Ven entra –dijo la mujer. Entraron en la cabaña. Esta era muy modesta pero extremadamente limpia y ordenada. Tenía una mesa grande hecha con madera del Bosque. Había un hogar de piedra que terminaba en una chimenea que se perdía en el techo de gruesos tirantes de madera. Se sintió a gusto en ese lugar.
____–Aquí tienes un baso de jugo de frutas silvestres, espero que sea de tu agrado –dijo la mujer con una amplia sonrisa. Era una mujer bellísima con un cabello dorado y unos ojos azules que dejaron fascinados a Sebastián. Agradeció el jugo y bebió con muchas ganas, el caminar le había dado mucha sed.
____–Permiso... –interrumpió al rato el hombre con ropas limpias y relucientes. Sebastián lo miró con atención, sin duda era otra persona. El hombre avanzó, besó a su mujer y le comentó que estaba hambriento. Era un hombre entrado en años, sus ojos claros no se distinguían tanto como antes y su rostro estaba curtido por el sol. Se dirigió a un pequeño aparador que estaba al lado de la chimenea y de uno de sus cajones sacó una libreta negra. Con ella vino a la mesa, se sentó frente a Sebastián y comenzó a hojearla.
____–¡Caray, aún me falta el cerdo! Tengo a la hembra pero me falta su compañero. Por cierto que es muy porfiado... –agregó sonriente.
____–¡Otra vez con el asunto del Diluvio! –protestó la mujer que ponía la mesa.
____–Amiguito –se dirigió el hombre a Sebastián– comeremos algo y luego iremos a ver algo fabuloso que jamás has visto.
____El hombre y Sebastián comieron aprisa para poder dirigirse a eso que decía que era fabuloso. La mujer lo veía tan feliz que optó por dejarlo en paz con sus ocurrencias.
____–Si has terminado, sígueme –le dijo a Sebastián que apuró su jugo. Salieron de la cabaña despidiéndose de la mujer que continuó con sus tareas del día. El hombre con pasos enormes se internó en el Bosque, estaba alegre, había olvidado por completo el disgusto que le ocasionara el cerdito.


© Gustavo Prego


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