31 de mayo de 2010

La ciencia ficción


¿Ficción o realidad?

El doctor Paulin, ventajosamente conocido en el mundo científico por el descubrimiento del telectróscopo, el electroide y el espejo negro, de los cuales hablaremos algún día, llegó a esta capital hará aproximadamente ocho años, de incógnito, para evitar manifestaciones, que su modestia repudiaba. Nuestros médicos y hombres de ciencia leerán correctamente el nombre del personaje, que disimuló bajo un patronímico supuesto, tanto por carecer de autorización para publicarlo cuanto porque el desenlace de este relato ocasionaría polémicas, que mi ignorancia no sabría sostener en campo científico.
Un reumatismo vulgar, aunque rebelde a todo tratamiento, me hizo conocer al doctor Paulin cuando todavía era aquí un forastero. Cierto amigo, miembro de una sociedad de estudios psíquicos a quien venía recomendado desde Australia el doctor, nos puso en relaciones. Mi reumatismo desapareció mediante un tratamiento helioterápico original del médico; y la gratitud hacia él, tanto como el interés que sus experiencias me causaban, convirtió nuestra aproximación en amistad, desarrollando un sincero afecto.
Una ojeada preliminar sobre las mencionadas experiencias servirá de introducción explicativa, necesaria para la mejor comprensión de lo que sigue.
El doctor Paulin era, ante todo, un físico distinguido. Discípulo de Wroblewski en la Universidad de Cracovia, habíase dedicado con preferencia al estudio de la licuación de los gases, problema que, planteado imaginativamente por Lavoisier, debía quedar resuelto luego por Faraday, Cagniard-Latour y Thilorier. Pero no era éste el único género de investigaciones en que sobresalía el doctor. Su profesión se especializaba en el mal conocido terreno de la terapéutica sugestiva, siendo digno émulo de los Charcot, los Dumontpallier, los Landolt, los Luys; y aparte del sistema helioterápico citado más arriba, mereció ser consultado por Guimbail y por Branly repetidas veces, sobre temas tan delicados como la conductilidad de los neurones, cuya ley recién determinada entonces por ambos sabios era el caso palpitante de la ciencia.
Forzoso es confesar, no obstante, que el doctor Paulin adolecía de un defecto grave. Era espiritualista, teniendo, para mayor pena, la franqueza de confesarlo. Siempre recordaré a este respecto al final de una carta que dirigió en julio del 98 al profesor Elmer Gates, de Washington, contestando otra en la cual éste le comunicaba particularmente sus experiencias sobre la sugestión en los perros y sobre la “dirigación”, o sea, la acción modificadora ejercida por la voluntad sobre determinadas partes del organismo.
(...) Así, el doctor Paulin era mirado de reojo por las academias. Como Croques, como a de Rochas, la aceptaban con agudas sospechas. Sólo faltaba la estampilla materialista para que le expidieran su diploma de sabio.
¿Por qué estaban en Buenos Aires el doctor Paulin? (...)


Una relación particular: literatura y ciencia

En la actividad anterior, les propusimos que leyeran el cuento “El psychon”, del escritor Leopoldo Lugones (1874-1938). Tal vez, ustedes pensaron que no se trataba de literatura, porque en el relato aparecen muchos nombres de científicos y de instrumentos que usan los hombres de ciencia. Sin embargo, el texto es literario. Lo que sucede es que el autor eligió construir el verosímil apelando al mundo de la ciencia y sus saberes.
El universo científico ha sido un elemento muy importante a la hora de construir verosímiles literarios en diversas épocas y para diferentes autores. Esto se debe a que la ciencia ha introducido una manera distinta de ver la realidad.
En la primera parte de este capítulo, analizaremos algunas formas de incorporar la ciencia en la construcción del verosímil literario.


El mundo de la ciencia ficción

Un género que se construyó gracias a la existencia de la ciencia ha sido la ciencia ficción. Ésta surge junto con las dos primeras revoluciones industriales cuando el método científico comienza a aplicarse a todos los campos con el propósito de investigar los fundamentos de nuestra existencia,
El nombre del género fue propuesto por el ensayista William Wilson a mediados del siglo XIX, aunque algunos expertos opinan que fue una creación de los editores de revistas norteamericanas y otros afirman que fue el invento de un aficionado llamado Hugo Gernsback. Cuando William Wilson acuñó el término, describió los relatos de ciencia ficción como aquellos donde se entretejen las verdades de la ciencia con historias entretenidas. En la actualidad, se define este género como la literatura de la imaginación disciplinada y se aplica a historias que pueden parecer inverosímiles o increíbles, pero que tienen una explicación racional. El autor que escribe este tipo de literatura puede basarse en temas científicos y utilizar los datos de la ciencia o puede inventar esa información.
Si hiciéramos una historia de los textos literarios que narran fantasías y profecías que se resuelven apelando al conocimiento y a lo racional, tendríamos que viajar al pasado. Se piensa que el género nació en el siglo II con Luciano de Samosata, el primero que contó un viaje a la Luna. Luego se suman los diálogos de Platón, donde el filósofo griego define el alma, el origen del mundo o el destino del hombre. En la Edad Medias, algunos cuentos folclóricos narran historia referidas a un mundo donde sobraba la comida y nadie tenía que trabajar. En el siglo XVI, Tomás Moro escribe un texto titulado Utopía, donde imagina una especie de socialismo puritano –un sistema de organización social y económica basado en la administración colectiva de los bienes y cuyos miembros siguen normas sociales austeras y rígidas–, y un siglo después, Francis Bacon escribe la obra Nueva Atlántida, que plantea la fe en el progreso científico, prefigurando también la ciencia ficción. Más adelante, el escritor francés Julio Verne imagina viajes extraordinarios como el viaje especial y, por último, el autor inglés Herbert G. Wells inventa la posibilidad de viajar a través del tiempo. El género siguió desarrollándose durante el siglo XX y continúa en la actualidad.


Las temáticas del género

La realidad se fue modificando a lo largo del tiempo, sobre todo a partir de las transformaciones científicas y técnicas. La ciencia ficción es el género que ha sabido tomar distancia en la realidad inmediata y ha podido familiarizarse con el cambio y mostrar las dudas que éste provoca. Los temas de los que se ha ocupado para referirse a los cambios del mundo son el hombre, la sociedad y la imagen del mundo.
Analizaremos algunos ejemplos:

(...) Moxon estaban sentado de cara a mí sobre el lado opuesto de una mesita con un candelero, que era toda la luz que había en la habitación. Frente a él, de espaldas a mí, estaba sentada otra persona. Sobre la mesa, entre los dos, había un tablero de ajedrez; los hombres estaban jugando. Sabía muy poco de ajedrez pero por las pocas piezas que permanecían sobre el tablero era obvio que el juego esta por concluir. Moxon estaba totalmente interesado... no tanto, eso me pareció, en el juego sino en su antagonista, sobre el cual había fijado de tal manera la vista que, parado donde estaba, en la línea directa de su visión, permanecía sin embargo inobservando. Su cara tenía un blanco fantasmal y sus ojos brillaban como diamantes. A su antagonista sólo lo veía de atrás, pero era suficiente, no tuve interés en ver su cara. Aparentemente no tenía más de un metro y medio de estatura, con proporciones que recordaban al gorila... ancho de hombros, grueso y corto cuello y una gran cabeza cuadrada con una maraña de pelo negro que coronaba un fez carmesí. Una túnica del mismo color, ligeramente sujeta a la cintura, caía hasta el asiento –sobre el cual se sentaba; no se le veían las piernas ni los pies. El brazo izquierdo parecía descansar sobre la falda; movía las piezas con la mano derecha desproporcionadamente grande. (...)
El juego fue rápido. Moxon apenas miraba el tablero al hacer sus movimientos y, para mí ojos inexperto, parecía mover las piezas más cercanas a su mano. Su movimiento al hacerlo era rápido, nervioso y falto de precisión. La respuesta de su antagonista, igualmente pronta en la iniciación, continuaba con un lento, uniforme, mecánico y, pensé casi teatral movimiento del brazo, que era una dolorosa prueba para mi paciencia. Había algo aterrador en todo eso, y comencé a temblar. Pero lo cierto es que estaba mojado y aterido.
Dos o tres veces después de mover una pieza, el extraño inclinaba ligeramente la cabeza, y cada vez que lo hacía observé que Moxon desviaba su rey. Al momento tuve la idea de que el hombre era mudo. ¡Entonces era una máquina... un jugador de ajedrez autómata!
Recordé que una vez Moxon me había contado que había inventado un mecanismo de ese tipo, pero yo no había comprendido que ya lo había construido. ¿Así que toda su charla sobre la conciencia y la inteligencia de las máquinas era sólo un mero preludio para la exhibición eventual de este artefacto... un truco para intensificar el efecto de su acción mecánica sobre la ignorancia de su existencia? (...)
Ambrose Bierce, "El amo de Moxon"
Este texto ejemplifica una de las temáticas que aborda la ciencia ficción: la del hombre que puede crear una máquina humanizada. El personaje principal, Moxon, es un científico que cree en la posibilidad de que en todos los objetos haya vida y que las máquinas pueden pensar. Crea, entonces, una máquina que piensa. Lo trágico de la historia es que la máquina humanizada termina matando a su creador y, con espíritu y raciocinio, sobrepasa al hombre porque está liberada de sus pasiones.
Veamos otro ejemplo:

(...) Se oyeron las campanadas de una iglesia. Llegaban los invitados. Sthendal, sonriente, fue a recibirlos.
Adultos sin memoria, los robots esperaban. Esperaban vestidos de verde como los charcos en los bosques, las ranas y los helechos. Esperaban envueltos en pieles amarillas, como el sol y la arena, o aceitados, con los huesos de tubos de bronce sumergidos en gelatina. En cajas de madera, en ataúdes fabricados para los que no estaba vivos ni muertos, los metrónomos esperaban que los pusieran en marcha. Un silencio de cementerio. Sexuados, pero sin sexo, nominados pero sin nombres, con todas las características humanas menos la humanidad, en una muerte que ni siquiera era muerte, ya que nunca había sido vida, los robots miraban fijamente las tapas cerradas de sus cajas, esas cajas en las que alguien había grabado las letras F.O.B. Y de pronto rechinaron los clavos. De pronto se levantaron las tapas, hubo sombras en las cajas, y una mano apretó una lata de aceite. Se oyó el tictac de un reloj, luego otro y otro, hasta que el sótano se convirtió en una inmensa relojería. Los párpados de goma se abrieron y descubrieron los ojos de mármol; las narices palpitaron; los robots se levantaron vestidos con una velluda piel de mono, o una piel blanca de conejo: Tweedledum detras de Twedledee, Mock-Turtle y Dormouse, cadáveres flotantes de ahogados manchados de sal y algas, ahorcados de rostros violáceos y ojos desorbitados y gnomos de pimienta, Tik-Tok, Ruggedo, Santa Claus precedido por un torbellino de nieve, Barba Azul con patillas de acetileno, nubes sulfurosas con lenguas de fuego verde y, por fin, un dragón gigantesco y escamoso, con un horno en el vientre, que cruzó la puerta con un grito, un rugido, un silencio, un torrente, una ráfaga. Diez mil tapas cayeron. La relojería invadió User. La noche estaba encontrada. (...)
Ray Bradbury, "Abril de 2005. Usher II"
En este cuento, que transcurre en el año 2005 en Marte, un personaje llamado Bigelow construye una casa similar a la casa de Usher del cuento de Edgar Allan Poe, pero con elementos futuristas. Una de las características del género, incluida en este relato, es la aparición de los robots. En efecto, el autor norteamericano contemporáneo imaginó un mundo donde existen robots que parecen tener rasgos humanos: sexuados, pero sin sexo, nominados pero sin nombres, con todas las características humanas menos la humanidad, en una muerte que ni siquiera era muerte, ya que nunca había sido vida. El robot aparece como contrafigura del hombre y depende de él; cumple distintas funciones y, en algunos casos, es un esclavo del hombre.
Observen otro ejemplo:

(...) Lo primero de que se ocupó fue de la rapidez de mis percepciones y movimientos. Puso convencerse de que la sutileza de mi oído se correspondía con la velocidad de mi forma de hablar. Experiencias controladas sobre los ruidos más furtivos, que yo imitaba con comodidad, o las palabras de diez o quince personas que hablaban a la vez y que yo discernía a la perfección, demostraron ese punto hasta la evidencia. La velocidad de mi visión no era menor; en ensayos comparativos entre mi poder de descomposición del galope de un caballo, el vuelo de un insecto, y el mismo poder en aparatos de fotografía instantánea, demostraban que mis ojos los aventajaban. En cuanto a percepción de las cosas comunes, los movimientos simultáneos de un grupo de hombres o de niños jugando, la evolución de instrumentos, de piedritas arrojadas al aire o de bolitas lanzadas en un puñado para ser contadas al vuelo, todo esto dejaba estupefactos a la familia y a los amigos.
Mi carrera en el gran jardín, mis saltos de veinte metros, la capacidad instantánea para atrapar o juntar objetos eran aún más admirados, no por el doctor, sino por quienes lo rodeaban. Y para la mujer y los hijos de mi anfitrión era un placer siempre renovado verme sacarle ventaja a un jinete al galope o seguir la trayectoria de alguna golondrina: en efecto, no hay pura sangre al que yo no pueda darle dos tercios de ventaja, cualquiera sea el trayecto, ni ave a la que no pueda superar con comodidad.
El doctor, cada vez más satisfecho del resultado de sus experiencias, me definió así: “un ser humano dotado, en todos sus movimientos, de una velocidad incomparablemente superior, no sólo a la de los demás hombres, sino incluso a la de todos los animales conocidos. Esta velocidad, que se encuentra tanto en los elementos más tenues de su organismo como en el conjunto, hace de él un ser tan distinto de la creación que merece por sí sólo tomar un nombre especial en la jerarquía animal. En cuanto a la conformación tan curiosa de su ojo, como así también el tinte violáceo de su piel, es necesario considerarlos como simples indicios de este estado especial”. (...)
J. H. Rocín Ané, “Un mundo distinto”
En este texto, encontramos otra temática recurrente en la ciencia ficción, que es la aparición de un hombre con características sobrehumanas, es decir, del hombre que se ha transformado en un superhombre. Este cuento relata la historia de un niño que no se adapta a su mundo y que es considerado enfermo hasta que, ya más grande, conoce a un doctor que descubre que, en realidad, es un hombre, pero con capacidades que superan a las del hombre. Luego se casa y tiene un hijo que posee las mismas características que él. El autor, entonces, imagina un mundo en el que otros superhombres poblarán el universo.
Esta ficción nace de la idea de creer que en un más allá existirá el hombre que tenga un comportamiento muy diferente, que sea perfecto, casi como un dios.
No sólo de máquinas humanas, robots y superhombres vive la ciencia ficción; también aborda otras temáticas. Una de ellas es la que presenta infiernos utópicos, es decir, mundos donde reina la manipulación del hombre acentuada por las nuevas tecnologías electrónicas. Encontramos ejemplos de esta temática en los relatos que narran cómo se lava el cerebro de los hombres, cómo la publicidad es el poder político de una sociedad, cómo la televisión invade del mundo de lo privado y cómo existen sociedades enteramente femeninas basadas en la reproducción partenogenética. Estos temas se relacionan con el miedo humano frente a la deshumanización causada por la sociedad industrial.
Lean el siguiente ejemplo:

Poco después de que se comenzara a fabricar máquinas de escribir literatura y de que éstas se hicieron funcionar a fondo, se comprobó que los críticos desaparecían de un día para el otro. El fenómeno tenía una causa inmediata, fácil de detectar: el oficio de crítico literario se había vuelto prácticamente imposible. Nadie podía llegar a leer aunque fuese una pequeña parte de los libros que aparecían. Según cálculos aproximativos (la historia de ese momento fue construida mucho más tarde y los datos concretos eran imprecisos, debido a que los tomó de fuentes indirectas), para componer una poesía una máquina empleaba menos de dos segundos. Una novela de trescientas páginas necesitaba dieciocho minutos. El tiempo exigido por una obra de teatro, sin embargo, ascendía de modo misterioso a casi una hora. Las máquinas trabajaban sin interrupción durante unos noventa días, luego era necesario una pausa para la corrección. Fue como sólo en Lima aparecían más de 101,2 volúmenes por año, y las ganancias de los monopolios editoriales aumentaban vertiginosamente. Los primeros que renunciaron a su misión fueron los historiadores literarios. Sin los medios de examinar parte de los libros aparecidos, el objeto de semejante trabajo se convertía en un absurdo. Pero fuesen sus esfuerzos, no alcanzaban a leer ni el 0,0001 % de la producción literaria. Pronto les llegó el turno de deponer las armas a los críticos de los periódicos. Aunque hubiesen renunciado deliberadamente a la ambición de elegir según su importancia los libros aparecidos (no podía saberse de ningún modo si entre los incontables volúmenes sin leer no se había dejado de lado obra fundamentales), había una dificultad de orden mayor que se había revelado insuperable. Al ejecutar rigurosamente el tipo de obra para el que habían sido programadas, las máquinas excluían toda objeción crítica. Se le pedía comentarista que examinara ante todo la medida en que la intención artística se había logrado. Ahora bien, las máquinas no se apartaban una coma de su programa y, de hecho, sólo creaban obras maestras, lo que hacía inútil ab initio toda valoración. Incluso para los gustos más extravagantes, todo había sido previsto en el cálculo estadístico inicial: en consecuencia, no había sorpresa posible (...)
Ovis S. Crohmalciceanu, “Un capítulo de historia literaria”
Este texto profetiza un mundo donde existen máquinas que escriben libros y, de esta manera, desaparece el trabajo realizado por los seres humanos. La realidad de la ficción cuenta una historia donde las máquinas desplazan a los hombres y el mundo se deshumaniza. Todo está hecho por la máquina y el hombre ya no sirve para nada.
Otro ejemplo clásico de esta temática es la novela Farenheit 451, del escritor norteamericano Ray Bradbury, que narra la existencia de un mundo donde está prohibido leer y tener libros, y a aquellos que no cumplen con las leyes que rigen en esa sociedad, el Estado les incendia las casas. Bradbury predice un mundo sin libros, sin gente que piense y se sensibilice con la literatura. Aquellos que rompan las leyes quedan totalmente marginados.
Los primeros textos de ciencia ficción narraban historias referidas a viajes a la luna, luego a Marte y Venus, más tarde al sistema solar. En el siglo XIX, se imaginó el futuro en el año 2000; en la actualidad, los escritores de ciencia ficción crean un futuro inimaginable y un pasado cercano a los orígenes del universo.
Otra temática propia de la ciencia ficción es la pluralidad de los mundos. Ya no existen lugares privilegiados ni posiciones absolutas; la Tierra es un pequeño planeta perdido en un espacio infinito y su historia está limitada entre el pasado y el futuro. Existen mundos paralelos más allá del espacio físico y junto al tiempo lineal hay otros tiempos posibles.
El siguiente texto puede servir para analizar esta temática:

Afuera del tren se extendían campos sin fin, interrumpidos ocasionalmente por alguna granja. Desolados postes telefónicos sobresalían en el cielo del atardecer.
Paine echó un vistazo a su reloj de pulsera. No estaba lejos ahora. El tren atravesó una pequeña ciudad. Un par de estaciones de servicio, quioscos de ruta, tiendas como de televisión. Se detuvo en la estación haciendo chirriar los frenos. Lewisburg. Unos pocos pasajeros con abonos descendieron: hombres en sobretodos con diarios de la tarde. Las puertas golpearon y el tren reanudó su marcha.
Paine se acomodó contra su asiento, absorbido por pensamientos profundos. Critchet se había desvanecido mientras miraba el mapa de la pared. Se había desvanecido la primera vez cuando Jacobson le había mostrado la planilla de horarios... cuando le había mostrado que no existía un lugar llamado Macon Heights. ¿Había alguna clase de pista en ells? Todo el asunto era irreal, como de ensueño.
Paine miró con atención. Estaba casi ahí... si ese lugar existía. Afuera, los campos marrones se extendían infinitamente. Colinas y campos llanos. Postes de teléfono. Autos corriendo por la autopista estatal, pequeños puntos negros apurándose hacia el crepúsculo.
Pero ningún signo de Macon Heights.
El tren rugió en su marcha. Paine consultó su reloj. Habían pasado cincuenta y un minutos. Y no había visto nada. Nada excepto campos.
Caminó por el vagón y se sentó junto al guarda, un caballero viejo y canoso.
–¿Alguna vez oyó hablar de un lugar llamado Macon Heights? –preguntó Paine.
–No, señor.
(...) Paine siguió hasta la próxima parada, Jackosonville. Se bajó y abordó el tren B, de regreso a la ciudad. El sol había caído. El cielo estaba casi negro. A dura penas podía imaginar lo que había allí afuera, detrás de la ventanilla. Se puso tenso, conteniendo la respiración. Un minuto para llegar. Cuarenta segundos. ¿Había algo? Campos llanos. Desolados postes telefónicos. Un árido, yermo paisaje entre ciudades. ¿Entre...?
El tren avanzaba, lanzado a través de la oscuridad. Paine miró fijamente. ¿Había algo allí afuera? ¿Algo entre los pastizales?
Sobre los campos, una gran masa de humo traslúcido. Una masa homogénea, que se extendida por aproximadamente una milla. ¿Qué era? ¿Humo de la locomotora?
Pero la locomotora era diesel. (...)
De pronto el tren comenzó a aminorar su marcha. (...)
Un hombre alto, de campera liviana, se puso de pie en medio del pasillo, se colocó su sombrero y se movió rápidamente hacia la puerta. El hombre caminó de prisa, alejándose del tren por los campos oscuros. Se movía, con algún propósito, en dirección al banco de niebla gris. (...)
Paine se apuró por el pasillo. Pero el tren ya había empezado a buscar velocidad. (...)
–Escuche –gritó irritado Pine–. ¿A qué se de debió esa parada? (...)
–Siempre paramos ahí. –Despacio, el guarda alcanzó su campera y sacó un puñado de horarios. Los revisó y pasó uno a Paine. –El B siempre para en Macon Heights. ¿No lo sabía? (...)
Philip K. Dick, “El viajero abonado”
Este relato cuenta la historia de un hombre que va a tomar el tren para ir a su casa después de un día de trabajo y cuando pide el boleto hasta su ciudad, el empleado ferroviario le dice que ese lugar no existe. Entonces, Paine, otro empleado del ferrocarril, decide ir a ver si realmente no existe ese lugar. Toma el tren y calcula poder llegar en cuarenta y nueve minutos (el tiempo exacto que, según Critchet, el hombre que había pedido el boleto, duraba el viaje hasta Macon Heights). Pasa el tiempo y el tren no arriba nunca a ese lugar. Luego sucede lo que cuenta el fragmento citado. En el viaje de regreso a su casa, Paine teme que le ocurra lo mismo que al empleado y que no encuentre su ciudad. Pero, finalmente, llega a su casa.
En este caso, Philip Dick (1928-1982) imagina la posibilidad de la coexistencia de mundos paralelos subjetivos para acentuar la sensación de irrealidad que domina al ser humano.


Las variantes del género

La ciencia ficción surgió, como ya hemos analizado anteriormente, de la fusión entre las utopías y los viajes maravillosos. Al principio, las obras correspondientes al género situaron las fantasías en el espacio y después de H. G. Wells y su novela La máquina del tiempo (1895), empezaron a explorar el tiempo. El tiempo y el espacio serán las convenciones que nos permitirán acercarnos a las distintas variantes dentro de la ciencia ficción.
La utopía es una de las primeras formas de este género. Se trata de la construcción imaginaria de una sociedad perfecta e ideal. Puede adoptar la forma de una sociedad mejor que la del mundo en el que se vive (eutopía) o puede tratarse de un mundo ideal, pero en sentido negativo (distopía). Puede ser una utopía estática, que presenta las instituciones, la tecnología y la organización del saber, o puede ser una utopía dinámica, que narra una historia donde aparecen personajes a los que les suceden cosas como forma de justificar la descripción de esa sociedad perfecta. Ejemplos de la eutopía son los textos Utopía (1516), de Tomás Moro y Nueva Atlántida (1620), de Francis Bacon.
La ciencia ficción ha utilizado sobre todo la distopía, es decir, la utopía que representa una sociedad ideal, pero en sentido negativo.
De repente, al día siguiente de una gran tormenta llegada del mar que trajo el verano en sus relámpagos ardientes y su lluvia tibia, la ciudad lanzó un grito de estupor al despertar. Los techos rojos de los monumentos públicos, los campanarios de las iglesias, los tabiques de las casa y hasta la medera de las camas, todo estaba espolvoreado por un tinte verde, delgado como moho, liviano como un encaje. Visto de cerca, estaba formado por una cantidad de yemas microscópicas, donde ya se veían hojas curvándose. Aquella extravagancia de las lluvias divirtió sin inquietar; pero antes de que llegara la noche manojos de verdor se desplegaron en todas partes sobre los muebles y las paredes. Las ramas crecían a ojos vista; si se las retenía levemente en la mano, se las sentía aumentar y debatirse como alas.
Al día siguiente, todos los departamentos parecían invernaderos. Las lianas seguían la rampas de la escalera. En las calles estrechas, las ramas se unían de un techo a otro, colocando por encima de la ciudad ruidosa la sombras de las avenidas selváticas. Aquello era inquietante. Mientras los sabios reunidos deliberaban sobre ese caso de vegetación extraordinaria, la multitud se apiñaba fuera para ver los distintos aspectos del milagro. Los gritos de sorpresa, el rumor asombrado de todo aquel pueblo inactivo atorgaban solemnidad al extraño acontecimiento. De pronto alguien gritó: "¡Miren la selva!" y se dieron cuenta con terror de que, desde hacía dos días, el semicírculo verde se había acercado mucho. La selva parecía bajar hacia la ciudad. Toda una vanguardia de zarzas y de lianas se estiraba hasta las primeras casas de los suburbios.
Entonces Wood'stown empezó a comprender y a tener miedo. Era evidente que la selva llegaba para reconquistar su sitio a orillas del río; y sus árboles, derribados, dispersos, transformados, se libraban de sus prisiones para adelantarse a ella. ¿Cómo resistir la invasión? Con el fuego, se corría el peligro de incendiar la ciudad entera. ¿Y qué podían hacer las hachas contra aquella savia que renacía sin cesar, aquellas raíces monstruosas que atacaban el suelo por debajo, aquellos miles de granos voladores que germinaban al romperse y hacían crecer un árbol en cuanto sitio caían? (...)
Vagamente, en el oleaje ruidoso del follaje, se oían los golpes sordos de las hachas; pero al cuarto día se reconoció que todo trabajo era imposible. La hierba era demasiado alta, demasiado densa. Lianas rastreras se aferraban a los brazos de los leñadores, agarrotaban sus movimientos. Por otra parte, las casas se habían vuelto inhabitables; los muebles, cargados de hojas, habían perdido su forma. Los techos se hundían, atravesados por la lanza de las yucas, la larga espina de las caobas; y reemplazando los tehcos se instalaba la cúpula inmensa de las catalpas. Era el fin (...)
Alphonse Daudet, "Woods'stown"
En el texto, el mundo que se muestra es hostil, indeseable. Un grupo de gente ha llegado aun lugar, has construida una ciudad modelo en el medio de la selva, pero, de pronto, la naturaleza se enfrenta con el hombre y empieza a tomar la ciudad. El lugar que había sido ideal se transforma en el propio infierno. Los lugareños deben huir para poder salvarse.
Otra de las variantes del género de ciencia ficción es la ucronía, que consiste en deducir un mundo coherente partiendo de la premisa de que algún hecho del pasado no ha ocurrido o ha ocurrido en otro momento. La ucronía es una historia paralela construida a partir de la alteración del curso histórico y cuyas consecuencias se deducen hasta llegar a un presente alternativo. El mundo que resulta de esta idea puede ser un sueño o una pesadilla, es decir, puede ser una eucronía o una discronía. Ejemplo de la primera es la novela Un yanqui en la corte del Rey Arturo, del escritor norteamericano del siglo XIX Mark Twain que narra la Revolución Industrial llevada a la Edad Media, es decir, intenta corregir los “errores” de la historia que tuvieron consecuencias terribles reinventando el presente tal como podría haber sido. La discronía, en cambio, muestra cómo una solución alternativa a la que ocurrió históricamente llevado a una situación peor que la que vivimos; ejemplo de discronía es la novela La alteración (1976) de Kingsley Amis, donde se cuenta que no ha habido una reforma y reina el oscurantismo.
Otra variante del género es la anticipación, que consiste en deducir un mundo donde ciertas cosas de nuestra realidad han desaparecido e imaginar cómo se podrían desarrollar. Se plantea una situación hipotética que se podría resolver de alguna manera, o bien un mundo donde se desarrollan experimentos que no existen en nuestra realidad. La obra de Julio Verne (1828-1905), en general, pertenece a esta variante.
Otros subgéneros de la ciencia ficción, que aparecen tanto en la literatura como en el cine son los siguientes:
Hard science fiction: se trata de un cuento o una novela que especula sobre teoría e hipótesis científicas, con fuerte presencia en el relato de información técnica. Por ejemplo, Contacto (1985) de Carl Sagan.
Space opera: es una novela de aventuras que se desarrolla en escenarios desmesurados, como imperios galácticos, guerras estelares, destrucción de mundos y sistemas. Por ejemplo, la película La guerra de las galaxias de George Luckas.
Subcreaciones: se trata de textos que intentan crear un mundo consistente, con historia y geografía y culturas propias, regido por leyes diferentes de las nuestras y situado en u pasado remoto que está fuera del mundo conocido. Por ejemplo, las historias de Ursula K. Le Guin.
La ciencia ficción moderna nació con la Revolución Industrial y fue adaptándose a los cambios que se impusieron en el campo de lo científico-tecnológico. Este nuevo poder cambió las formas de convivencia, las características de la guerra y de la paz, y la visión del mundo; lo mismo ocurrió con la ciencia ficción. Esta literatura ha tratado de cuestionar siempre y de manera radical ese poder desarrollado a través del tiempo.
Sardi, Valeria, La ficción como creadora de mundos posibles, en: Lengua y Literatura, Buenos Aires, longseller, 2003

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