3 de enero de 2010

Los sueños de Tzu y Lin

Luis Salinas


Una noche de hace unos pocos miles de años, en la China, un señor llamado Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Tras levantarse, saludó a su esposa con una inclinación y le dijo:
–Soñé que…
Ella hizo una urgente reverencia y antes de levantar la cabeza exclamó:
–¡Espera, querido, no lo digas!
–… era una mariposa –completó Tzu. Y después agregó, algo contrariado– ¡¡Lin!! ¡¿Qué son esos modales?!–, porque en China era, y todavía es, de pésima educación que la esposa interrumpa a su marido antes de terminar los saludos matinales.
–Disculpa mi torpeza. Solo quería advertirte que no contaras el sueño antes del desayuno, por si era una pesadilla. Recuerda que, según la tradición, los sueños que se cuentan en ayunas se cumplen.
–Oh, no era un mal sueño, querida. Y de todas formas, como ves, no es de la clase de los que pueden realizarse.
Pero no olvidó su sueño a lo largo de la mañana, como le sucedía casi siempre. Pidió un té de rosas para el desayuno y se lo hizo servir en su estudio. Mientras lo sorbía despacio, escogió su mejor pincel y escribió sobre fino papel de arroz:
Anoche soñé que era una mariposa,
y al despertar
ya no supe si era un hombre que había soñado
ser mariposa
o una mariposa dormida,
soñando ser hombre.
Cuando terminó, limpió con sus largos dedos unas salpicaduras de té y tinta que le habían quedado colgando de los bigotes, llamó a Lin y le leyó su cuento-poema.
Ella rió con su risita de cristal:
–¡Oh! ¡Qué bello! –y agregó–: Lástima que, como dijiste, no pueda ser cierto, porque yo soy tu esposa, ¿verdad? ¿Y cómo habría podido casarse una mariposa con una señorita de Pekín?
El poema suspiró. Lin-Po sacudió sus anchas mangas para soltar algo de su polvo de colores en el aire, acarició con sus antenas de su marido y lo consoló:
–No te apenes, querido. Vamos a pasear por el jardín.
Revolotearon entre cerezos y mandarinos. Se miraron uno al otro a los ojos, parpadeando las alas. Se adormecieron al atardecer, juntos sobre la rama de un ciruelo. Bañados por la última luz del sol, soñaron que tomaban té en entrañas flores de porcelana pintada.
Pocas mañanas más tarde, Lin comentó al despertar:
–¡Qué sueño tan dulce! Soñé que éramos ositos panda.
–Oh, antepasados! –gimió Tzu.
De La escondida, 1998

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