5 de agosto de 2009

NOVIEMBRE DE 2005. Los observadores

Ray Bradbury

Aquella noche todos salieron de sus casas y miraron al cielo. Dejaron las cenas, dejaron de lavarse o de vestirse para la función, y salieron a los porches, ahora no tan nuevos, y observaron el astro verde, la Tierra. Fue un movimiento involuntario; todos lo hicieron, para comprender mejor las noticias que habían oído en la radio un momento antes. Allá estaba la Tierra y allá la guerra inminente, y allá los cientos de miles de madres o abuelas, padres o hermanos, tías o tíos, primas o primos. De pie, en los porches, trataban de creer en la existencia de la Tierra, tanto como en otro tiempo habían tratado de creer en la existencia de Marte. El problema se había invertido. En la práctica era como si la Tierra estuviese muerta; la habían abandonado hacía ya tres o cuatro años. El espacio era un anestésico; cien millones de kilómetros de espacio lo insensibilizaban a uno, dormían la memoria, despoblaban la Tierra, borraban el pasado y permitían que los hombres de Marte continuaran trabajando. Pero ahora, esta noche, se levantaban los muertos, la Tierra volvía a poblarse, la memoria despertaba, miles de nombres venían a los labios. ¿Qué haría fulano esa noche en la Tierra? ¿Y zutano o mengano? Las gentes de los porches se miraban de reojo.
A las nueve, la Tierra pareció estallar, encenderse y arder. Las gentes de los porches extendieron las manos como para apagar el incendio.
Esperaron. A medianoche, el fuego se extinguió. La Tierra seguía allí. Un suspiro surgió de los porches como una brisa otoñal.
–No tenemos noticias de Harry.
–Está bien.
–Tendríamos que enviarle un mensaje a mamá.
–Está bien.
–¿Crees que estará bien?
–No te preocupes.
–¿Crees que no le pasará nada?
–Claro que no. Vamos a acostarnos.
Pero nadie se movió. Llevaron las cenas atrasadas a los prados nocturnos, las sirvieron en mesas plegadizas, y comieron lentamente hasta las dos de la mañana. El mensaje luminoso de la radio flameó en la Tierra y todos leyeron las luces del código Morse, como una luciérnaga lejana.
CONTINENTE AUSTRALIANO ATOMIZADO EN PREMATURA EXPLOSION DEPOSITO BOMBAS ATOMICAS. LOS ANGELES, LONDRES, BOMBARDEADAS, VUELVAN. VUELVAN. VUELVAN.
Se levantaron de las mesas.
VUELVAN. VUELVAN. VUELVAN.
–¿Has tenido noticias de Ted este año?
–Y... ya sabes, con un franqueo de cinco dólares por carta no escribo mucho a mi hermana.
VUELVAN.
–¿Qué será de Jane? ¿Te acuerdas de mi hermanita Jane?
VUELVAN.
A las tres, en la helada madrugada, el dueño de la tienda de equipajes alzó los ojos. Calle abajo venía mucha gente.
–No he cerrado a propósito. ¿Qué desea, señor?
Al amanecer, las maletas habían desaparecido de los estantes.
De Crónicas Marcianas, 1955

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