7 de julio de 2013

La aventura del héroe

  
Para esta síntesis didáctica se ha tomado la primera parte de la obra de Joseph Campbell, El héroe de las mil caras, Psicoanálisis del mito, México, F. C. E., 2º reimpresión, 1980, donde se analizan las tres etapas fundamentales de la aventura del héroe: la partida, la iniciación y el regreso. Campbell aplica los postulados del psicoanálisis, siguiendo sobre todo a Carl Jung, pues observa la significativa relación entre el simbolismo de los sueños y los elementos característicos de los mitos, comparando religiosidad, mitología y grupos culturales muy diversos.

Se propone Campbell “descubrir algunas verdades que han estado escondidas bajo las figuras de la religión y de la mitología”. Para ello utilizará como instrumento, el psicoanálisis, aclarando que sólo será un método de aproximación.
La obra consta de un Prólogo donde trata el “monomito” y de dos partes: La aventura del héroe y El ciclo cosmogónico.
En el Prólogo comienza por establecer que siempre encontraremos la misma historia, en forma variable, pero maravillosamente constante. Intenta así una primera definición de mito, diciendo que “es la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas”. Esto es así porque los sueños emanan de los mitos. Los símbolos de la mitología son productos espontáneos de la psiquis. El psicoanálisis ayuda a entender las imágenes de los sueños. Los cambios, las transformaciones mentales y físicas, conscientes e inconscientes, llevan al individuo y a los pueblos a cruzar difíciles umbrales. En las tribus primitivas había gran número de rituales extraños cuya finalidad era conducir a través de esos cambios. Los ritos de iniciación (nacimiento, nombre, pubertad, matrimonio, entierro, etc.) fueron ejercicios de separación severos, donde se cortaba radicalmente con el estado anterior para acceder a uno nuevo y desconocido.
El individuo, sostiene Campbell, tiene fantasías que lo atan al pasado, y la función primaria de la mitología y de los ritos es justamente hacer avanzar al espíritu humano. Freud habla de dos dificultades principales de la primera mitad de la vida: las de la infancia y las de la adolescencia. Jung, en cambio, enfatiza sobre las crisis de la segunda parte de la vida, cuando el avanzar lo es hacia la muerte. Y cuando se mira hacia atrás sólo queda una serie de metamorfosis iguales por las que han pasado todos los hombres de todos los siglos, de todas partes del mundo y de todas las civilizaciones.
Dice Campbell que “los ritos tradicionales de iniciación, enseñaban al individuo a morir para el pasado y renacer para el futuro”. Sólo el nacimiento puede conquistar la muerte; el nacimiento de algo nuevo. Dentro de la sociedad debe entonces haber una continua recurrencia al nacimiento. Al final de nuestra vida, la muerte triunfará y sólo podremos entonces, resucitar. Este es el principio de regeneración.
Para llevarlo a cabo, un primer paso es la separación o retirada: pasar del mundo externo al interno, retirarnos a nuestro interior. Allí está el mundo de los sueños que llevamos con nosotros siempre. Son los componentes de nuestra primera infancia. Allí residen las verdaderas dificultades, los combates contra los demonios infantiles. Se deberán entonces asimilar lo que Jung llama “imágenes arquetípicas” y que ha definido como “formas o imágenes de naturaleza colectiva que toman lugar en toda la tierra, que constituyen el mito y al mismo tiempo son productos autóctonos e individuales de origen inconsciente”. La diferencia entre mito y sueño sería que en el sueño las formas están distorsionadas por los problemas personales del que sueña, y en el mito los problemas y las soluciones son válidos para toda la humanidad. Define entonces Campbell al héroe como el que “ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones personales y locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales”. El héroe muere pero vuelve a nacer y allí se da el segundo paso que es el regreso: volver transfigurado y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida.
El camino común de la aventura del héroe es la magnificación de la fórmula representada en los ritos de iniciación: separación – iniciación – retorno. Campbell lo llama “monomito”, palabra que toma a su vez de la obra de James Joyces, Finnegans Wake. Y explica así el viaje: “El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva; el héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos”.
Ejemplifica con Prometeo que roba el fuego de los dioses para darlo a los hombres; Jasón que vence al dragón y regresa con el Vellocino de Oro; Eneas que baja al mundo de los muertos y regresa para realizar sus deberes; Budha, Moisés, etc. Siempre hay una separación del mundo, una penetración en alguna fuente de poder y un regreso a la vida.

La aventura del héroe: esta primera parte de la obra, desarrolla sucesivamente los siguientes momentos: la partida, la iniciación, el regreso y las llaves, donde resumirá la aventura completa.

a) La partida: según Campbell, hay un momento en que se escucha lo que él llama, “la llamada de la aventura”; en ese momento algo se hace presente. Aún cuando el héroe vuelva a sus ocupaciones familiares, éstas le parecerán infructuosas: la llamada no puede desoírse. Es como una llamada del destino: lleva el centro de atención del héroe a una zona desconocida; esta región puede ser un país lejano, un bosque, el cielo, un lugar subterráneo o subacuático, una isla; siempre es un lugar extraño, donde hay seres y cosas inimaginables. Tal el caso de Teseo cuando escuchó la horrible historia del Minotauro, o bien Odiseo cuando es transportado por el Mediterráneo por los vientos de Poseidón. Puede comenzar accidentalmente, en un paseo y los ejemplos se multiplican en todas las mitologías del mundo.
A veces, explica Campbell, la llamada no se responde: hay una “negativa al llamado”: el individuo encerrado en sus propios intereses no vislumbra el poder afirmativo que tendrá su acción, se niega y se convierte en víctima. Se abroquela, pero todo lo que construya será un laberinto para esconder su propio minotauro. Ese desvío puede conducirlo a la muerte. Dice un proverbio latino: “Teme el paso de Jesús, porque Él no vuelve”.
La negativa es una negativa a renunciar a lo que cada uno considera su propio interés. El llamado lo hostigará día y noche: el individuo se encerrará en su laberinto y se perderá. Este encierro es su infancia: sus padres son los guardianes del umbral y el alma débil no podrá atravesarlo para crecer.
Cita el ejemplo de La bella durmiente, donde una bruja celosa (la madre malvada) la obliga a dormir junto con todo su mundo, hasta que un príncipe la despierta. También la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal por haber vuelto la cabeza después de recibir la llamada de Yavé.
Estas víctimas, o bien permanecen hechizadas para siempre, o bien son salvadas, como La Bella durmiente o Brunilda. No todos los vacilantes están perdidos como Dafne en su huída, y a veces una revelación providencial (un príncipe) los saca de su prisión.
Esta “ayuda sobrenatural” produce el mecanismo del milagro que ha de salvar al héroe negativo. Y así, explica Campbell, aparece una figura protectora (una viejecita, un anciano) que da al héroe los amuletos contra el dragón.
La viejecita, el hada madrina, son personajes familiares de los cuentos europeos. En las leyendas cristianas, ese papel generalmente lo representa la Virgen. El héroe así protegido, no puede ser dañado: el ovillo de Ariadna protege a Teseo de perderse en el laberinto; Beatriz guía a Dante. Es la fuerza protectora y benigna del destino. El individuo debe conocer y confiar. También puede ser una figura masculina, como Virgilio con Dante.
Este principio guardián, masculino o femenino, paternal y maternal, une todas las ambigüedades del inconsciente.
El héroe avanza en su aventura hasta que llega al “cruce del primer umbral”. Allí se encuentra con el “guardián del umbral”, la entrada a la zona de la fuerza magnificada. Estos custodios protegen al mundo conocido: detrás de ellos está el peligro, así como detrás de la vigilancia paterna para el niño está lo desconocido y peligroso. El ejemplo lo toma Campbell de los marineros de Colón que rompieron el espíritu medieval cruzando el océano, pero tuvieron que ser empujados y convencidos como niños, porque temían a los monstruos y sirenas, a los dragones y otros seres de las profundidades. Otro ejemplo sería el del dios Pan, pues la emoción que provocaba en los que se aventuraban en sus dominios era el terror pánico, o sea repentino y sin causa. El hombre se estremecía ante el peligro de su propio inconsciente despierto y moría en su fuga aterrorizada.
Estos guardianes son individuos temidos y altamente respetados, con talentos sobrenaturales. Por eso la aventura consiste en pasar más allá del velo de lo conocido a lo desconocido: las fuerzas que cuidan las fronteras son peligrosas pero el peligro desaparece para el valiente y arriesgado.
Sin embargo, este cruce del umbral es una forma de autoaniquilación: el héroe, en vez de conquistar la fuerza es tragado por lo desconocido y parecería que hubiera muerto. Así Heracles se introduce en el estómago del monstruo marino para matarlo; Caperucita Roja es tragada por el lobo. Es que el héroe va hacia adentro, desaparece como el creyente que entra en un templo. La prueba es afrontar los grandes silencios del interior que están protegidos por las dos hileras de dientes de la ballena. Así, también, el caso de Jonás. Se muere para el tiempo y se regresa al vientre del mundo, al Paraíso Terrenal. Este momento es llamado por Campbell “el vientre de la ballena”.

b) La segunda instancia de la aventura es la iniciación. Es ésta la fase favorita de la aventura mítica pues en ella hay que seguir el “camino de las pruebas”, que ha sido ilustrado por multitud de obras de la literatura mundial. El héroe es ayudado solapadamente por amuletos de los ayudantes sobrenaturales que encontró antes de su entrada en esta región. Para los místicos esta etapa es la de purificación del yo. Campbell, por su parte, agrega la opinión de los psicoanalistas para quienes “es el proceso de disolución, de transmutación de las imágenes infantiles de nuestro pasado personal”. Pero los peligros psicológicos a través de los cuales eran guiadas las generaciones anteriores por medio de los símbolos y ejercicios espirituales de su herencia mitológica y religiosa, ahora debemos enfrentarlos solos, sin una guía. Según Jung, nuestros antepasados creyeron siempre en los dioses. Nuestro cielo actual es un lugar vacío, un recuerdo de cosas que fueron una vez. Entretanto, debemos matar a los dragones y pasar las barreras una y otra vez, con éxitos pasajeros y abundantes fracasos.
La última de las aventuras entraña “el encuentro con la diosa”, que se representa comúnmente con un matrimonio místico entre el alma triunfante del héroe y la Reina Diosa del mundo. La figura mitológica de la Madre Universal imputa al cosmos los atributos femeninos de la primera presencia nutritiva y protectora. Esta diosa tiene el fuego de la vida: dentro de su vientre están la Tierra, el sistema solar, las galaxias, ella es creadora del mundo, siempre madre y siempre virgen. También es la muerte. Es vientre y tumba, y reúne en sí el bien y el mal, exhibiendo las dos formas de la madre recordada, tanto la personal como la universal. Al lograr obtener la ecuanimidad suficiente como para observarlas con serenidad, el espíritu queda purgado de sentimentalismos y se abre a la inescrutable presencia de la naturaleza del ser. La mujer representa para la mitología, la totalidad de lo que puede conocerse. Es héroe quien llega a conocer. Esta diosa se manifiesta con diferentes transformaciones, lo atrae, lo incita a romper sus trabas; es la guía en la cima de la aventura sensorial. El héroe que puede tomarla como es, con la seguridad y bondad que ella requiere, es potencialmente el rey, el dios encarnado. Es la prueba final del talento del héroe para ganar el don del amor.
Pero también señala Campbell la figura de “la mujer como tentación”. El matrimonio místico es el dominio de la vida por el héroe, porque la mujer es la vida y el héroe su dueño.
En el consultorio del analista, el paciente es el héroe que va haciendo desaparecer una profundidad tras otra de las ignorancias de sí mismo, y el psicoanalista es el ayudante, el sacerdote iniciador. Después de las primeras emociones, la aventura se convierte en una jornada de oscuridad, horror, repugnancia y temores. También aparece la figura del padre, con quien deberá  “reconciliarse” después del matrimonio místico con la Diosa-Madre.
Este dios defiende al pecador de la flecha, de las llamas, y ejerce lo que el cristianismo llama “misericordia”. Tiene poder para cambiar la índole de los corazones, es la “gracia”. Así, el hombre recibe equilibradamente la justicia y la ira y su corazón, más apoyo que castigo en su camino.
El padre tiene un aspecto de “ogro, que es un reflejo del propio ego infantil que ha sido dejado atrás. Debe haber una reconciliación que se traduce en abandonar a ese monstruo de dos cabezas: un dragón que se cree Dios (superego); un dragón que se cree pecador (represión).
Ante el temor al padre-ogro, el héroe se refugiará en los encantos de la mujer-madre, sólo para descubrir al final, que el padre y la madre son el reflejo uno de otro, son, en esencia, los mismos.
O sea que el padre y la madre tienen en sí mismos y cada uno el bien y el mal. Pero con esta complicación: hay un elemento de rivalidad en el hijo que disputa con el padre por el dominio del universo, y la hija que disputa con la madre por ser ese mundo dominado.
Cuando el hijo ha sido purgado de los inapropiados lastres infantiles, es porque ha nacido dos veces: ahora se ha convertido en padre él también. Y ahora tiene el poder de ser iniciador, guía, puerta del sol. Recuerda. Campbell que en el mundo antiguo abundaban los ritos y mitos de muerte y renacimiento. La palabra “Dithyrambos” era epíteto del muerto y resucitado Dionisos. Significa para los griegos “el de la doble puerta”, aquel que había sobrevivido al tremendo milagro del doble nacimiento. Los ritos del dios, que eran oscuros y sangrientos, se asociaban a la renovación de la vegetación, de la luna, del sol y del alma, representando los propios rituales de la tragedia ática.
En la Iglesia cristiana (en la mitología de la Caída y la Redención, la Crucifixión y la Resurrección, el segundo nacimiento del Bautismo, la palmada iniciadora en la mejilla, que es la Confirmación y el simbólico comer la carne y beber la sangre) estamos unidos a esas imágenes inmortales de fuerza iniciadora a través de cuya operación sacramental el hombre disipa los terrores de su transitoriedad y alcanza la visión que todo lo transfigura, del ser inmortal. El sol subterráneo, señor de la muerte, es la otra cara del rey radiante que gobierna el día. Contiene en sí las contradicciones del bien y el mal, la muerte y la vida, el dolor y el placer, los dones y las privaciones. Es guardián de la puerta del sol y la fuente de todas las parejas de contrarios. Este padre contradictorio se muestra claramente en la divinidad prehistórica del Perú, Viracocha.
Esta segunda parte de la aventura, se termina con dos momentos que son “la apoteosis” y “la gracia última”.
En la apoteosis se da, para Campbell, la glorificación del héroe pues llega a comprender que el tiempo y la eternidad son dos planos de la misma experiencia. El primer hombre era andrógino: tenía una dualidad de lo femenino y lo masculino, del bien y del mal; el Paraíso se construyó sobre la unión de los contrarios. Tiresias era varón y hembra; sus ojos no veían el mundo de los contrarios, sin embargo vio la tragedia del destino de Edipo. El padre es el intruso en el paraíso del niño con su madre; es su enemigo arquetípico. Todos los enemigos son símbolos del padre. De aquí la compulsión hacia la guerra: es el impulso de destruir al padre que se transforma en violencia pública. El ogro nos quiere destruir, pero el héroe sale salvo por la iniciación, “como un hombre” y se transforma en padre. El cuerpo que nos dio nuestra madre, fue devorado por el ogro; pero la muerte no era el fin, sino una nueva vida, un nuevo nacimiento. El mismo padre nos ha dado un segundo nacimiento. De ahí el carácter de la bisexualidad original; como adultos, desaparecerán las imágenes infantiles del “bien” y del “mal”. Somos lo que se ha deseado y temido. Se unen en el héroe el encuentro con la diosa y la reconciliación del padre. Las dos tendencias que mueven al individuo y animan al mundo que lo rodea son la libido y el thanatos: el deseo y la muerte; el Karma y el Mara para los budistas.
La gracia última es la posibilidad de la inmortalidad que siempre ha fascinado al hombre. El arte, la literatura, el culto, la filosofía, lo ayudan a romper sus limitaciones y acceder a realizaciones siempre crecientes. Por eso cruza un umbral después de otro, somete a los dragones y finalmente llega a la divinidad suprema.

c) El tercer momento de la aventura del héroe es el regreso. Allí explica Campbell que cuando la misión se ha llevado a cabo, el aventurero debe regresar con su trofeo transmutador de la vida. El ciclo completo requiere que el trofeo, el Vellocino de Oro, la Bella durmiente, etc., sean traídos al reino de la humanidad donde esa dádiva significará la renovación de la comunidad, de la nación, o del planeta. Pero son muchos los héroes que querrían quedarse para siempre en la isla bendita, en compañía de la eterna Diosa del Ser Inmortal. O sea que hay una primera “negativa al regreso”. Para volver, entonces, el héroe debe escapar de los perseguidores a quienes ha robado su trofeo. Esta situación da lugar a “La huída mágica”. Esta fuga es el episodio favorito del cuento popular, en el cual se desarrolla bajo muchas formas divertidas. Al huir utiliza ardides para engañar a sus perseguidores: abandona objetos, pone tras de sí obstáculos: la del héroe Jasón quien arroja al mar los pedazos del cuerpo desmembrado del hermano de su amada Medea, lo que obliga al rey que perseguía al navío Argos, a detenerse para hacer los funerales correspondientes.
Para el regreso, el héroe necesita a veces alguna ayuda del mundo exterior. Se ha retrasado, fascinado por el estado de ser perfecto y entonces el mundo exterior debe efectuar un “rescate”; así, el aventurero retorna. La conciencia del elegido sucumbe, pero el inconsciente le da el equilibrio propio y renace en el mundo del que partió. Esta es la última crisis: la dificultad de “cruzar el umbral del regreso” desde el reino místico a la tierra de la vida diaria. Deberá enfrentarse a la sociedad y soportar sus dudas y resentimientos y su incapacidad para comprender.
El mundo divino y el humano sólo pueden ser descriptos como distintos, sin embargo ambos son, en realidad, uno. Para el héroe lo más difícil será aceptar como reales, después de haber conocido la plenitud, las congojas y júbilos pasajeros y las banalidades de la vida. Se preguntará entonces ¿para qué volver? El equilibrio de la perfección se pierde, el espíritu vacila y el héroe, a veces, fracasa. Debe sobrevivir al impacto del mundo sin perder la seguridad ante la incredulidad de su pueblo. El héroe trae, sin embargo, una prueba: un talismán, un anillo mágico. Esto le recordará que la realidad de las profundidades no ha de ser opacada por la luz del día. Esta es la señal que da al héroe la capacidad de “poseer los dos mundos”. Esto se observa, cita Campbell, en la Transfiguración de Cristo ante Pedro, Santiago y Juan.
Los discípulos son iniciados en la plena experiencia de la paradoja de los dos mundos. Ven ante sí, no su destino personal, sino el alcance del destino de la especie humana. Extinguen sus voluntades personales por una completa entrega a su Maestro. La formulación correspondiente la hace el mismo Jesús: “El que pierda su vida por mí, la hallará”. Esta pérdida de la vida no es más que un pre-renacimiento.
El resultado del pasaje milagroso y del regreso es la “libertad para vivir”: después de haber muerto su ego personal, se levantará establecido el Yo.
El héroe es el campeón de las cosas que son, no de las que han sido, porque el héroe es. Por eso la naturaleza, la gran renovadora, nunca perece sino que varía y cambia de forma.

d) Concluye Campbell con las llaves, donde con un resumen totalizador de la aventura del héroe, ejemplifica el periplo con el siguiente diagrama:






Síntesis didácticas preparada por la profesora Dora Di Sarli, para uso de la cátedra de Introducción de la literatura de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1984.



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