20 de julio de 2009

Esquina peligrosa

Marco Denevi

El señor Epididimus, el magnate de los negocios, uno de los hombres (se murmura) más rico del mundo, experimentó un día el deseo de visitar el barrio donde había vivido cuando era un niño pobre que trabajaba como dependiente de almacén.
Le ordenó a su chofer que lo llevase hasta aquel barrio remoto. Pero el barrio estaba tan cambiado, que el señor Epididimus no lo reconoció. En lugar de calles se tierra había bulevares asfaltados, y las míseras casitas de antaño habían sido reemplazadas por rascacielos.
Hasta que, al doblar una esquina, el señor Epididimus vio el almacén, el mismo humilde y sombrío almacén donde él había trabajado de dependiente cuando tenía doce años.
–Para aquí –le dijo al chofer, y luego descendió del automóvil y entró en el almacén.
Todo se conservaba igual que en sus tiempos de niño: el mostrador, las estanterías, la antigua caja registradora, la balanza de pesas, y alrededor, el mudo asedio de la mercadería.
El señor Epididimus sintió el mismo olor de sesenta años atrás, un olor agridulce a jabón amarillo, a aserrín, a aceitunas, a vinagre. El recuerdo de su infancia lo puso nostálgico. Se le humedecieron los ojos. Se le figuró que el tiempo no había pasado.
Desde la penumbra del fondo le llegó la voz del patrón:
–¿Estas son horas de venir?
El señor Epididimus tomó la canasta de mimbre, fue llenándola con paquetes de azúcar y de yerba, con latas de tomates al natural, con frascos de mermelada y botellas de lavandina, y salió a hacer el reparto.
La noche anterior había llovido y las calles de tierra estaban convertidas en un lodazal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario