5 de julio de 2009

En el país de los efímeros

Enrique Anderson Imbert


La crónica es del siglo IX, pero los hechos que narra son mucho más antiguos.
El caballero Guingamor partió en busca de la Tierra de los Bienaventurados, cuyos habitantes –según un monje de Erín– no envejecían o envejecían poco y vivían eternamente, o vivían por varios siglos: todo lo que tendría que hacer el visitante para gozar también de esa sempiterna juventud era comer una manzana.
No llegó a esa región, sino a otra, donde los árboles (sólo faltaba el manzano) crecían, florecían, fructificaban y se secaban en una semana, donde las damas (siempre jóvenes) quedaban preñadas en la noche, daban luz en la mañana siguiente y a los siete días los hijos eran del tamaño de los padres, quienes entonces morían.
Al verse rodeado de tanta vida breve, el caballero Guingamor –cuya persona no había sufrido cambio alguno– se sintió como más dilatado en el tiempo. Se quedó allí, muy feliz.
“O se olvidó de que había estado buscando la región de los longevos, no la región de los efímeros, o, en vista de las circunstancias, le dio lo mismo”, termina la crónica.
De El gato de Cheshire

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