16 de junio de 2010







____Después de bañarse en una tina desbordante de agua caliente se sentó a la mesa donde su padre lo miraba con el ceño fruncido. Sin darse por aludido dominaba el sueño mientras esperaba la cena.
____–Mañana tendrás la salida prohibida –dijo finalmente bastante molesto.
____–No es posible que andés todo el santo día por allí y nosotros preocupándonos –acotó la madre desde la cocina verdaderamente enojada.
____Sebastián procuró no decir palabra alguna y aceptar los retos. Por un lado por que todo lo que podría decir arruinaría más su situación y por otro por que sus padres tenían razón. Él se había abusado.
____A pesar del sueño tenía un gran apetito y se devoró dos platos de polenta que había hecho su madre con mucho queso y mucha salsa.
____–¡Rica la polenta con pajaritos! –bromeó súbitamente su padre, para romper con esa situación tensa generada por el enojo. Sebastián dio un salto en su silla al escuchar mencionar pájaros. Sorprendió a su padre con esa actitud. Tuvo que pasar a explicar el origen de esa frase y aclarar que se trataba de una chanza. Pero a Sebastián le vino a la memoria, en un torrente de palabras e imágenes, toda la cruel realidad de la Aldea que sus padres ignoraban.
____–Bueno, bueno –interrumpió su padre viendo el rostro serio de Sebastián creyendo que estaba acongojado por la reprimenda– a dormir que ya es tarde y hay que estar vigorosos mañana.
____La madre tenía lista una lámpara de aceite para Sebastián. La tomó con mucho cuidado y se alumbró el camino a su habitación. Como la temperatura había disminuido de manera considerable dos colchas gruesas lo aguardaban sobre las sábanas. La habitación que sus padres dispusieron para él había sido la de su Tía. Era amplia y modesta. Sus padres dormían en una contigua, más estrecha y que tenía dos camas. No le desagradaba la cabaña pero notaba que le faltaba algo. Tal vez relacionado con el tiempo que estuvo deshabitada.
____Colocó la lámpara sobre su mesa de noche y se metió en la cama. Sintió las sábanas almidonadas y las mantas ligeramente pesadas como a él le gustaba. De un fuerte soplido apagó la débil luz de la lámpara sumiendo a la habitación en la más completa oscuridad.
____No tardó en dormirse, aunque no profundamente. El cansancio y los sucesos del día y probablemente los dos platos de polenta le trajeron pesadillas horribles que lo despertaban a cada rato. En una de esas tantas veces que despertó le pareció oír ruidos extraños cerca de la cabaña. Sin más saltó de la cama cubriéndose con una manta. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad. No necesitó de la lámpara para llegar al comedor donde estaba el hogar quemando los últimos pedazos de madera. Caminaba descalzo sin hacer el menor ruido para no molestar a sus padres y para oír bien lo que provenía de afuera. Sus oídos ubicaron algo en la puerta de entrada de la vivienda. Se acercó lentamente a medida que el extraño ruido aumentaba. No era otra cosa que el olfateo de unas poderosas narices, de un gran hocico. Fue a la ventana que daba a la calle y descorrió unos centímetros la cortina. Divisó con estupor que unos Gríseos llevaban de unas gruesas correas a enormes perros de color negro como la noche y que tenían ojos que brillaban como el fuego. Estaban olfateando casa por casa buscando sabe Dios qué cosa. Por suerte pasaron de largo. Y como un relámpago recordó lo que le contara el Guardián de la Naturaleza. Se trataba de los Perros de la Noche, negros como el carbón y con ojos de fuego. Corrió a su cama y se tapó hasta la cabeza. Parecía que todo el miedo que no había sentido durante las aventuras del día se le juntaba de golpe. Le pidió con fuerzas a Dios que los Gríseos con los Perros de la Noche no entren en ninguna casa de la pobre gente de la Aldea.
____Con ese ruego se quedó dormido.


© Gustavo Prego



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