7 de febrero de 2010

El amor entra por los ojos


Antonio Di Benedetto


Creación del hombre, al hombre servía, no hasta la fidelidad y la abnegación, pues carecía de todo sentido moral. Era animalmente útil, sin tener nada de bestia. Más se podría decir que poseía inteligencia, una inteligencia pérfida, ya que había sido concebido para las funciones de espionaje.
El hombre lo llamaba Ojo Uno y guardaba parecido con el ojo humano, sin cuenca ni párpado, desnudo, mondo y lirondo.
Estaba dotado para obedecer, así como provisto de memoria que su mandante podía leer.
Aplanado a voluntad, chato, delgado como un disco blando, conseguía deslizarse bajo las puertas hacia los lugares de reunión y memorizar los secretos del enemigo, sus fórmulas y armas. Extendido era como un pañuelo, plegable igual que éste. Al fatigarse, para descansar le bastaba una alambre donde tenderse como ropa lavada que escurre, o bien la ramita de un árbol.
La aptitud para el vuelo le permitía el trasporte rápido.
Su andar insonoro y sigiloso lo llevó un día no a un conciliábulo ni al pie de una pizarra cubierta de fórmulas escritos con tiza, sino a una vivienda habitable de alegres colores interiores y rebosante de aromas que influyeron en Ojo Uno. Este enseguida acusó sensaciones que no alcanzaba a distinguir; eran como las del impulso del deseo. Del deseo carnal. Porque se había internado en el gabinete de una dama.
Poco le duró la sujeción al ansia erótica. Si bien ésta ya había herido a Ojo Uno, quien desde entonces anduvo buscando, como en respuesta a un llamado imperioso y necesario.
Entretanto el hombre, que seguía especulando con la ciencia y su inventiva, tuvo la ocurrencia de forma otra criatura a semejanza de la anterior, que llamaría Ojo Dos.
El científico estaba enamorado y, sin deliberación, al elaborar al Ojo Dos puso en él los atributos femeninos.
De regreso de una misión en el espacio, Ojo Uno descubrió a su semejante y fue para él como acceder al paraíso, el paraíso del cuerpo de una mujer. Reconociéndose varón y hembra, Ojo Uno y Ojo Dos se entregaron a libres juegos amorosos que, con su destreza para el desplazamiento y la elevación, los llevaban ora a una nube, ora al jardín de las hespérides, aquel donde las ninfas custodian las manzanas de oro.
De tal modo escapaban a sus obligaciones de espías y cuando les llegaban órdenes del científico las desoían, librados a sus retozos idílicos muy parecidos a juegos infantiles en el punto en que éstos pasan a ser desenfrenados juegos de adultos que, ajenos a todo mandato, ni el de la autoridad o la ciencia, viven juntos consagrados amarse íntimamente.
Así es como Ojo Uno y Ojo Dos se fueron, como guiados por el Pájaro Azul, en pos de la felicidad. Y así fue como los servicios de espionaje perdieron a dos de sus valiosos agentes.
Fueron dados de baja como desertores. Sobre ellos pesa una orden de captura y, de ser atrapados serán pasados por las armas.



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